Los amores imaginarios

El desvarío estético-sentimental

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Golpecitos al corazón... La segunda película del jovencísimo director francocanadiense Xavier Doland (que en inglés se conoció como “Heartbeats”) despliega los sentimientos encontrados que circulan por el delirio amoroso en un marco estético que no escatima detalles personales. Foto: Télam

Por Rosa Gronda

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Marie y Francis son dos jóvenes francocanadienses (él gay y ella hétero) que viven holgadamente en una sociedad que no muestra más conflictos que las relaciones interpersonales familiares, amistosas o sentimentales. Esta dupla tiene entre sí, una amistad de almas gemelas, compartiendo refinadas aficiones intelectuales y una alta dosis de frivolidad que incluye la adhesión apasionada a la moda vintage, particularmente en la ropa, pero también en la poesía y las películas: precisamente “Los amores imaginarios” se inicia con una cita de Alfred de Musset, uno de los máximos referentes de la lírica amorosa del siglo XIX: “No hay más verdad en el mundo que el delirio amoroso”.

Los protagonistas tienen una insatisfecha vida sentimental por separado, que comprende fugaces amores de alcoba, cuya frustración pareciera devenir de que la atracción no pasa más allá de lo físico. A lo largo de la historia, los veremos a cada uno por su lado intercambiando besos y caricias sin excesivo convencimiento con sus parejas ocasionales. Pero el desencadenante que moverá el conflicto de la película será la aparición de un Nicolás, un efebo de irresistible seducción que parece compartir con ellos los mismos gustos intelectuales, desde la poesía romántica al cine de Audrey Hepburn. Y sucede lo previsible: al reunir lo que en ellos funcionaba por separado (la atracción física y espiritual), Marie y Francis se enamoran de Nicolás y aunque no lo admitan abiertamente, la irrupción de este personaje desencadena un delirio amoroso en cada uno de ellos y se desata la competencia por la atracción del objeto de deseo. Los sentimientos encontrados se suceden en la tensión de un triángulo que va desde la idealización a la histeria y el desencanto.

Espejismos compartidos

Xavier Dolan, el joven director y actor de su película (donde interpreta a Francis), entrelaza la ficción con su vida real al modo en que lo hacen los blogs, entretejiendo una estética personal que no descuida detalles, logrando un producto nada clásico y muy ecléctico, donde la banda sonora junta temas de Dalida (diva popular de los sesenta) para en algún momento de intimidad, deslizar una suite de Bach que se deja oír en ambientes confortables rodeados de pinturas, esculturas y libros.

El conflicto principal de los dos amigos enamorados de un tercero que no se define por ninguno, está enmarcado por otros relatos con estilo documental, donde diferentes jóvenes anónimos confiesan sus conflictivas experiencias sentimentales, que van desde la inseguridad de género hasta la paradójica certeza de que la distancia física y la lejanía de lo imposible son acicates decisivos de los grandes fuegos que se vuelven demasiado suaves o directamente desaparecen en la cotidianeidad.

Gozosas banalidades

Con ombligo narcisista y bastante talento, Xavier Dolan captura el desarraigo radical de su generación en que la frivolidad es una impronta fuerte, que se imprime en la permanente coreografía que a veces importa casi más que los personajes que laten al ritmo de modas que comparten la nostalgia de otros tiempos.

El estilo del director canadiense es un compendio de referentes cinematográficos que remiten tanto a Pedro Almodóvar como al hongkonés Wong Kar-wai, pero también a los devaneos sentimentales de Woody Allen (“Hanna y sus hermanas”) y muy particularmente a Eric Rohmer (“La rodilla de Clara”), siempre indagando en las diferencias entre la amistad y el amor. La lista de influencias no se agota y podría seguir con guiños a la nouvelle vague de Godard y Truffaut (“El desprecio”, “Jules et Jim”) e incluso abarcar al “Teorema” de Passolini y a “Muerte en Venecia” de Luchino Visconti. Aunque siempre, eso sí, la preocupación está más puesta en el cómo que en el abordaje profundo de la sustanciosa médula temática.

Estas historias de amores imposibles acumula variantes en sus discursos sobre el amor, desde la chica que mediatiza las emociones y habla al ritmo de la respiración de un e-mail, hasta quien escribe poemas sobre papel y en máquina de escribir para depositarlos en sobres con sello lacrado.

Es cierto que el filme respira sensualidad y evita ser demasiado explícito, recortando el plano. Se detiene en rituales personales y catarsis individuales: las marcas en la pared, la ceremonia de vestirse, la masturbación con una prenda del amado ausente y que no reconoce la pasión que ha desatado. Formalmente, se corresponden los fragmentos del discurso amoroso con las escenas preparadas como mosaicos que se yuxtaponen en el montaje, que refleja el permanente hilo de la confusión amorosa, el territorio de amores idealizados sin entidad más allá de fantasías sentimentales no correspondidas.


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BUENA

Los amores imaginarios

Origen: Canadá, 2010. Dirección y guión: Xavier Dolan. Fotografía: Stephanie Biron Weber.

Montaje: Xavier Dolan. Producción: Xavier Dolan, Carole Mondello, Daniel Morin. Reparto: Monia Chokri (Marie Camille), Niels Schneider (Nicolas M.), Xavier Dolan (Francis Riverëkim) y otros. Duración: 95 m. Se exhibe en el cine América.