editorial

Tragedia al modo italiano

No exageran algunos periodistas italianos cuando interpretan lo ocurrido con el barco Costa Concordia como un emergente de la degradada Italia de nuestros días. Tal como lo prueban los informes acerca de los acontecimientos que llevaron al naufragio del buque de pasajeros, lo sucedido no se puede atribuir a un accidente de la naturaleza o a algún factor azaroso. Por el contrario, cada vez es más evidente que la responsabilidad humana fue decisiva.

El comportamiento del capitán Francesco Schettino es tristemente aleccionador. Violó todas las reglas de su profesión, desde las más elementales a las más complejas. Contrariando lo que se conoce como las reglas del mar, abandonó el barco, se despreocupó de la suerte de sus pasajeros y huyó cobardemente sin prestar atención a las órdenes del comandante de la guardia costera de Livorno, cuya orden Vada a bordo, cazzo, sintetiza la felonía de Schettino.

Por insensatez o vanidad, el marino intentó acercar la nave a la costa a través de maniobras expresamente prohibidas, porque hasta el más sencillo remero sabe de los peligros de navegar cerca de la costa. Por aun, ahora se sabe que el malhadado capitán realizó movimientos de este tipo en más de cincuenta oportunidades, por lo que es lógico inferir que a su irresponsabilidad hay que sumarle la de sus compañeros de tareas y la de los propios directivos de la empresa. Es que no resulta creíble que tantas imprudencias hayan pasado desapercibidas durante tanto tiempo.

Pero el naufragio del barco puso en evidencia otras irregularidades. Como lo señalan los reglamentos, los viajeros deben recibir un entrenamiento básico para actuar en situaciones de emergencia. Estos simulacros se hacen cuando el viaje se inicia y son obligatorios. Nada de esto ocurrió. Cuando se produjo el choque contra las piedras, los pasajeros estaban indefensos y quedaron librados a su suerte. Faltaban botes y chalecos salvavidas. Y si alguna ayuda recibieron, se debió a iniciativas individuales de algunos tripulantes. No se organizó como correspondía la evacuación del barco, de lo que se deduce que faltaba preparación para afrontar una emergencia de esta clase.

Anomia, incumplimientos, violaciones de la ley; irresponsabilidad individual y colectiva, incompetencia y cobardía moral de la capitanía; el combo de irregularidades fue grande y el resultado, trágico. Atendiendo a estos antecedentes, se comprende que muchos visualicen el estrago como una metáfora de la Italia actual, sumida en la crisis después de ser humillada por el gobierno del insólito Berlusconi.

De más está decir que la lección alcanza a países cuyas clases dirigentes siempre están dispuestas a disfrutar de los privilegios que les otorgan sus funciones, y a los que les suele costar hacerse cargo de sus deberes. Como siempre, la observación confirma que las peores consecuencias de estas conductas irresponsables e ilegales las terminan pagando los más débiles e indefensos.