¿Viva el cáncer?

Rogelio Alaniz

La palabra “cáncer” es una palabra maldita. Tanto lo es, que en los partes oficiales y en las notas periodísticas se elude su nombre y se habla de “una cruel enfermedad” o de una “impiadosa enfermedad”. En todos los casos se trata de eludir el nombre por el temor que suscita. Hay un debate abierto acerca de si conviene eludir la palabra o nombrarla como una manera de despojarla de su aura siniestra.

De todos modos, lo que vale para cualquier mortal, vale también para un rey, un ministro o una presidente. El cáncer nunca se puede tomar a la ligera. La enfermedad, en el imaginario colectivo, es un sinónimo de muerte, y si bien los avances científicos admiten que la enfermedad en más de un caso puede ser controlada, la palabra sigue despertando fuertes aprensiones.

En el tema que nos ocupa, el vocablo “cáncer” adquirió estado público porque los voceros del gobierno informaron que los estudios médicos hechos a la señora habían concluido en el diagnóstico de un carcinoma papilar, lo que traducido a buen castizo, quiere decir cáncer de tiroides. En todo momento el diagnóstico insistió en que no había metástasis y, por lo tanto, no había motivos en lo inmediato para temer sobre la salud de la presidente. Como para confirmar esta hipótesis -y con las tranquilidades científicas del caso- ella misma informó sobre su enfermedad y no vaciló en presentarse como una flamante luchadora contra el cáncer.

Diez días después, los informes oficiales sorprendieron a todos: la presidente no tenía cáncer, dijeron. Se trataba, sin lugar a dudas, de una buena noticia y así lo manifestó el arco político que en todo momento expresó su preocupación y su solidaridad con la salud de la primera mandataria. El dato merece consignarse, porque no se registró una sola voz que no expresara preocupación y buenos deseos acerca de la salud de la señora. Nadie salió a pintar a “Viva el cáncer”, como ocurriera décadas atrás con Evita, y que seguramente hubieran deseado escuchar algunos gurkas del relato oficial. Por el contrario, lo que predominó fue el respeto, respeto que no existe, por ejemlo, con el cáncer de Magnetto, porque en estos casos pareciera que también hay vícitmas buenas y víctimas malas y pintar “Viva el cáncer” en la puerta de la casa del directivo del Grupo Clarín, no sería en principio un acto condenable.

Las congratulaciones por la buena noticia sobre la salud de la señora no impidieron que políticos y periodistas se preguntasen sobre lo que ocurrió. No siempre se anuncia que una presidente tiene cáncer. Y no siempre, una semana después, se dice exactamente lo contrario Ese legítimo interrogante es el que se plantearon, por ejemplo, Hermes Binner y Nelson Castro, ambos médicos y por lo tanto habilitados profesionalmente para reflexionar sobre el tema.

¿Es correcto haberse interesado por lo que pasó? ¿Es pertinente preguntar por qué en un momento se dijo que había cáncer y al momento siguiente se negó esta enfermedad? Yo creo que si. Se trata de informaciones que afectan o involucran a la máxima autoridad política de la Argentina. Su salud es un tema privado, pero es también una cuestión de Estado. Un periodista, un dirigente opositor, un intelectual, cualquier ciudadano en definitiva, no sólo está autorizado a interesarse por lo que sucedió, sino que tiene la obligación de hacerlo. Sobre todo cuando aparecen contradicciones o sospechas acerca de un falso diagnóstico o una falsa información. O las dos cosas.

El gobierno, como suele ocurrir cuando lo contradicen, reaccionó de la peor manera. Dijo incendios contra quienes se limitaron a preguntar qué había sucedido. Responsabilizó a los periodistas y a los medios de comunicación de especular con la salud de la presidente y estigmatizó a los políticos diciendo que querían sacar ventajas de la desgracia ajena.

Digamos que no hizo nada diferente a lo que ya nos tiene acostumbrados. Es curioso. Ellos se equivocan, ellos proceden de manera poco clara, ellos manipulan la información y después los culpables son los otros. Desde Magnetto a Solanas, desde La Nación a Binner, desde Macri a Sarlo. ¿Es como ellos dicen? No lo creo. En primer lugar, y para responder a quienes no vacilaron en acusar a algunos de mis colegas de resucitar la desdichada consigna dada a conocer por Apold en 1952 -“Viva el cáncer”-, habría que recordar que quienes instalaron la palabra “cáncer” en el vocabulario político de los argentinos en estos días fueron los voceros del gobierno, empezando por la propia presidente.

