editorial

Argentina y la economía 2012

Son cada vez más evidentes las señales que alertan sobre un nuevo freno de la economía mundial. Dicen los analistas que la crisis internacional de los últimos meses no fue otra cosa que el rebote sobre el piso de una crisis nunca superada, y cuyo origen se remonta al reventón de la burbuja inmobiliaria de los EE.UU. en 2008. Ahora, se suman informes que pronostican una marcada merma del crecimiento de las economías mundiales para los próximos seis meses. La pregunta es cuánto afectará todo ello a la economía argentina.

Algo de razón exhibió el ministro de Economía, Hernán Lorenzino, cuando a fines de enero auguró que el 2012 será un “buen año” para la economía argentina. pese a que el panorama mundial será “complicado” y no habrá desde el exterior “viento de cola”. En realidad, lo que claramente se observó en los últimos años era una expectativa positiva que se apoyaba en el valor de las commodities y la fuerza del comercio internacional. Es cierto que la referida apreciación de Lorenzino no es antojadiza, pero por ahora no influye en la visión optimista del conjunto del gobierno sobre la economía doméstica. Ello implica reconocer que se espera un buen año, con crecimiento. Y en ese encuadre, lo único que podría modificarse es el porcentaje del crecimiento, que sí tendrá mucho que ver con el escenario internacional.

Por su parte, la economía provincial afronta un panorama similar pero más complejo, porque varias de sus principales producciones están afectadas por políticas intervencionistas de la Nación y factores climáticos inmanejables. El tema es poder disponer de los instrumentos para cumplir con las metas de crecimiento, de empleo, y de inclusión social.

El gobierno nacional ha definido que el modelo que quiere profundizar tiene como objetivos el crecimiento, el empleo, la inclusión social. Eso debería ser prioritario para cumplir con las pautas presupuestarias. Nadie espera hoy que la crisis internacional alcance un volumen tan importante que pueda terminar volatilizando esas metas. Todos saben que este año persistirán las turbulencias internacionales, pero la apuesta oficial al sostenimiento del mercado interno puede morigerar sus efectos. De todos modos, el déficit fiscal del año pasado -el primero desde 2003- y la sostenida fuga de capitales crean insoslayables interrogantes.

Si se mantiene el ritmo de la inversión real directa -que el año pasado aumentó por encima del 40 por ciento- se podrá pensar un incremento del PBI por encima de los tres puntos. Después quedarán aspectos que necesitan una corrección. La quita de subsidios a los servicios públicos, el Indec, la creciente burocracia (trabas) a exportaciones e importaciones, son cuestiones muy significativas de la agenda de este año. Sería conveniente que el gobierno nacional las incorpore a su rutina, para prevenir en lo posible un impacto impensado e intolerable y, consecuentemente, una incontrolable efervescencia social.