Las ilustraciones devuelven los cuentos a los adultos

El francés Benjamin Lacombe ha dado una imagen nueva y fascinante a Blancanieves (Edelvives, 2011).

Las ilustraciones devuelven los cuentos a los adultos

Las niñas ya no quieren ser princesas, como anunció Sabina. No al menos ésas de imagen almibarada que poblaban los cuentos infantiles muy al estilo del Disney más clásico. Sus gustos se ajustan más a lo que un nutrido grupo de dibujantes ha sabido captar hasta conseguir que los cuentos ilustrados se coloquen en las listas de libros más vendidos. Y es que no sólo atraen a los niños, también a sus padres.

TEXTOS. PILAR SALAS. FOTOS. EFE REPORTAJES.

 

Dibujos inquietantes e incluso tenebrosos, en ocasiones de reminiscencias góticas, a veces satíricos, puntualmente con guiños al cómic y que conforman auténticas obras de arte en muchos casos, acompañan a versiones más respetuosas con las narraciones originales, que no ahorran a los niños la maldad con la que los personajes fueron concebidos. También a nuevos relatos.

Uno de sus máximos exponentes es el francés Benjamin Lacombe (París, 1982), admirador de Tim Burton y su fascinante imaginería, de Alfred Hitchcock y su modo de transmitir el suspense en un plano, de Pedro Almodóvar y su estética particularísima y desbordante. Pero también de las pinturas de los flamencos del Quattrocento.

El ilustrador que ha dado una nueva imagen a “Blancanieves” (Edelvives, 2011) o se ha atrevido a afrontar el maltrato en “La niña del silencio” reconoce que se inspira en la vida y en los personajes que lo rodean para elaborar sus dibujos. Así conforma su aclamada e identificable estética.

Consciente de que algunos padres son reacios a compartir con sus hijos estas ilustraciones, a menudo oscuras, les recomienda que no los traten “como si fueran tontos” a la hora de leer.

En la misma línea se sitúa la española Ana Juan (1961), quien recuerda que, si bien los padres compran los cuentos “satisfaciendo en mayor parte sus gustos que los de sus hijos”, los niños “aprenden a apreciar ciertas estéticas menos convencionales que las que les serían ofertadas por editoriales con muy poco sentido de la innovación y el riesgo”.

Juan, colaboradora de The New Yorker y Premio Nacional de Ilustración 2010, sostiene que “no es un tema de ilustración infantil o para adultos; es cuestión de imágenes que cumplan su cometido y transmitan el espíritu del texto del que van de la mano”.

Y bajo esa premisa ha dibujado nuevos mundos desasosegantes para “Caperucita roja” (Nórdica Libros, 2011), “The Girl Who Circumnavigate Fairyland in a Ship of her Own Making” (Feiwel & Friends, 2011) o “Snowhite” (Edicions de Ponent, 2000).

En su opinión, este “renacimiento” de la ilustración se debe a una generación que, tras crecer con libros ilustrados infantiles, vio “cómo un nuevo lenguaje de la imagen se apoderó de los medios, revistas o cómics”.

“Estos lectores, habituados a convivir con imágenes, siguen comprando libros ilustrados para adultos, novelas gráficas, cómics... y también para sus hijos”, sostiene.

Enemiga de etiquetar su obra, asegura que le inspira cualquier cosa que la emocione en un mundo “lleno de estímulos visuales” y destaca de entre sus preferencias pictóricas “de la pintura flamenca a Rothko, Brancusi pasando por Chagall...”

SIN COMPUTADORA

También la reconocida ilustradora Rébecca Dautremer (1972) ha revolucionado el imaginario de clásicos como el Pulgarcito de Charles Perrault o la Alicia de Lewis Carroll. Apasionada de los pintores flamencos, del lenguaje cinematográfico y de la fotografía, los dibujos de Dautremer salen directamente de sus lápices, ya que prefiere no trabajar con la computadora para crear un mundo onírico y delicado.

La francesa tampoco es partidaria de proteger en exceso a los niños y opta por mostrarles sentimientos como la tristeza, la melancolía y la nostalgia, porque son cotidianos. Esta actitud le ha permitido vender más de 30.000 ejemplares de “Princesas olvidadas o desconocidas” (Edelvives, 2009), una incursión en la realeza más ignota para desvelar aspectos secretos de su peculiar universo.

La denominada literatura progresista infantil ha contribuido a romper muchos esquemas. Aunque la ilustración de cuentos para niños también ha tenido en el pasado figuras exitosas como los ingleses Arthur Rackham (1867-1939) y Warwick Globe (1862-1943) o el francés Edmund Dulac (1882-1953) con cuidadas ediciones de obras de los hermanos Grimm y Hans Christian Andersen, entre otros.

Precisamente el escritor danés (1805-1875) -autor de obras como “El traje nuevo del emperador”, “La sirenita” o “El patito feo”- da nombre al premio Andersen de Literatura Infantil, considerado como el Nobel del género, y que ganó en 2010 en el apartado de ilustración la alemana Jutta Bauer (Hamburgo, 1955) por su “aproximación filosófica, su originalidad, su creatividad y su habilidad para comunicar con los jóvenes lectores”.

Bauer, lanzada ya no sólo a la ilustración sino también a la escritura de cuentos, pertenece a este nuevo estilo destinado a niños contemporáneos, menos inocentes. Y también a sus progenitores.

Así, no sólo se escriben nuevas historias, sino que se recuperan clásicos que se alejan del estereotipado final feliz sin ahorrar sinsabores al lector como “La niña de los zapatos rojos” (Impedimenta, 2011), con la personalísima impronta de la española Sara Morante (1976), que sólo utiliza el blanco, el negro y el rojo en sus dibujos.

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La ilustradora española Ana Juan ha dibujado nuevos mundos desasosegantes para “Caperucita Roja”.

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Lacombe admira a Tim Burton, Alfred Hitchcock, Pedro Almodóvar y los pintores flamencos del Quattrocento.

Dibujos inquietantes e incluso tenebrosos, en ocasiones de reminiscencias góticas, a veces satíricos, puntualmente con guiños al cómic y que conforman auténticas obras de arte en muchos casos.