Mesa de café

Cuando la barra brava saca y pone ministros

Remo Erdosain

A todos nos llama la atención el mal humor de Marcial. Tan flemático, tan impasible, tan irónico, hoy está, lo que se dice, sacado. ¿Motivos? No ha tenido reparos en darlos a conocer. No le entra en la cabeza que un ministro del gobierno de Bonfatti haya renunciado al cargo por un partido de fútbol que todavía no se jugó.

-Es una barbaridad -repite- somos una provincia bananera.

-Cuando hablás asío, me imagino que te referís a Rosario -observa Abel- porque los que han tenido un comportamiento de cuarta son los rosarinos.

-Yo no quiero hacerme el ecuánime digo -pero no metamos a todos los rosarinos en la misma bolsa.

-Corrijo -interviene Abela- no me refiero a los rosarinos, me refiero a los hinchas de Rosario Central.

-Yo puedo entender -señala Marcial -que el presidente de un club se comporte como un barra brava, pero lo que no entiendo es que un gobernador le lleve el apunte.

-Me parece que estás exagerando un poco -reprocha Abel.

-No mucho, no mucho -admite Marcial.

-Es que no fue solo un presidente de un club -insiste José- fue la barra de Rosario Central la que puso el grito en el cielo y, según tengo entendido, le hicieron un escrache al gobernador.

-El mayor escrache lo hizo el presidente de Rosario Central, acusando al gobernador de ser hincha de Newlls Old Boys y de haber asumido el cargo con la camiseta de ese club - puntualiza Marcial.

-Eso además de ser mentira -digo- es una grosería. Tampoco se le puede exigir modales de lord británico al presidente de un club de fútbol.

-No hace falta ser un lord para respetar las investiduras -reitera Marcial-, lo que acaba de ocurrir es típico de una republiqueta. ¿O no se acuerdan de la famosa guerra del fútbol entre El Salvador y Honduras?

-Bonfatti no es un gobernador bananero -exclama Abel.

-Todo lo que quieras -admite Marcial-, pero muy mal andan las cosas para que una barra brava le ponga condiciones al gobernador.

-Corti renunció motu proprio, no porque la barra le haya pedido la renuncia -observa José.

-No es tan así -digo- Corti renunció porque se sintió desautorizado por el gobernador. O tal vez renunció porque ya estaba harto.

-Es que no debe ser fácil manejar la seguridad en la provincia -acota Abel.

-Y todo se hace más difícil -agrega Marcial- si encima el gobernador no te apoya.

-A mi me consta que Bonfatti lo apoyó a Corti en todas las cosas importantes -asegura Abel.

-También se dice -digo- que hubo concejales rosarinos de signo socialista que presionaron al gobernador para que Rosario Central juegue en Santa Fe.

-Eso es inconcebible -truena Marcial- puedo llegar a entender que un gobernador sea presionado por unos hinchas de fútbol, pero lo que me resulta disparatado y decepcionante es que los socialistas se hagan eco de esas presiones.

-Esto sucede -digo- porque en los tiempos que corren los políticos en lugar de dirigir son dirigidos.

-Yo creía que Bonfatti era un hombre que sabía ejercer la autoridad -manifiesta José.

-¿Y por qué te parece que no la ejerce? -pregunta Abel.

-Porque una presión menor lo obliga a cambiar de idea y en el camino se lleva puesto a un ministro -responde José.

-No exageremos -reacciona Abel-, Bonfatti ha hecho lo que debía. Un gobernador no es un capanga, y si la gente se expresa en contra de una decisión suya, no le queda otra alternativa que hacer lo que el pueblo quiere.

-“Hacer lo que el pueblo quiera” -repite suspirando Marcial- yo soy de la opinión inversa, un gobierno que merezca ese nombre debe gobernar, es decir educar, exigir o persuadir a los gobernados. “Hacer lo que el pueblo quiera”, repite Marcial. Yo quisiera saber si los santafesinos están de acuerdo con lo que se acaba de decidir. ¿O el pueblo se reduce a la barra brava de Rosario Central?

-Yo quisiera saber -pregunta José- por qué los santafesinos de esta ciudad nos tenemos que bancar un partido de fútbol de dos equipos que a nosotros nada nos dicen. Y lo que es peor aún, bancarnos una barra brava fascinerosa e incendiaria. Ya bastante tenemos con nuestras barras bravas locales, para encima tener que hacernos cargos de barras bravas de otros pagos. Porque yo justificaría que jugaran Boca y River en Santa Fe. Son equipos de Buenos Aires pero que están presentes en todo el país; pero realmente poner en riesgo la seguridad de los santafesinos por dos equipos de cuarta o para que se nos llene la ciudad de rosarinos vendedores de ajo, no tiene sentido.

-El gobernador ha preferido consultar -subraya Abel.

-Estas cosas no se consultan -contesta Marcial-, se deciden, y se deciden sin hacerle concesiones a la chusma.

-Esa es una visión elitista del poder -acusa José.

-No conozco ninguna visión del poder que no sea elitista -responde Marcial-, en un barco pueden viajar miles de personas, pero la conducción de la nave debe estar a cargo de gente competente. A nadie se le ocurriría dejar el barco en manos de un idiota o de un ignorante por mas popular que sea.

-Tu visión de la democracia es muy singular -observa José.

-No es singular, es correcta -responde Marcial.

-Yo no pienso lo mismo -responde José- si somos democráticos es porque creemos en el pueblo, lo demás es autoritarismo. En todos los casos, la pregunta que se debe responder es la siguiente: ¿gobierna el pueblo o gobiernan las élites?

-Yo creo -digo- que la verdad deba estar a mitad del camino. Una sociedad libre y justa existe porque existe una opinión pública atenta y una clase dirigente con iniciativa propia.

-Insisto -dice Abel- que el gobierno se portó bien e hizo lo que pudo.

-¿A vos te parece que sacrificar un ministro por un partido de fútbol es portarse bien?

-Te respondo con otra pregunta ¿Qué autoridad y qué futuro le aguarda a un gobierno que no es capaz de garantizar el orden en una cancha de fútbol? -expresa Abel.

-¿Y acaso no lo garantizó? -pregunta José.

-Eso está por verse digo.

-Yo no sé como va a ser la cosa -dice José- pero está claro que el gobierno ha perdido popularidad en los últimos meses.

-Yo no sé si es tan así -responde Abel- lo que creo es que hay que admitir que un gobierno puede equivocarse, sin que ello signifique el fin del mundo. Después de todo un gobernador no es Dios.

-Todo lo que quieras -dice José- pero lo cierto es que el partido se va a jugar y cuando todo termine nos vamos a dar cuenta de que perdimos un ministro y la inseguridad sigue vigente.

-No quisiera estar en los zapatos de Bonfatti -dice Abel-, gobernar es difícil pero en estas pampas salvajes es mas difícil aún.

-Gobernar no es tan difícil, los que son difíciles de entender son los gobiernos.

-No comparto -concluye Abel.