La vuelta al mundo

Las elecciones en Francia

por Rogelio Alaniz

Francois Hollande se impuso a Nicolás Sarkozy, pero no se sabe si logrará imponerse a Angela Merkel, la exponente real de la derecha europea y la titular de las posiciones más ortodoxas para enfrentar la crisis económica y financiera que agobia a la Unión Europea. Por lo pronto, el líder socialista le ha ganado a la derecha local, expresada por Sarkozy, aunque por esas paradojas de la política, un porcentaje interesante de votos provino de esa masa de personas que pueden votar por la derecha o por la izquierda, sin que la contradicción les genere el más mínimo cargo de conciencia.

A Sarkozy lo derrotó la crisis, más que el carisma o las desabridas propuestas de Hollande. Si la situación hubiera sido inversa, el resultado habría sido parecido. España en ese sentido es un ejemplo aleccionador: el PSOE fue consumido por la crisis y el beneficiario fue Rajoy, un típico exponente de la derecha española. De ello podría deducirse que no es la conciencia social lo que lleva al electorado a la izquierda o a la derecha, sino los rigores de la crisis. En las sociedades consumistas pareciera que la democracia se expresa a través de estas preferencias, aunque sería un error suponer que el consumismo es la única variante que condiciona las preferencias electorales.

Se supone, de todos modos, que no es lo mismo un presidente socialista que uno conservador. No es lo mismo, pero tampoco hay que suponer que van a pasar cosas extraordinarias. Como se dice en estos casos, si la derecha gana las huelgas demoran un mes en llegar, con lo socialistas demorarán cinco o seis meses, pero en ambos casos las huelgas llegan, porque las sociedades beneficiadas durante décadas con el estado de bienestar, no están dispuestas a aceptar pasivamente los rigores de los ajustes por más explicaciones racionales que les den.

Puede que en temas tales como la inmigración, las soluciones socialistas no sean las mismas que las de los conservadores, pero a la hora de administrar la crisis en términos capitalistas, lo que marcará la diferencia no será la ideología sino la capacidad de gestión y el propio desenlace de la crisis en escala europea. Hollande ha dicho que a la austeridad promovida por los conservadores, no se la puede vivir como una maldición divina, que hay que hacer algo. La pregunta es la siguiente. ¿Hacer qué diferente a los que propone Merkel? ¿Aumentar el gasto? ¿Mejorar la competitividad? No es fácil tomar decisiones en un mundo económicamente desquiciado, pero articulado al mismo tiempo.

Los socialistas llegan al poder después de más de quince años en el ostracismo. Hollande no es Mitterrand, pero el mundo del 2012 tiene poco que ver con el de 1980. En términos de imagen política, Mitterrand dispuso de una personalidad más sólida y consistente que Hollande. Mitterand era un peso pesado de la política antes de ser presidente, un personaje cuya comparación más cercana respecto del rol que le correspondía jugar en la historia, estaba más cerca de De Gaulle que de algunas de las austeras y recatadas personalidades del Partido Socialista

De Hollande no puede decirse lo mismo. Proviene de una familia acomodada, con un padre que militó en la derecha y hasta se dice que integró la célebre OAS. Fiel a la tradición de la clase dirigente, se capacitó en los mejores colegios, pero su carrera política exhibe un legajo más bien modesto: una banca de diputado y una gestión de alcalde en una localidad de menos de veinte mil habitantes.

A nadie se le escapa que su candidatura se la debe a la camarera del Hotel Sofitel de Nueva York, la mujer que descalificó con sus denuncias al candidato preferido de la llamada “izquierda caviar”: Dominique Strauss Kahn. El tropiezo amoroso del entonces titular del FMI, le permitió no sólo candidatearse, sino presentar un perfil opuesto a los brillos, luces y fuegos de artificio que adornaban la exuberante personalidad de DSK.

Según los críticos, el acto revolucionario más atrevido que Hollande ha hecho en su vida, ha sido pasearse en bicicleta por las Tullerías. Su escaso carisma, la pobreza de sus antecedentes políticos, dieron lugar a que su ex esposa, la brillante y ahora disminuida, Segolene Royal, diera a entender que lo más importante que hizo en su vida fueron los cuatro hijos del matrimonio, una observación que el propio Hollande admitió con un gesto pícaro y canchero, más cercano a un machista porteño que a un atildado socialista francés.

