La Sinfónica Provincial junto a Domenico Nordio

Un Brahms con virtuosismo y variados matices

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El corpulento veneciano hizo gala de una amplia gama de recursos expresivos en su interpretación del Concierto para violín en Re Op. 77.

Foto: Gentileza Ministerio de Innovación y Cultura - Orquesta Sinfónica

 

Ignacio Andrés Amarillo

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En el marco de su programación 2012, la Orquesta Sinfónica Provincial de Santa Fe dedicó el viernes pasado un concierto a Johannes Brahms, que abrió con la Obertura Trágica, y tuvo como plato fuerte el Concierto para violín en Re Op. 77.

Intensidades

Domenico Nordio fue el invitado para interpretar una obra compleja y demandante, que da poco respiro al solista, que debe llevar la voz cantante mientras la formación a veces sostiene (el basso continuo en los fagotes, los acordes en las cuerdas), a veces dialoga, y por momentos disputa protagonismo. El ajuste con el que la Sinfónica interactuó con el solista es de destacar, bajo la batuta del titular del organismo, el uruguayo Roberto Montenegro.

Por el lado de Nordio, el corpulento veneciano hizo gala de una amplia gama de recursos expresivos, poniendo el virtuosismo y el control de intensidad que demanda la obra: los potentes ataques de arco en el primer movimiento, los agudos pianíssimos, claros y sostenidos en el segundo, las intrincadas melodías del tercero.

Mención aparte de la cadenza (ubicada en el primero), un resumen de esa gran variedad de intensidades, reguladas por la autonomía del violín solo y el aire romántico de Nordio.

Romanticismo que el invitado volvió a desplegar en el bis, la Sarabanda de la Partita Nº 2 en Re menor para violín solo de Johann Sebastian Bach, que Nordio interpretó como si fuese escrita en el siglo XIX.

Ensamble

Montenegro es uno de esos directores que conciben a la formación orquestal como su instrumento, y sabe que cada una de las cuerdas del mismo es una persona. De tal manera que tañe cada una de esas cuerdas con precisión, siempre pensando en el desarrollo del conjunto.

En la Sinfonía Nº1, el conductor supo parar a la orquesta con la misma elegancia aristocrática con la que se para sobre el podio. Así, sabe jugar entre momentos más “germánicos” y otros más “franceses”, más sostenidos en las cuerdas que en los bronces y timbales.

Cuando se llega al último movimiento, un adagio, parecería que la obra terminará con una intensidad impropia de un autor alemán; pero la obra comienza a intercalar momentos álgidos que preanuncian un final que sí, se apoya en la potencia de los bronces y los timbales, demostrando (al igual que la obra anterior) la orfebrería realizada por el titular sobre el organismo, al que ha sabido hacer crecer como conjunto y en sus individualidades.