Al respecto, ayer el señor Hugo Chávez no vaciló en anunciar en un discurso ante la Asamblea Nacional de su país que la señora Cristina había derrotado al cáncer. Puede que el gobierno nacional no sea responsable de las barbaridades que se digan en otros lados, pero convengamos que esas barbaridades las dice un aliado que en su momento dijo sentirse conmovido por el discurso de la señora anunciando que se iba a ponerse a la cabeza de la lucha contra el cáncer.

Digamos, además, que las palabras de Chávez están mas cerca de la brujería que de la ciencia. Alguien podrá decir en su defensa que lo suyo fue una humorada. ¿Es pertinente hacer chistes de dudoso gusto con estos temas? Así y todo, mucho más importante que saber lo que dice el mandamás venezolano, es exigir que el gobierno informe correctamente sobre lo que ocurrió en estos días. ¿Un diagnóstico equivocado? ¿un diagnóstico que dejaba un razonable margen de dudas? Cualquiera de estas preguntas debería ser respondida por los médicos, porque desde el punto de vista profesional sería interesante saber si se hizo todo lo que correspondía o, por el contrario, la salud de la presidente estuvo en manos de improvisados.

¿No estamos siendo injustos con los médicos que participaron en la intervención quirúrgica? No lo creo. En todo caso, quienes son injustos son los autoridades presidenciales que ocultan información, la manipulan o un día dicen una cosa y después otra. O sea que, desde el punto de vista político, lo que importa es preguntarse si no hubo un comportamiento irresponsable en el manejo de la información o una manipulación interesada.

Por lo general, cuando de la salud de un presidente se trata, las informaciones que se dan son muy mesuradas y discretas. Por razones de tranquilidad pública y de respeto por la gente, se trata de minimizar la noticia esperando que estudios posteriores confirmen o desestimen la presunción inicial. Cualquier funcionario, diplomático o político, sabe que por razones institucionales el estado de salud de un presidente se preserva.

De Juan Domingo Perón, por ejemplo, hacía rato que se sabía que su salud era mala, pero hasta la última semana las informaciones se manejaron con mucha prudencia. Es lo que corresponde hacer en cualquier caso. Se trata de temas delicados con los que no se puede ni se debe jugar o especular para obtener réditos políticos rápidos.

Lamentablemente no parece haber sido ésta la actitud del kirchnerismo. Con evidente ligereza y a contramano de lo que aconseja la responsabilidad de Estado, se habló de cáncer y hasta predominó un espíritu festivo en el anuncio de la enfermedad. Curiosamente, la sensación que se transmitió es que la consigna “Viva el cáncer” era ahora enarbolada por el oficialismo. ¿Por qué este tipo de reacción? Mi hipótesis es que este gobierno está siempre predispuesto a obtener ventajas publicitarias incluso en temas tan delicados. No deja de ser una paradoja que cuando se sabia que la salud de Néstor Kirchner era frágil, los mismos comunicadores que hoy con total ligereza hablan de cáncer, en aquel momento hayan insistido en afirmar que su salud era de hierro.

Es que la manipulación, por esencia, produce estos resultados. El mismo gobierno que transformó el luto de la señora en una exitosa mercancía electoral, es el que intentó generar una corriente solidaria de simpatía con un diagnóstico falso. Concretamente se especuló con la solidaridad que una enfermedad temible generaría a favor de la señora. ¿Quién puede ser el desalmado que luego se atreva a criticar a una viuda que, además, padece cáncer?

La otra hipótesis a analizar tampoco los deja bien parados a los voceros del poder. Si no hubo manipulación hubo irresponsabilidad. Y hasta es probable que haya habido un poco de cada cosa. Lo cierto es que lo que realmente sucedió no tiene nada que ver con lo que pretendieron hacernos creer. Como se suele decir en estos casos: cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.

¿Viva el cáncer?