Crónicas de la historia

“La noche del apagón”

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Carlos Pedro Blaquier.

Rogelio Alaniz

Habría que decir “Las noches del apagón”, porque el operativo desarrollado de manera conjunta por la Policía Federal, el ejército y la gendarmería, se inició el 20 de julio de 1976 y se extendió hasta el 27. O sea que, durante una semana, en las localidades jujeñas de Libertador General San Martín, Colilegua y El Talar, los procedimientos militares incluyeron el corte de luz, los allanamientos y la detención de supuestos subversivos y activistas sindicales.

Según las cifras denunciadas por instituciones de derechos humanos, las razzias arrestaron alrededor de cuatrocientas personas, de las cuales alrededor de treinta por ciento están desaparecidos o, para ser más precisos, fueron asesinados. A quienes les tocó vivir aquellas jornadas y disfrutar del privilegio de haber sobrevivido, recuerdan aquellas horas como una pesadilla. No era para menos. La oscuridad, los gritos de la soldadesca, el llanto de las mujeres y los niños y el ruido de los motores de las camionetas trasladando a los presos a un destino incierto.

En julio de 1976, un operativo militar de esas características incluía un inevitable desenlace trágico. Esto lo sabían los familiares de los detenidos, pero fundamentalmente lo sabían las víctimas.

En esos años, el Ingenio Ledesma le daba trabajo a unas quince mil personas. Su máxima autoridad era Carlos Pedro Blaquier, casado entonces con Nelly Arrieta, hija del dueño histórico del ingenio, don Herminio Arrieta, quien se había desempeñado como presidente de la empresa desde 1945 hasta 1970.

Blaquier se hizo cargo ese año de la empresa y, en poco tiempo, sus iniciativas modernizaron y expandieron la actividad económica de la firma. En diferentes entrevistas, don Carlos Pedro ha ponderado su condición de hombre exitoso, tanto en el campo empresarial como en el intelectual. Más allá de las vanidades del caso, lo cierto es que, efectivamente, Blaquier se ha destacado en ambos terrenos y dejamos pendiente para un debate futuro discurrir acerca de si incorporarse al mundo académico o acumular una de las fortunas más importantes de la Argentina, se identifica con el éxito.

Blaquier es dueño de importantes estancias en la provincia de Buenos Aires. Su mansión de San Isidro, “La Torcaza”, está evaluada como la casa más cara del país. Allí Blaquier celebra reuniones a las que asisten intelectuales, políticos y empresarios. Su primera esposa, ha sido designada por el gobierno de Macri embajadora cultural de la ciudad de Buenos Aires. Según los discretos comentarios del ambiente, Nelly Arrieta ocupa en el mundo del mecenazgo el lugar que durante años tuvo Amalita Fortabat. De todos modos, la pareja de Blaquier es, desde hace muchos años, María Cristina Khallouf Estrada, cuya vocación por el canto lírico incluye su participación en los célebres almuerzos de La Torcaza, ocasión en la que se luce a la hora de los postres interpretando piezas de Mozart acompañada por piano o por una soprano.

Regresemos a Jujuy. Con las innovaciones en el ingenio llegaron los conflictos. Para mediados de la década del setenta, el ingenio Ledesma contaba con un sindicato que en la jerga de aquellos años se calificaba de clasista y combativo. Con el activismo llegaron las huelgas. Las primeras se declararon en 1972, después de casi treinta años de disciplina laboral estricta. Manifestaciones, huelgas, petitorios, reclamos, pasaron a ser una constante. A ello se sumaba lo que las patronales calificaban como activismo sindical, es decir militancia política de izquierda interviniendo en el mundo del trabajo. ¿Mentían, exageraban? Pregunta difícil de responder, porque efectivamente el activismo sindical existía, aunque habría que preguntarse si su presencia habilitaba la muerte o desaparición de sus dirigentes.

Cuando se produjo el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, no sólo los militares consideraron que había llegado la hora de poner orden a cualquier precio. Algo parecido pensaban los empresarios y los sindicalistas de la ortodoxia peronista, además de amplios sectores de la opinión pública que rechazaban a la guerrilla en cualquiera de sus variantes y estaban dispuestos a disimular los excesos mirando para otro lado. En sus recientes declaraciones al periodista Ceferino Reato, Videla les reprocha a los empresarios haberlo abandonado luego de que en los años de plomo aplaudieran los operativos militares.

