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Ritual

Darío Pignata

Así como los rosarinos patentaron, antes de jugar cada Newell’s-Central, el “banderazo” de aliento en el último entrenamiento, desde que los clubes de Santa Fe esperaron el jubileo por sus míticos 100 años se impuso la moda de festejar en la previa de cada uno de los cumpleaños después de cumplir el primer siglo de vida.

Esto es algo que se fue incorporando de manera impostergable y al cual Unión le agregó anoche otro capítulo inolvidable. Pasa acá y en ningún otro lugar del mundo. Caravana multitudinaria por las calles de la ciudad, llegada a la sede de López y Planes, bombas de estruendo, bengalas. Todo pintado en rojo y blanco: gorros, banderas, vinchas, camisetas. Estaban los fanáticos, sí; pero se vio mucha familia, como si ya estuviera incorporado al calendario social. Los abuelos, los padres, los hijos. Todas las generaciones juntas.

Este ritual es netamente santafesino y Unión le puso anoche su sello a pura bengala: casi una por cada uno de los que estaban en el momento culminante de las doce de la noche.

Si bien en muchos de sus 105 años, el club le sacó brillo a las distintas disciplinas deportivas, Unión fue, es y será fútbol. Y en ese punto, hoy el equipo que juega y la gente que alienta es uno solo. Es lo mismo. Pelean juntos cada batalla de tres puntos.

Y de esa comunión en Unión, cualquier milagro es posible. Desde volver a Primera, intentar mantenerse y con el mismo combustible popular encender la ilusión de empezar a tener un estadio nuevo. El estadio de la gente, como lo bautizó El Litoral y prendió en el idioma tatengue.

“Adentro queda un cuerpo, la bengala perdida se le posó, allí donde se dice gol” inmortalizó el “flaco” Luis Alberto Spinetta en su futbolera letra de “La bengala perdida”. Anoche, a diferencia de ese Boca-Racing en el ‘83 que se llevó a Roberto Basile, el corazón de los hinchas de Unión explotó a pura bengala en el cielo de Santa Fe.

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