Una proximidad secreta e inquietante

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Fotos de Miguel Grattier.

Por Ana Bugiolacchio

“Lluvia de marzo”, de Jorge Isaías. Ciudad Gótica. Rosario, 2012.

La lluvia distrae en su golpear intermitente y ajeno a los techos y a los gatos. Un amor en el secreto y la espera del riego en los campos y las almas.

Lluvia y llovizna, extraño juego de miradas entre gotas que florecen como casuarinas y el débil grito de un niño estremecido por los calambres.

Espasmos y cura de una madre capaz de bajar el cielo para sanar a su hijo. Y siempre, la soledad del recuerdo ensimismado y dulce o a veces feroz pudiendo ahogar con esa agua el fuego adolescente del primer amor.

Marzo, mes propicio a las lluvias, mes en que las flores se aletargan y las hojas se preparan para regar los caminos. Jorge Isaías, como siempre en otoño, no deja pasar el tiempo y puede escribir en la suspensión de las gotas cayendo el exacto rememorar del sonido de la lluvia “sobre un techo de cinc paciente y entregado”. Los poemas reúnen la fascinación ante la lluvia. Fascinación que es a la vez, el refulgir de un recuerdo y la certeza de sabernos invadidos y resguardados en ese previsible acontecer de agua que da comienzo a un nuevo ciclo.

Al mismo tiempo, algo nos hace pensar en ese afuera donde las gotas no cesan de caer. La poesía plasma su masa de olvido en el que recordamos que no es posible olvidar aquello desconocido que inefablemente percibimos. La sensación de estar adentro protegidos de un algo cayendo que oímos, sospechamos, conocemos pero no podemos ver.

Graciela Cariello en el sabio prólogo que precede a estos versos revisa la pregunta que ronda y se amplifica en Lluvia de Marzo, pregunta sobre el sentido de la vida y la resistencia infinita de la poesía a responderla aunque la ilusión de su respuesta paradójicamente persista en el silencio ancestral de sus versos.

Isaías logra en sus versos un doble movimiento que llega desde afuera hacia dentro y vuelve a llevarnos hacia la intemperie. Funda así un tipo de percepción que es a la vez íntima y arquetípica. En lo universal de estar en la lluvia como también en su regreso, revive la poesía.

La mirada absorta de un “mirar lloviendo”, de un mirar la lluvia imaginable pero invisible, exacta pero ajena y desenvuelta en un secreto que viene a ser el de todos estando en un lugar de agua que no cesa, tal vez el útero materno, tal vez el universo.

Los poemas son gotas, también de un desplazarse perpetuo y a la vez cansino, simple y a la vez hondo y desgarrado. La luz del escampe se avista a través de una pequeña ventana de la vieja casa de infancia -que es también nuestra casa- regada por todas las lluvias pero incorruptible como el árbol “donde mueren / los insectos / y la última araña / huye con su tela / destruida /con su inevitable pena / sin saber / qué hacer / en esta furia del cielo / hasta hace poco tan / límpido y perfecto”.

Lluvia de marzo, otra vez Isaías irrumpe en aquello que de inefable tiene el universo y hace que esa red líquida, morosa y espesa nos envuelva en una proximidad secreta e inquietante.

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