La pregunta a hacerse en este caso, es si efectivamente Carlos Pedro Blaquier fue responsable de lo sucedido durante esa semana de julio de 1976 en su ingenio. La principal prueba que lo involucra es que los operativos incluyeron camionetas de la empresa. Declaraciones de los sobrevivientes aseguran lo mismo y agregan que los choferes también eran de la empresa.

Blaquier, en diferentes ocasiones criticó a los militares por haber practicado el terrorismo de Estado. ¿Lo hizo para acomodarse a los nuevos tiempos? No lo sabemos. De todos modos, Blaquier muy bien podría defenderse diciendo -por ejemplo- que el Ejército le exigió colaboración para realizar un operativo militar en estos pueblos. ¿Era posible negarse en 1976? Según sus propias palabras, la guerrilla debía ser combatida y, por lo tanto, nadie debería reprocharle haber ayudado a esa “santa causa” con algunas camionetas. “Yo facilité las camionetas para hacer un operativo legal, no para que asesinen a la gente”, podría decir a su favor. Sus críticos, podrían contraargumentar diciendo que Blaquier no fue presionado por los militares, sino que, a la inversa, él los presionó a ellos para que limpiaran la empresa de subversivos.

Tan vidrioso como ayudar a los operativos militares con camionetas de la empresa, fue haber ordenado a la usina que funciona en el ingenio que cortara la luz. “La noche del apagón“, pudo concretarse porque obviamente alguien ordenó apagar las luces. Sobre esa orden, seguramente Blaquier deberá dar explicaciones a los jueces cuando regrese del extranjero.

Lo sucedido en el ingenio Ledesma tiene un mártir emblemático. Se llamaba Luis Arédez. Era médico, había estudiado en Tucumán y había llegado a Ledesma con su esposa, Olga Márquez, en 1958. Según dicen sus compañeros, de Ledesma lo despidieron por exigirle a la empresa que mejorase la calidad y la cantidad de los medicamentos para los trabajadores.

Si la empresa supuso que despidiéndolo se sacaba un problema de encima, pronto se dieron cuenta de que el hueso era mucho más duro de roer que lo que ellos se imaginaban. Arédez siguió siendo el médico de los pobres y, en algún momento, fue electo intendente. Como Rogelio Lamazón, el abogado radical de La Forestal en Villa Guillermina, Arédez dedicó todas sus energías para denunciar los abusos o supuestos abusos laborales del ingenio. Como para que nada faltara en su agenda de lucha, a los reclamos salariales y la aplicación de nuevas leyes sociales, sumó para la empresa la exigencia de pagar impuestos.

El 24 de marzo de 1976, Arédez fue detenido por el Ejército y trasladado a la ciudad capital de la provincia en una camioneta de la empresa. De Jujuy lo trasladaron a La Plata. Arédez fue liberado en marzo de 1977, pero dos meses después fue secuestrado en la ruta. Esa mañana había estado trabajando en el Hospital Zegada de la localidad de Fraile Pintado. Nunca más se supo de él. Durante años su esposa hizo lo imposible por recuperar a su marido. Murió hace pocos años de una enfermedad que se adquiere trabajando en los ingenios.

Las denuncias no alcanzan sólo a Blaquier. El ingeniero Alberto Lemos está acusado de haber facilitado la actividad del Ejército. Algo parecido se dice de los policías Ernesto Haig y Damián Vilt. Según declaraciones de los detenidos, el obispo José Miguel Medina participaba de las sesiones de tortura. Todo esto deberá probarse ante la Justicia.

El terrorismo de Estado existió en la Argentina, como también existió la complicidad de empresarios y sindicalistas. Pero en nuestro derecho penal las imputaciones no son generales sino particulares y los acusados disfrutan de la presunción de inocencia.

Por último, no está de más recordar que Blaquier efectivamente era amigo de Martínez de Hoz y de los hermanos Alemann. Pero no eran los únicos. En sus reuniones de “La Torcaza”, suele exhibir con indisimulado orgullo una réplica del bastón presidencial que Juan Domingo Perón le regalara y al que le hiciera grabar en el mango las iniciales del destinatario. Fue también en una de esas reuniones cuando, en uso de la palabra, convocó a sus amigos empresarios a votar por la señora Cristina Fernández de Kirchner.