Crónica política

Deben ser los gorilas deben ser...

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Por Rogelio Alaniz

 

Inútil esforzarse por rastrear el origen de esta palabreja. Desde la “Revista Dislocada” de Delfor a un tema musical de Donato Racciatti, todas sos versiones más o menos creíbles pero que poco y nada tienen que ver con el concepto. Más allá de las disquisiciones acerca de las fuentes, “gorila” fue una palabra acuñada a lo largo de la resistencia peronista para referirse a los simpatizantes de la Revolución Libertadora. Como suele ocurrir con el uso de determinadas consignas, la palabra adquirió diferentes significados.

Conceptualmente siempre navegó en un deliberado clima de ambigüedad. Esa ambigüedad permitió múltiples usos y abusos. La ortodoxia peronista calificaba de “gorilas” a los Montoneros; los Montoneros hacían algo parecido con ciertos dirigentes peronistas que no comulgaban con su credo. “Gorilas” podían ser personajes tan disímiles como Aramburu, Ghioldi, Balbín, Frondizi, Nahuel Moreno y, como lo he escuchado alguna vez, el Che Guevara. La imputación incluía a intelectuales como David Viñas, Ernesto Sábato y Jorge Luis Borges. En una ocasión, un peronista universitario intentó explicarme por qué Kafka era gorila.

El único punto que unía a identidades culturales y políticas tan diversas, era el antiperonismo de los acusados. La palabra, por lo general, poseía un tono agresivo, beligerante, aunque a veces podía estar matizada con cierto tono festivo. Se sabe que todos los grupos cerrados “inventan” palabras para designar a enemigos reales o imaginarios. “Gorila”, en este sentido, cumple la misma función exorcisante que la palabra “hereje” o “infiel” para los grupos religiosos fundamentalistas.

Descifrar el concepto, racionalizarlo o intentar darle entidad académica, es una tarea vana. No fue creado para eso. Su función es provocadora, intimidante, agitadora. Sus víctimas son quienes piensan distinto, y a esas víctimas se suelen sumar los integrantes de la propia feligresía a quienes se los fulmina con la otra excomunión verbal: “Traidor”, lo opuesto a “leal”, es decir, obsecuente, servil u ortodoxo.

Digamos, entonces, que la palabra “gorila” es una invención política del peronismo para sus propios usos y fines. El vocablo pertenece al campo de las emociones y es inútil intentar darle una identidad conceptual rigurosa. Alguien podrá decir que al tema no hay que complicarlo demasiado porque el vocablo “gorila” refiere a quien es antiperonista. ¿Es tan así? Más o menos.

“Gorila” es un tema que merece una reflexión, no porque aluda al antiperonismo, sino porque siempre va más allá de lo que vulgarmente se entiende por antiperonismo. Su ambigüedad y su imprecisión no son, en este caso, un límite sino una virtud operativa. “Gorila”, según se mire, puede aplicarse incluso a los peronistas. Menem, fue calificado de “gorila”. También he oído que a Luder y a Cafiero se le atribuían esas condiciones de simiesca evocación. Según la revista peronista financiada por López Rega, “El Caudillo”, Ortega Peña y Rodolfo Walsh eran gorilas y, por supuesto, estaban bien muertos porque -y allí la palabra se articula con otro concepto de clara filiación peronista: “Al enemigo ni justicia”. O “el mejor enemigo es el enemigo muerto”.

Curiosamente, jamas he escuchado que la palabra “gorila” se usara para referirse a López Rega, Isabel, Patti, Ottalagano, Lorenzo Miguel, Moyano, Herminio Iglesias o Rucci. La izquierda peronista (perdón por el oxímoron) los califica de “fachos”, pero no de gorilas, porque intuyen que esa palabra no fue creada para referirse a la ortodoxia peronista.

Dicho de otro modo, los fascistas no son gorilas, son fascistas. Interesante disquisición. El mal en el peronismo, entonces, ¿lo encarnan los fascistas o los gorilas? Yo creo que para el folklore peronista el mal sigue siendo el “gorila”, no el fascista, entre otras cosas porque nunca puede ser identificado con el mal aquello que es constitutivo de la identidad de una fuerza política.

¿El peronismo es fascista? Si y no. Una vez un amigo me dio la siguiente definición: “El peronismo es un fascismo suavizado por la corrupción” Algo así como un fascismo festivo, un fascismo con negociados, sidra, bailanta y pan dulce. Como dijera la hija de una amiga: “Cuando sea grande quiero ser peronista para tocar el bombo y tomar cerveza en la calle”.

