La vuelta al mundo

“Los Zetas” en Guatemala

“Los Zetas” en Guatemala

Por Rogelio Alaniz

 

La escena muy bien podría haber sido filmada por Coppola o Tarantino. Diez camionetas con vidrios polarizados se detuvieron a cargar nafta en una estación de servicio en la ciudad de Coban, capital del Estado guatemalteco Alta Verapaz. En cada una de las camionetas iban seis o siete hombres armados hasta los dientes. Fumaban y escuchaban música. Hablaban poco y no parecían estar nerviosos. Eran profesionales. Sicarios que les dicen.

La fecha pasaría a ser importante: 10 de mayo de 2011. Los libros de historia del futuro tal vez la recuerden como el momento en que se inició la ocupación militar de ”Los Zetas” a Guatemala. Por lo pronto, lo que se sabe es que el operativo duró dos semanas y el número de asesinados superó las cien personas. No respetaron jerarquías y clases sociales. Entre los muertos se contaron campesinos, sicarios, terratenientes y jefes locales de la droga. Políticos, periodistas y jueces, también cayeron en la redada criminal. No se registraron policías muertos. No fue casualidad. “Los Zetas” respetan la vida de sus amigos. Respetan y pagan bien. Mejor, mucho mejor, que el Estado.

Entre los muertos estaba Harold León, jefe de una de las familias criminales más importantes del país. Don Harold creyó que el acuerdo con otro cartel mexicano lo protegería. También creyó en sus propias fuerzas. León se trasladaba habitualmente desde su finca a cualquier lugar del país escoltado por guardaespaldas y con estrictas medidas de seguridad. El 15 de mayo fueron asesinados él y todos sus guardaespaldas.

Al otro día las camionetas ingresaron a la finca de Otto Salguero. Allí redujeron a todo el personal de servicio. Eran 27 personas. Niños, hombres y mujeres. Los redujeron, los torturaron y, luego, los ametrallaron. Por último, procedieron a despedazar los cuerpos con explosivos. Después le dejaron el mensaje al dueño de la finca: “¿Qué onda Otto Salguero?”. El mensaje tenía una secuencia. Tres días antes habían asesinado a tres parientes de Salguero. Como en el título de una conocida novela policial, los cadáveres se bronceaban al sol al costado de la carretera principal. Estaban despedazados y con una notita. “Otto Salguero, voy por tu cabeza”. Y fueron. Como se dice en la Argentina: “Los que quieran entender que entiendan”.

Por último, el 25 de mayo secuestraron al fiscal Allan Stowlinsky Vidaurre. A él y a su hijo. Los cuerpos de los dos aparecieron cortados en pedazos a la entrada de su oficina. Nadie vio nada, nadie escuchó nada. El mensaje era claro para todos y nadie se llamó a engaño: “Los Zetas” estaban en Guatemala y venían para quedarse. Para quedarse y hacer negocios.

En realidad hacía unos cuatro o cinco años que estos buenos muchachos estaban intentando controlar Guatemala. Sus estrategas estaban convencidos de que ese país reunía las condiciones objetivas y subjetivas -dirían los leninistas- para una ocupación territorial que le permitiera ampliar sus bases de operaciones a todo Centroamérica. Como suele ocurrir en estos casos, “Los Zetas” aprovecharon las disensiones internas de las diversas bandas guatemaltecas.

Repasemos. Hasta el 2007, el delito en Guatemala estaba manejado por tres familias: León, Lorenzano y Mendoza. La más poderosa era la de León. Su control territorial alarmó a un narco emergente: Horst Walther Oberdick. Pronto se declaró la guerra. Los sicarios de Oberdick asesinaron a varios miembros del “grupo León”. Estos respondieron asaltando la finca de Oberdick. El operativo se realizó de noche y por sorpresa. Se estima que en la ocasión fueron asesinados alrededor de treinta hombres de Oberdick, quien pudo salvar su vida -la suya y la de su familia- porque se escondió en un túnel secreto de la casa.

Y aquí es cuando se produce el antes y el después en esta historia. Oberdick, conciente de su debilidad, viajó a México y acordó con “Los Zetas” es decir, les abrió el territorio. La banda de narcotraficantes que hasta ese momento operaba en México, presintió que había llegado el momento de actuar. Oberdick fue entonces quien habilitó el ingreso de este eficaz ejército de ocupación.