En política, daría la impresión que las coyunturas crean los personajes posibles para hacerse cargo de la nueva situación. Hollande, en ese sentido reúne los requisitos de ser la persona que el destino y su propia habilidad puso en la hora y el lugar adecuado. Se supone, de todos modos, que no es lo mismo un presidente socialista que uno conservador. No es lo mismo, pero tampoco hay que suponer que van a pasar cosas extraordinarias. Después de los arrebatos hiperkinéticos de Sarkozy, su insoportable cholulismo, su grosera identificación con las clases ricas y la banalidad de su exhibicionismo, los franceses estaban dispuestos a probar con otra fórmula

Del árbol caído se sabe que todos hacen leña, sobre todo cuando el árbol cayó por culpa de sus propias debilidades o excesos. Hoy todos le reprochan a Sarkozy que haya centralizado demasiado el poder o haya recurrido al aporte de reconocidos dirigentes socialistas para gobernar. Sarkozy dio lecciones de astucia política tomando esas decisiones, pero perdió de vista que su electorado nunca iba a terminar de digerir que los detestables hombres de izquierda cooptados por él, los siguieran gobernando. El casamiento con Carla Bruni tampoco dio resultados políticos. Los dos perdieron. Ella, porque su público progresista no le disculpó su casamiento con un conservador; y él, porque su platea nunca vio con buenos ojos a una mujer que provenía de una cultura ajena a los valores clásicos de la derecha. No, no fue un buen negocio político, aunque los amigos de los chismes dicen que la pareja sigue muy enamorada, por lo que ahora tendrán oportunidad de vivir su mundo privado sin las indiscretas interferencias del poder. ¿Podrán hacerlo? ¿Se resignarán a vivir como ciudadanos normales, una pareja que se hizo en el poder y disfrutó de él? Una buena pregunta para responder en otro momento

Habría que decir, que la derecha no estuvo mal representada con Sarkozy. Más allá de sus errores personales, fue un jefe de Estado que intentó poner a Francia a la altura de sus responsabilidades mundiales. Lo hizo con algo de desprolijidad, pero lo hizo. En el camino perdió adhesiones y la crisis terminó por doblegarlo. Las cifras del ballotage, de todos modos, dan cuenta de que a la hora de la verdad los franceses no se suicidan y distribuyen las cargas y los premios de manera equitativa. Hollande ganó, pero apenas por tres puntos.

Precavido, el flamante presidente se ha presentado como la autoridad de todos los franceses y ha convocado a la unidad nacional. Las políticas de Estado de Francia funcionan con independencia de la filiación derechista o socialista de sus ocasionales titulares. Con los socialistas en el poder, los trabajadores, los míticos “bobó”, es decir, la burguesía bohemia parisina que lealmente vota por la izquierda y, muy en particular, esa juventud que, a diferencia de la del ‘68, quiere integrarse y le teme al paro como a la peste, se van a sentir un poco más representados.

Francia está unida, pero no todos conciben a esa unidad de la misma manera. La extrema derecha y la extrema izquierda no están en condiciones de diputar el poder, pero su capacidad de influencia es cada vez más alta. Que Sarkozy haya tenido que derechizar su discurso para ganar el voto “lepenista”, es una prueba más de ese giro a la derecha del electorado. Al respecto, conviene advertir una vez más, que el voto a Le Pen proviene de diferentes sectores, pero su base social más consistente son los trabajadores urbanos y rurales, al punto que un observador llegó a decir que desde los tiempos en que el Partido Comunista era el representante “natural” de la clase obrera en Francia, no se observaba un voto de los trabajadores tan alineado con un proyecto de poder.

La victoria del socialismo en Francia, confirma que nunca es prudente pronosticar orientaciones políticas del electorado como si fueren leyes de la naturaleza. Después de la victoria de Rajoy en España y de los sucesos de Grecia e Italia, se llegó a decir que la ola de la derecha sería incontenible. Lo sucedido en Francia rompe con ese maleficio. ¿O es la excepción que confirma la regla? Todo es posible, pero lo real es que en esta coyuntura la gente vota en contra de quienes gobiernan, no importa su filiación ideológica. Esto quere decir que la crisis devora a toda la clqse dirigente.

Hollande no será un izquierdista temible -nunca se propuso serlo y por eso ganó- pero quienes lo votaron suponen que una alternativa diferente al clásico ajuste neoliberal es posible. O que la alternativa a los nuevos e inevitable problemas sociales no se resuelven con racismo, xenofobia y violencia.

Las elecciones en Francia

Hollande a la izquierda y Sarkozy a la derecha,

como corresponde a su ubicación ideólógica, se reunieron hoy para homenajear a los franceses caídos en combate y recordar la firma del armisticio que puso fin a la II Guerra Mundial. Foto: Agencia EFE