EDITORIAL

Siria, encerrada en un trágico laberinto

Después de las recientes masacres perpetradas por el régimen sirio, da la impresión de que las palabras están de más, porque todo lo que se debía decir ya se dijo. Instituciones de derechos humanos, organismos internacionales como la ONU o la propia Liga Árabe, intelectuales, religiosos y gobiernos de los más diversos signos, han condenado la represión y el salvajismo de la dictadura alauita, pero nada de ello parece mover el amperímetro de un régimen que ha decidido sofocar a sangre y fuego a toda oposición religiosa y laica.

 

Lo sucedido no es nuevo en Siria; tampoco en la región. Desde Argelia a Libia, desde Jordania a Egipto, desde Sudán a Irak y desde Irán a Palestina, la historia del último siglo está teñida de sangre, de masacres impiadosas de niños, viejos y mujeres. Según palabras de Assad, la represión se justifica porque se trata de fanáticos religiosos y terroristas financiados por Al Qaeda. Algo parecido decían Mubarak y Kadafi. No mentían, pero hacían algo peor: se aferraban al fragmento de una verdad para justificar las masacres.

Por lo pronto, a esta altura de los acontecimientos poco importa saber quién gobernará Siria en el futuro, porque lo que interesa es parar la matanza. Lamentablemente, por el momento no hay indicios de que ello vaya a ocurrir. El poder militar de los Assad sigue siendo dominante y las milicias armadas rebeldes cada vez disponen de menos recursos para resistir.

Una intervención militar de las Naciones Unidas hubiera sido una salida interesante, pero no pudo ser porque el ajedrez internacional lo ha impedido. China y Rusia son hoy los aliados más importantes del régimen sirio. China porque hace buenos negocios; Rusia porque mantiene bases militares. Por una razón u otra, ambos coinciden en legitimar a la dictadura, legitimación que -dicho sea de paso- no les genera grandes cargos de conciencia, porque ni a Putin ni a los déspotas chinos les impresiona demasiado las montañas de muertos.

Respecto del futuro inmediato, puede que sea admisible la hipótesis de que los márgenes de poder de los Assad se han reducido. Podrán ganar esta guerra, pero no saldrán indemnes de esta crisis. El problema, de todos modos, es que mientras tanto su permanencia en el poder se traduce en miles de muertos. ¿Está sola la dictadura internamente? Depende de la región o la zona, pero en principio el poder militar le responde plenamente y las burguesías de las principales ciudades no tienen demasiadas objeciones que hacer a un régimen que los beneficia y que en todo caso les da más garantías que los rebeldes.

En este contexto, la llamada pobre gente es la sacrificada. Quienes no son combatientes, pero tampoco están dispuestos a soportar al régimen, han quedado en la línea de fuego de los bandos enfrentados. Mientras tanto, mientras todo esto ocurre, el mundo contempla impotente la tragedia, tragedia que merece este calificativo porque hasta este momento, salvo el camino del dolor y la muerte, no se ve una salida clara para ninguno de los protagonistas.