Luces tenebrosas

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Silvina Ocampo.

Por Nilda Somer

“Los días de la noche”, de Silvina Ocampo. Lumen. Buenos Aires, 2012.

Publicado por primera vez en 1970, Los días de la noche incluye 29 cuentos de Silvina Ocampo, entre ellos “Ulises” uno de sus mejores y más emblemáticos cuentos. Allí está todo lo radiante y todo lo oscuro del mundo de esa escritora extraordinaria, cuya presencia y estima ha aumentado sin cesar con el paso del tiempo.

Un niño de siete años nos cuenta en primera persona sobre su compañerito Ulises, un año menor que él. Ulises vive con las trillizas Barilari, que lo adoptaron. Así se las describe: “Las trillizas tenían setenta años, pero entre los trillizos hay uno que es mayor y otro menor. Yo imaginé que la mayor era una que parecía una jirafa, no sólo por el porte sino por la manera de mover el cuello y la lengua, y no me equivoqué. Otra, que debía de ser la segunda, era de estatura mediana y muy menuda. La menor era una mezcla de las otras dos, pero más ágil”. Las tres soy muy alegres, cantarinas, felices, siempre correteando con chupetines y cubanitos “para tentar a los niños con las golosinas”. El narrador pregunta a Ulises si sus “tías” son buenas. Ulises, con un discurso casi doctoral, le cuenta que las bulliciosas mujeres le hacen la vida imposible. Dice “son locas, aunque digan que soy yo el loco. De noche me desvelo de tanto oír decir: ‘Si no te dormís vas a tener cara de viejo’ ”. Y como no puede dormir, cuenta, termina por tomar un somnífero.

“—¿Qué es un somnífero? -pregunté.

“—Una droga que hace dormir, ¿qué va a ser?

“—¿Qué es una droga?

“—Buscá en el diccionario. No soy maestro”.

Ulises le pide un día al narrador que lo acompañe a consultar a Madame Saporiti, una adivina, porque está cansado de ser viejo. En la descripción de la persona y la casa de la tal Madame también se cifra un componente típico del mundo de Silvina Ocampo: “Un diminuto jardín, que parecía rodear la tumba de un cementerio, adornaba el frente de la casa. Abrimos el portón, que no medía más de diez centímetros...”. Madame Saporiti “estaba vestida de entrecasa con un batón de frisa color solferino; en la cabeza llevaba puesto un tul azul eléctrico. Era de mediana estatura, pero corpulenta y empolvada”. Y en el interior de la casa: “Nos reímos. Todos los muebles que había en ese cuarto estaban envueltos en forros de celofán; la araña, en primer término, después venía el piano perpendicular, después una estatua que parecía un fantasma y finalmente una caja que parecía de música y todos los sillones y las mesas. Los forros brillaban y dejaban entrever la forma y el color de cada objeto. Nos pusimos a reír. Nunca habíamos visto una casa como esa. Cuando Madame Saporiti vino a atendernos, nos dijo con tono severo:

“—Parece que no les gusta mi casa.

—¿Por qué?

—Porque yo me doy cuenta de todo y aunque no hablen, adivino lo que están pensando”.

Ulises pide a la adivina un filtro para dejar de ser viejo, y le entrega sus suculentos ahorros. La mujer lo prepara y se lo hace beber. Ulises cambia, se vuelve sonrosado y de ojos brillantes. Pero el narrador anota: “Pero no era ése el Ulises que yo quería, tan superior a mí y a mis compañeros de escuela”.

Salen corriendo, jugando. Cuando llegan a la casa de Ulises, las trillizas aparecen envejecidas, encorvadas, temblorosas. Inquieren hasta conocer por qué Ulises está tan cambiado, y corren al consultorio de Madame Saporiti.

Al día siguiente, concluye el cuento, el narrador va a visitar a Ulises, que aparece triste y viejo. “ ‘Qué suerte’, pensé, ‘otra vez reconozco a mi amigo, con su inteligente cara arrugada’. Sentí ganas de abrazarlo y decirle: ‘No cambies’ ”. Y las trillizas aparecen saltando y cantando: “Aquí está el viejo, aquí está el viejo”.

Y termina contando que al día siguiente Ulises fue en busca del filtro y volvió a parecer joven y las viejas a parecer viejas. Y al día siguiente las viejas fueron en busca del filtro y parecieron jóvenes y Ulises viejo. Y al día siguiente...

El mundo de la infancia y la vejez, la cursilería, el humor, el morbo, la magia, la inocencia y la perversión, el candor y el cinismo son los ingredientes bien dosificados que componen a estos cuentos extraordinarios.