Artes visuales

Mirar un cuadro

La nota

“Contrapunto y paisaje” de Antonio Berni. Fotos: ARCHIVO EL LITORAL

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Bañista, de Eddie Julio Torre.

Domingo Sahda

En los términos en que la sociedad urbana denomina “Temporada” se publicitan acciones socio-culturales públicas de diverso tenor e intencionalidad. Entre estas actividades promocionadas se señalan las Exposiciones de Arte Visual en tal o cual lugar, espacio acotado en el que alguien saca a la luz pública su producción, en este caso artística, sometiéndose, aún sin admitirlo, a la opinión de propios y extraños, quienes entre zalamerías de edulcorado compromiso y ácidas miradas de juicio reprobatorio solapado en educadas maneras, ellas, las pinturas, las obras en exposición intentan sostener la mirada del ocasional espectador. Las imágenes dibujadas, pintadas, grabadas, las cerámicas, las esculturas elaboradas con los más diversos materiales son siempre la manifestación visible de la inteligencia humana puesta en ocasión. El arte de la imagen, que acompaña al hombre desde los orígenes de la vida en comunidad precariamente organizada, pone en primer plano el valor y la necesidad de la misma como aglutinante social de proteica significación. En el devenir de los tiempos y las culturas las imágenes pintadas, encerradas en arcosportales, devinieron en lo que hoy llamamos indistintamente “cuadros”, sean estos cuadrados o redondos (“tondos”).

Ellas, las imágenes pintadas y montadas en cuadros siempre han generado conflictos más o menos fragorosos, rechazos virulentos y “quemas públicas. Desde el Monje Savonarola en la Florencia pre-renacentista hasta la “Entartete Kunst” (Arte Degenerado), colección de pintura moderna confiscada por el nazismo y exhibida como escarnio para sus creadores. Ello, y muchas otras consideraciones, entre las que también cabe mencionar el escándalo social de la exhibición semiprivada de la pintura “Le Lever de le Bonne” de Eduardo Sivori en el mojigato Buenos Aires de fines del siglo XIX, prueban que las obras de arte, en este caso las pinturas, los llamados cuadros nunca encierran inocentes láminas. Ellos comportan un lenguaje que pretende comunicar a quien mira alguna cuestión que se entiende como sustantiva. El arte visual entendido como proceso inteligente en acción, cristaliza en el plano, en el volumen una concepción de sociedad-mundo y personas que está muy lejos de la banalidad social que ostenta la pintura como resultado de la ocupación para el tiempo libre, un ocasional divertimento para llenar horas muertas. Abstractas o figurativas, las configuraciones que se ofrecen demandan su lectura. Quien no accede a ellas deberá responderse por su limitación.

A mirar se aprende por cuanto implica poner en foco de especial atención un hecho al que nos enfrentamos. La develación del contenido corre por cuenta de quien mira. Y aquí como en tantos otros casos, la ignorancia no es una virtud a ostentar graciosamente sino una carencia a enmendar.

El arte visual nunca es un ornamento baladí, prefigura la existencia de símbolos y signos, de espacios y de formas humanas de rápida identificación o de connotación simbólica que requiere un redoble de atención. El lenguaje visual es un puente de vinculación interpersonal.

La aceptación de lo visualmente obvio y a primera vista como retícula de calidad niega la hipótesis de que toda pintura, todo “cuadro expuesto” es de algún modo el espejo de quien lo mira, de igual modo no alcanza la categoría de lenguaje visual, de pintura, el borroneo o el chorreado de materia buscando efectos ópticos cuya esencialidad es puramente catártica.

Esto es parejo y equidistante de la perfección de la forma como forma misma, de esmerado oficio y vaciada de significación más allá del “prolijo” tratamiento.

Quien expone, se expone. Y muchas veces confunde al comentario que no ensalza sino que cuestiona, como una agresión hacia su persona. Error mayúsculo. Se reflexiona sobre la obra expuesta y no sobre las calidades morales o intelectuales de la artista en cuestión. A menos, claro está, que la “palmoterapia” alcance para dejar a todos tranquilos y convencidos de que aquello que se expone es una magna obra.

Las artes visuales se constituyen en lenguaje vinculante. Cada quien decide cómo usar este lenguaje creado por el hombre y para el hombre, código visual que lo distingue esencialmente de otros mamíferos que transitan la corteza terrestre.

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Fotografía de Maria Rosa, de Emilio Pettorutti.