Humoradas al margen, Halperín Donghi alguna vez sostuvo que el peronismo era el fascismo posible, no el verdadero. Yo diría que en 1945 el peronismo llegó a ser el fascismo posible en el contexto de la derrota del fascismo en el mundo. Afirmación tan opinable como la que se interroga acerca de la paradoja que representa un fascismo derrotado en Europa que desembarca en las playas de América latina de la mano de Vargas, Perón, Ibáñez y Villarroel.

Supongo que otro tema a discurrir es qué hicieron los peronistas con el peronismo, sobre todo después de dieciocho años de proscripción y en el contexto de las ideas de la década del sesenta. O, en los tiempos que corren, ¿qué hicieron los peronistas para alinearse sin cargos de conciencia con el neoliberalismo corrupto de Menem o las versiones edulcoradas del progresismo nac&pop de los caudillos de Santa Cruz?.

De todos modos, lo que ha sobrevivido al tiempo y a los avatares de la política es la palabra “gorila”. Hoy, “gorilas” pueden ser Magnetto, Lanata o Beatriz Sarlo. También es gorila Videla, aunque se me ocurre que a Massera o Bussi esa calificación no le alcanzaría y alguna vez habría que preguntarse por qué lo que podría ser la encarnación del mal -pienso en Osinde, Brito Lima, Villar, Bussi, Acdel Vilas, Felipe Romeo- no son alcanzados por la calificación de “gorila”.

Capítulo aparte merece la capacidad del peronismo para instalar vocablos propios en el lenguaje político general. Para bien o para mal, se puede admitir que la palabra “gorila” pertenece al vocabulario interno del peronismo, pero lo novedoso es que la palabra se ha generalizado y hoy es habitual escuchar a políticos no peronistas acusarse de “gorilas” entre ellos. Sin duda que haber instalado un concepto propio en el vocabulario de los opositores constituye una victoria cultural del peronismo.

Veamos. En el campo de las ciencias sociales, el peronismo puede ser abordado como bonapartismo, populismo, proyecto burgués nacional, entre otras cosas. Alrededor de esas categorías puede organizarse un debate racional y rico en conclusiones, y la palabra “gorila” en este terreno no tiene nada que decir, salvo a lo que ya nos referimos: una descalificación instrumental que cada peronista usa como mejor le parece.

Lo interesante del caso es que esa adjetivación es usada por quienes no tienen nada que ver con el peronismo. A quienes así actúan habría que recordarles que no hay razonamientos “gorilas” o conductas “gorilas”. La palabra, insisto, no pertenece al campo de la teoría política, sino al de la emocionalidad. En términos futboleros, sería como pretender interpretar un partido de fútbol a través de los cánticos de la barra brava.

Alguien puede ser más o menos crítico con el peronismo y estar más o menos acertado, pero es un disparate que alguien que no es peronista intente descalificarlo invocando la palabra “gorila”. Actuar en esos términos es admitir de hecho o de derecho que “ todos somos peronistas” o que el peronismo ha ganado la batalla cultural. Y no sólo admitirlo, sino resignarse a ello.

Sin ir mas lejos, en estos días un grupo de intelectuales lanzó un manifiesto que planteaba la necesidad de constituirse como una referencia intelectual crítica del gobierno y el pensamiento hegemónico. No pasaron 48 horas cuando dos o tres firmantes -algunos de ellos, sugestivos colaboradores del diario oficialista “Página 12”- salieron a anunciar su retiro del grupo llamado “Plataforma 2012”. Según estas damas y caballeros, desconocían que entre las firmantes estaba una “oportunista y gorila recalcitrante” como Beatriz Sarlo.

Deliberada o no -no creo en las brujas, pero que las hay las hay- la maniobra produjo los resultados que se propuso. A mi me cuesta creer que intelectuales firmen una declaración sin saber quiénes están allí. También me cuesta imaginar que hayan descubierto que la plataforma intelectual era opositora al gobierno. ¿Pretendían una “Carta Abierta II“?.

Con independencia de mis consideraciones, queda claro que el recurso linguïstico sigue produciendo excelentes efectos. “Gorila” sigue siendo una palabreja del peronismo que dispone de la inquietante eficacia de haberla internalizado entre sus propios críticos. Si esto se consolidara como “sentido común”, que por otra parte es lo que pretende, sería probable que el sueño de la hija de mi amiga se cumpla y que no sean pocos los niños que en el futuro aspiren a ser peronistas para cuando sean grandes. Después de todo no es un destino desagradable tocar el bombo y tomar cerveza.