Entrevista a Eduardo D’Anna

Eduardo D’Anna

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De la Redacción de El Litoral

—“Diario secreto de Marco Polo” alude claramente a “Il Milione” (o, como se conoce en castellano, “Los viajes de Marco Polo”), esas crónicas de viaje que la familia intentó que Marco Polo in extremis confesara mentirosas, y que él se indignó declarando que apenas describían la mitad de lo que había visto y conocido. Quizás esa otra mitad se refiriera a los hondos secretos del mercader y explorador veneciano, y constituya este diario secreto...

—Hay una manifiesta fascinación en esa visión temprana del Oriente que tiene Marco Polo, que es como una prefiguración de lo que va a ser ver América. Cuando yo tenía ocho años sacaba en la primaria, con un amigo cuyo papá tenía un mimeógrafo, un periódico (que duró tres números); en él, como folletín sacábamos las aventuras de Marco Polo, copiadas de un libro infantil. Además, es un texto donde desde el vamos se plantea la cuestión de la mentira, o sea, es particularmente apropiado para la introspección. Y, claro, éste es un diario de lo más podrido y secreto que uno lleva adentro, aunque tampoco es nada del otro mundo: ver a tu mamá otra vez, escapar de ciertas mujeres, estar harto de trabajar...

—Hay un periplo en el devenir de estos poemas que no es sólo de tierras descubiertas y exploradas, y que no es sólo de introspecciones, pulsos, nostalgias. Es el periplo del viajero, que se va, ¿que huye?

—Claro, huye, quiere ir hacia atrás. Es una especie de Colón al revés. Ése es su pecado. Y está el problema del poder. Polo es un tipo que ha tenido contacto con el poder, y cuando llega cierto momento, se aburre. Entonces, se le ocurre volver, pero desde el poder no se puede ver bien por dónde se va, o se vuelve, y por eso se equivoca.

—En efecto, el periplo en “Diario secreto de Marco Polo” concluye con un poema final, estremecedor, en el cual Marco Polo confiesa su error. El error de regresar abriendo así el camino al mundo pérfido. Hubiera, concluye, “huir, pero hacia adelante”.

—Ser cagón no sirve de nada en la vida. Siempre se termina mal. Creo que es una filosofía de este tipo la que explica lo que hicieron los conquistadores, por ejemplo, eso de andar miles y miles de kilómetros con una armadura puesta. Al final, no es más que una versión, disminuida pero escrita de esas líneas de Cavafis: “No hay ciudad nueva, pues la ciudad te seguirá”. Lo único que acá la ciudad, precisamente, es la que no lo siguió, la que quedó atrás, es a lo que se quiere regresar.

—Los poemas, encabezados como todo diario por la fecha (día y mes, no el año, lo cual indetermina de alguna manera las peripecias, acercando autor y lectores a la primera persona que habla), utilizan a menudo frases en cursiva, y a veces todo el poema es en cursiva. Esas bastardillas coinciden con la apelación a Polo. ¿Apelación a sí mismo? ¿Intromisión del autor para apelar al personaje? ¿Una coincidencia de estas dos voces?

—Sí, las cursivas son otra voz. Un interlocutor más impiadoso, más realista.

—¿Significa este libro un cambio de dirección en relación al uso de la experiencia cotidiana? Los libros anteriores usaban el voseo, por ejemplo, mientras que aquí no.

—Es que se trata de un personaje histórico, al que no hubiera correspondido hacer hablar como un hincha de Newell’s. De ahí el uso de las formas del “tú” (y no para conseguir que me lo publiquen los gallegos, como andan diciendo por ahí). Creo que un poeta tiene que ser versátil, si no, los lectores se opian.

—Contemporáneamente, y también en Alción, acaba de editarse su traducción (e introducción y notas) de los “Poemas completos”, de William Butler Yeats, el gran poeta irlandés, Premio Nobel 1923. En una próxima oportunidad nos referiremos específicamente a este notable aporte para el conocimiento en nuestra lengua de este poeta de profundas resonancias místicas, esotéricas, filosóficas, míticas, pero le pediría que nos anticipara cuáles fueron los motivos de fascinación que ejerció Yeats sobre usted, ya que viene trabajando en este autor desde su juventud.

—Vengo sabiendo que Yeats existía desde que tenía 14 años, desde que empecé a escribir. En revistas de divulgación como “Enciclopedia estudiantil” se hablaba de él porque era Premio Nobel, y aparecía algún poema también. Y siempre me gustó, no sé por qué. Pero después, nada, Así que cuando tenía 18 años, en Buenos Aires, en una librería como clandestina que se llamaba Quartier Latin, que tenías que tocar un timbre para entrar, y era un departamento con las paredes forradas de libros cuya existencia y dirección me habían dado como un valioso secreto-, encontré una traducción al francés, en una edición bilingüe, y así empecé a conocer algo más de su obra, y a traducir los primeros poemas. Y un par de años después, una amiga que fue a Londres me trajo los poemas completos. Y los leí, y los empecé a traducir, y seguí durante cuarenta años haciendo eso. Hasta que terminé. Cada vez que me sentía confuso sobre lo que tenía que escribir yo, traducía a Yeats, y él me llenaba de ideas. Y por cierto que su poesía, además de ser “un poquito” mejor que la mía, es muy distinta, ¿no?

“Marco Polo con traje tártaro”, de Charles Leopold Grevembrock.

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Eduardo D’Anna.

 

Eduardo D’Anna (Rosario, 1948) ha publicado una veintena de libros de poesía (entre ellos: A la intemperie, La máquina del tiempo, Zoológicos y 2491). En 2001 publicó su novela La jueza muerta; en 2005 un ensayo sobre el patético centralismo cultural en la Argentina, Nadie cerca o lejos, y en 2007 una historia literaria de Rosario, Capital de nada. En esta entrevista se refiere a Diario secreto de Marco Polo y a su traducción de los Poemas completos de W.B. Yeats, ambos libros editados por Alción.

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El compendio del siglo XV sobre el relato de Marco Polo, titulado “El Libro de las Maravillas”, de Juan Sin Miedo, duque de Borgoña, contiene ilustraciones que alucinan y a menudo contradicen lo descripto por Polo. Así, los rinocerontes de Sumatra se convierten en unicornios, la aseveración de que los pobladores de las Islas Andaman tienen “cuellos, ojos y dientes parecidos a los de los perros” se convierte en la ilustración en los cinocéfalos de la tradición medieval, o la “raza muy salvaje” que habita Siberia se transforma en hombres con cara en el pecho o una sola pierna enorme que da sombra a su poseedor.

Eduardo D’Anna
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