Verbitsky y los 30.000 desaparecidos

Rogelio Alaniz

Si las agencias de noticias no mienten o no sacan de contexto las palabras, el señor Horacio Verbitsky reconoció que podrían llegar a ser verdaderas las declaraciones de Videla acerca de que el número de desaparecidos puede ser de 7.000 personas y no 30.000 mil, como insisten los llamados organismos de derechos humanos. Verbitsky se refiere al libro “Disposición final”, escrito por el periodista Ceferino Reato, en el que Videla accede a opinar acerca de temas sobre los cuales, hasta ahora, había guardado riguroso silencio.

Verbitsky considera que la información del libro es valiosa, porque por primera vez la máxima autoridad política del terrorismo de Estado admite que los desaparecidos fueron asesinados, una verdad que no necesitaba de la opinión de Videla para conocerse, pero que desde el punto de vista político termina por disipar dudas al respecto.

La otra duda que se disipa -o empieza a disiparse- es la consigna de los 30.000 desaparecidos. Por primera vez en muchos años se admite a regañadientes, con medias palabras o mirando para otro lado, que la cifra pudo ser algo exagerada. Y por primera vez, pareciera que quienes así opinan no serán estigmatizados como amigos de los torturadores o agentes de la dictadura militar o la CIA.

Contra quienes suponen que el cambio de números debilita la causa de derechos humanos habría que decirles que nunca la verdad debería debilitar una buena causa y, en todo caso, a los únicos que afectaría sería a quienes mintieron a propósito o mintieron porque se dejaron llevar por su subjetividad ideológica. En cualquiera de las variantes, lo cierto es que la cifra de muertos por la dictadura militar gira entre los siete mil u ocho mil personas y no treinta mil como se propagandizó de manera facciosa.

Ocho mil muertos por un régimen militar es una cifra atroz, algo así como si el Estado matara a una persona por día durante casi veinte años seguidos. Sin embargo, esa atrocidad a algunos no les pareció tan elocuente. Una suerte de desfasaje emocional, en el mejor de los casos, o algo así como una manipulación ideológica sobre lo sucedido, condujo a este fraude político.

Por su parte, Videla intenta en “Disposición final” dar alguna justificación sobre la decisión tomada y no hace más que arrojar más sombras sobre su responsabilidad y la de sus camaradas de armas. El ex dictador intenta presentar lo hecho como algo inevitable e irreversible, como la salida lógica a una situación inmanejable, cuando de hecho lo que hicieron fue el producto de una elección que, como toda elección, podría haber sido desechada para implementar otra. No deja de ser interesante, al respecto, el momento en que Videla narra la reunión con Luder y los principales ministros del peronismo de entonces. No deja de ser interesante, porque allí los militares presentaron un abanico de opciones para terminar con la guerrilla y los peronistas eligieron la más dura. “Mátenlos como ratas”, fue el consejo humanitario que brindaron

Retornando al tema de las cifras, Verbitsky dice, luego de admitir lo que ya es imposible de defender, que el número no importa. Si lo que quiere decir es que, a la hora de matar, desde el punto de vista filosófico o religioso un muerto es igual a un millón, sus palabras merecen compartirse. Pero como Verbitsky no habla desde el humanismo filosófico, sino desde el más crudo realismo, no se entiende que dé lo mismo decir siete mil muertos que treinta mil.

No se trata de un error de matices (siete mil o treinta mil), se trata de una diferencia del 400 por ciento. Ya no estamos ante un error, estamos ante una mentira. Es como si se dijera: ya que la comparación está siempre a mano, en lugar de cinco millones de judíos asesinados por los nazis se dijera veinte millones. Por supuesto que con una cifra u otra estamos ante un Holocausto, pero los números en la vida cotidiana y en la política algún significado tienen.

Un muerto perpetrado por el Estado es un crimen imperdonable desde el punto de vista del derecho y los valores, pero a nadie se le escapa que no es lo mismo un régimen que después de estar cinco años en el poder mata a una persona y un régimen que mata a ocho mil, porque la diferencia de escala da cuenta de una decisión política sistemática, la puesta en marcha de una maquinaria de muerte.

La pregunta a hacerse, en todo caso, es por qué si, como lo señalan todos los informes oficiales no oficiales el número de muertos era de siete mil u ocho mil (APDH, Amnesty, Conadep, OEA) se instaló la cifra de treinta mil. La respuesta a esta especie de inflación de la muerte, me parece que obedece a dos motivos: el primero, relacionado con el deseo de otorgarle a la tragedia pinceladas más gruesas y macabras. Es como que para la subjetividad de cierta militancia la cifra de siete mil fuera demasiado. Treinta mil, en cambio, les parece más digna y, al mismo tiempo, más operativa, porque con ese número es posible instalar el otro concepto, a mi juicio equivocado, del genocidio, otra suerte de adjetivación que carece de sustento histórico y teórico, y que se repite casi como un jingle, un jingle siniestro, pero jingle al fin.

El otro motivo por el cual se agrandaron las cifras es más objetable. Lo dijeron algunos de los exiliados comprometidos con los derechos humanos en aquellos años: para gestionar solidaridad internacional era necesario imponer una cifra más elocuente, que impresionara más. Una vez más pareciera que siete mil muertos no les alcanzaba, aunque esta vez la mentira ya no obedecía a una, si se quiere comprensible subjetividad, sino a una expectativa económica.

O sea que, por una causa u otra, se ha mentido y en más de un caso se ha mentido deliberadamente. En la Argentina hubo terrorismo de Estado, pero no hubo genocidio. Esto no disculpa a los militares, pero empieza a poner las cosas en su lugar. No se trata de números o palabras, se trata de describir la tragedia que vivió la Argentina con los tonos y trazos de la verdad.

Es precisamente, en nombre de la verdad, de la verdad histórica o de la que más se le pueda aproximar, que es necesario precisar datos y conceptos. Sobre todo cuando los datos han sido falseados y los conceptos manipulados.

Recuerdo al respecto, que en una olvidable polémica que sostuve con Hijos, uno de sus plumíferos sostuvo, que la cifra de treinta mil desaparecidos poseía el mismo valor afectivo que los goles de Maradona. Fue su argumento más eficaz y, conociendo al personaje, es probable que haya creído que fue el más inteligente. Parodiando un texto clásico diría: “Por sus comparaciones lo juzgaréis”. Ironías al margen, no insultemos la memoria de los muertos y la inteligencia de nuestros contemporáneos. Estamos hablando de víctimas, de hombres y mujeres asesinados sin misericordia por un régimen de muerte. Sin embargo, el plumífero de ocasión no se le ocurrió nada mejor que comparar lo siniestro con los goles de Maradona. Si éstos han sido los criterios de verdad para evaluar los hechos, todo lo demás puede entenderse.