Lo demás pertenece otra vez al género cinematográfico, pero con una observación: una vez más se demuestra que en estos temas la realidad es siempre mucho más rica, o en este caso, mucho más trágica que la ficción. Veamos. Después de algunas balaceras, se decidió establecer un alto al fuego y firmar un pacto entre el clan de los León , Oberdick y “Los Zetas”.

La reunión se acordó celebrarla en un restaurante en la localidad de Río Hondo, controlada por los León. Todos prometieron firmar la paz, pero todos se prepararon para la guerra. Como en las intrigas políticas florentinas, no gana el que respeta las reglas de juego, sino quien las viola. Las diferentes familias arribaron en camionetas y autos negros. Los muchachos se portaron como era previsible. Es decir, se “cagaron a tiros”. La batalla de Río Hondo quedó inmortalizada en un corrido que se vende como pan caliente. En la refriega se usaron balas explosivas, rifles con miras telescópicas y granadas, muchas granadas. El número de muertos superó las cien personas. El edificio quedó en ruinas y las galerías del local quedaron sembradas de cadáveres. El héroe de la jornada fue Miguel Treviño, el segundo de “Los Zetas”.

Instalados en Guatemala, “Los Zetas” ordenaron el poder con racionalidad weberiana. Asegurado el monopolio de la violencia, se dedicaron a garantizar la administración sensata de los recursos. A los primeros que conquistaron para la causa fue a los policías, a quienes empezaron a pagarles sueldos que triplicaban o cuadruplicaban los oficiales. Los pocos que no aceptaron la oferta fueron asesinados sin asco. Ellos y sus familias. Después organizaron un sistema popular de espionaje integrado por un amplio abanico que incluía desde mendigos, rufianes y prostitutas hasta empresarios, periodistas y jueces.

Su “ministerio” de Economía, por su lado, se dedicó a comprar fincas, mansiones y departamentos para que cumplieran las funciones de aguantaderos, cuarteles y residencias del personal jerárquico. El Ministerio de Obras Públicas propuso construir carreteras en la selva y pistas de aviones. Lo hizo rápido y bien. La solidaridad y las políticas sociales tampoco fueron desatendidas. Escuelas, hospitales, canchas y equipos de fútbol, cumplieron la función de mantener contenta a la gente y, muy en particular, a los más pobres, abastecedores generosos de sicarios. La experiencia merecería se conocida por Ernesto Laclau, para que enriquezca su visión acerca de los beneficios que le reporta el populismo a las clases populares.

En el campo diplomático disponen de periodistas, políticos y juristas que se encargan de aceitar las relaciones con el poder político y, entre otras cosas, financiar las campañas electorales de los candidatos amigos. El Ministerio de Hacienda administra las ganancias, distribuye recursos, asigna presupuestos.

Su base territorial más importante son los Estados de Zacapa y Petén. Se trata de dos estados propicios para el negocio del narco. Propicios porque su geografía es selvática y abundan las carreteras y pistas de aterrizaje clandestinas. Zacapa está a cargo de Jairo Orellana “el Pelón”. En este negocio nada queda librado al azar. Ni siquiera los matrimonios dinásticos. Orellana esta casado con Marta Lorenzano, la viuda de Juan León. Pertenecer a la familia no es una garantía absoluta de impunidad, pero ayuda. Esto vale para la nobleza y también vale para los capos del narcotráfico.

En Petén se controlan las dos ciudades más importantes. Poptún y Sayaxché. Poptún vale por su ubicación geográfica y porque fue la cuna de los kaibiles, el grupo comando creado por el Estado durante la guerra fría y que luego pasó a brindar recursos humanos a los narcotraficantes y, muy en particular a “Los Zetas”. En Sayaxché se está construyendo un autopista gigantesca que conectará al país de este a oeste y le permitirá al narcotráfico abaratar y agilizar los fletes.

La presencia de “Los Zeta” en Guatemala no excluye la presencia de otros carteles. La familia Mendoza, sin ir más lejos, mantiene intacto su poderío. Y no es la única. “Los Zetas” saben que han tomado el poder, pero que las disidencias siguen siendo fuertes. Sobre todo porque la familia Mendoza ha establecido acuerdos con los enemigos tradicionales de “Los Zetas: el cartel de Sinaloa.

Si la historia de “El Padrino” necesitó de tres partes para ser relatada, es probable que la historia de “Los Zetas” necesite de un espacio parecido. Con una diferencia, claro está. “El Padrino”, hasta tanto se demuestre lo contrario, pertenece al campo de la ficción. La historia que estoy contando es tan real como el diario que usted esta leyendo en estos momentos.