EDITORIAL

Paradojas del

populismo

La imputación más seria que los economistas profesionales le hacen al populismo es su afición a las medidas económicas coyunturales y a su desentendimiento de las consecuencias a mediano y largo plazo. A manera de figura podría decirse que el “populismo” es una suerte de “vivir al día”, con la esperanza mítica de que Dios sea argentino o de que una buena cosecha nos saque de eventuales apuros.

 

A decir verdad, estas fantasías no son del todo descabelladas. Atendiendo a lo que sucede en Grecia o Italia por ejemplo- queda claro que ninguno de estos países puede alentar una esperanza parecida porque carecen de recursos naturales de magnitud suficiente para abastecer a parte del mundo.

En lo que nos concierne, las propuestas populistas empiezan a presentar dificultades cuando los recursos se agotan o cuando los gastos superan de modo sostenido a los ingresos, situación en la que inevitablemente hay que recurrir a la abominada decisión de “ajustar” el gasto. Las complicaciones adquieren una singular vuelta de tuerca cuando el gobierno populista se sucede a si mismo, porque no se le pueden echar las culpas a otros o plantarse en la vereda de la oposición para promover la protesta social.

Las medidas adoptadas para reducir, acotar o suprimir subsidios a los servicios públicos son ejemplificadoras. Se calcula que anualmente el Estado pagaba en subsidios alrededor de 75.000 millones de pesos, cifra que obliga necesariamente a un replanteo para poder asimilar el inexorable impacto de la crisis mundial. Y para no pronunciar la demonizada palabra se usa el sucedáneo de “reacomodamiento de tarifas”.

En cuanto a las medidas en sí caben algunas objeciones. La primera es de tipo federal, ya que los grandes favorecidos han sido los habitantes del Capital federal y el conurbano, mientras que los precios en las provincias siempre fueron mayores. La segunda observación es de tipo social: los subsidios a los servicios beneficiaron en más de un caso a sectores económicos solventes que objetivamente no necesitaban de este auxilio. Y por último cabe cuestionar los subsidios otorgados con poca o ninguna transparencia a empresas “amigas”, sin justificaciones objetivas y marcada arbitrariedad.

Atendiendo al hecho de que el recorte de gastos era inevitable, algunos dirigentes oficialistas criticaron a quienes en su momento reclamaban concluir con los subsidios y ahora cuestionan al gobierno que así lo hace. Correspondería que, atendiendo a la abigarrada y costosa red de subsidios otorgados en condiciones desiguales, el desmonte del sistema se haga de manera gradual y con menor impacto sobre los que más han pagado hasta ahora.

En suma, la realidad de estos días evidencia el fracaso del sistema de subsidios indiscriminados y confirma que, si no están bien armadas y aplicadas, las políticas distributivas pueden conducir a callejones sin salida. La paradoja es que, al final, los costos de este error son mayores para los más débiles.