Una historia de entrecasa

Rolando Prósperi.

DNI: 6.219.960.

Señores directores: Esta pequeña historia se inició hace mucho tiempo, en el siglo pasado, 1930 ó 1931, y tiene un detalle singular: el protagonista es un libro.

Televisión no había; radio, algunas familias tenían; no era el caso de la nuestra.

Por las noches, después de cenar, mi abuelo les leía a sus tres hijas novelas de aventuras, de romances con héroes de capa y espada. La mayor de ellas, soltera de 18 años, tiempo después fue mi madre.

El personaje principal de una de esas historias -Rolando Candiano- había hechizado de tal forma a mi madre que solía decir: si yo me caso y tengo un hijo se va a llamar como él.

De todos los asistentes a esas tertulias novelescas sólo queda el recuerdo.

El único testigo vivo que puede certificar que mi madre cumplió su promesa soy yo: Rolando.

Desde muy joven cuando en alguna reunión familiar se mencionaba ese episodio renacía mi curiosidad por saber quién fue Rolando Candiano, qué había hecho, dónde lo había hecho. Me intrigaba llevar el nombre de alguien que no conocía.

Con las pocas pistas que tenía empecé a buscar en las librerías, en Santa Fe, Rosario, Buenos Aires, Mar del Plata. Nada, simplemente no lo conocían.

Los años tienen la mala costumbre de seguir pasando. Aunque mi interés no decaía, el año pasado creí haber fracasado.

Hace un par de meses mi hijo me propuso que le diera los datos del libro para buscar por internet. Una semana después, sin previo aviso, me dejó una nota sobre la mesa que decía: en la librería Gandhi de México tienen los dos tomos de la obra que estás buscando.

No lo podía creer; de inmediato le encargué que concretara la compra. El periplo que debieron realizar los libros para llegar a mis manos justifican que estén clasificados en el género de aventuras: de México a Louisville, Miami, San Pablo, Buenos Aires y Santa Fe. Después de una semana de viajes lo recibí en la puerta de mi casa.

No voy a relatar con minuciosidad la escena que produjo el impacto emocional del encuentro, estaría fuera de época, lo que sí puedo decir es que sólo un libro -de escaso valor literario pero acorde a los gustos de la época- pudo obrar el milagro de hacer suspirar a un anciano al leer el mismo texto que hacia suspirar a su madre 82 años atrás.

El sueño de una joven de otros tiempos hizo posible que Rolando Candiano -“el hijo del dux, el espíritu de los oprimidos”- me legara su nombre.

Solamente un libro; con un título muy romántico y sugestivo: “El Puente de los Suspiros”. (“El Puente de los Suspiros”, de Miguel Zévaco -Córcega, 1860/1918- 1º edición: 1901).