Cine a la romana

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“Gladiador”, de Ridley Scott, le dio nuevo impulso al cine de romanos.

Anita Ekberg bañándose en la Fontana di Trevi en “La dolce vita”, el Coliseo reconstruido en “Gladiador”, los encuentros en Piazza Navona de “El talentoso Sr. Ripley” o los paseos en “motorino” de Gregory Peck y Audrey Hepburn por la ciudad convierten a Roma en un fértil plató de cine que ahora ha atraído también a Woody Allen.

TEXTO. MATEO SANCHO CARDIEL. FOTOS. EFE REPORTAJES.

Woody Allen es el responsable de que cualquier turista se sienta en Nueva York como en casa, pero en su última etapa ha trasladado su universo de comicidad psicótica a Europa, donde ha paseado por Londres, París, Barcelona y, ahora, la capital italiana, donde ha ambientado su “A Roma con amor”.

El director, que siempre ha jugado con los lugares comunes y los tópicos de cada país en el que ha rodado, no ha escatimado ese rasgo en esta ocasión. Con un reparto que incluye a Penélope Cruz, Roberto Benigni, Ellen Page, Alec Baldwin y Jesse Eisenberg entre otros, comienza mostrando a un agente de tráfico en el pedestal de la céntrica Piazza Venezia con accidente incluido.

El caos, la pasión arrebatada y la multitud gritona pasean sin pudor en “To Rome with Love” (según el título original) por lugares como la Piazza del Popolo, el barrio bohemio del Trastevere y, por supuesto, el Coliseo.

Pero Woody Allen sólo es el último de una multitud de cineastas que se ha dejado seducir por un magnífico escenario cargado de arte e historia, en el que el esplendor del pasado y la decadencia del presente dialogan entre sí y que ha servido tanto para el universo “felliniano”, como el neorrealismo de Rossellini, la intriga criminal de “El talentoso Sr. Ripley” (The Talented Mr. Ripley) o, por supuesto, la reconstrucción de esa Roma clásica que dominó el mundo.

TODO UN GÉNERO

Faldas, sandalias, espadas y escudos. Pan y circo. Salarios en sestercios (antigua moneda romana de plata) y los laureles del emperador. Es el imperio romano, una de las civilizaciones más avanzadas de la Historia de la Humanidad, que ha sido retratada mil veces en el cine hasta crear todo un género. La de Tiberio en “El manto sagrado” (The Robe), la de Nerón en “Quo Vadis” o la de Marco Aurelio en “La caída del Imperio Romano” (La Caduta dell’Impero Romano), fueron explotadas por el cine en los tiempos del color y el Cinemascope.

Cuando el gran formato empezaba a perder fuelle, el género pasó a coquetear con la serie B y se convirtió en el llamado “peplum”, con bajos presupuesto y altas dosis de cartón piedra. Pero en el año 2000, el género resurgió con fuerza gracias a Ridley Scott y su “Gladiador”, que si bien recurrió a las técnicas digitales para recrear esa Roma imperial y crear su clímax en el Coliseo, devolvió la dignidad a la frase de “los que van a morir, te saludan” y ganó el Oscar a la mejor película.

ROMA SEGÚN EL CINE ITALIANO

Quizá la imagen más recordada de la Roma cinematográfica sea la de una sueca bañándose entre las esculturas de la escuela de Bernini en la Fontana di Trevi. Bajo la mirada atónita de Marcello Matroianni, que además acuñó el término de “paparazzi”, Anita Ekberg pasaba a la historia del cine ceñida en un palabra de honor negro que hacía de receptáculo de cascadas de agua que casi hervían al entrar en su escote. Era “La dolce vita” y la secuencia se tatuó en las retinas del mundo entero. Hoy en día, una multa espera a todo quien quiera repetir la escena.

Con aquella secuencia de 1960, Roma volvía así a lucir espléndida en el cine italiano y neutralizaba el recuerdo dejado por Roberto Rossellini, que en “Roma, ciudad abierta” (Roma, città aperta, 1945) convirtió la ciudad más bella del mundo en un escenario del horror nazi en el que Anna Magnani protagonizaba una de las muertes más desgarradoras jamás rodadas. Y así empezó el neorrealismo, con las calles sin asfaltar y los habitantes mordiendo el polvo.

La actriz estaría vinculada a la ciudad siempre: tanto en “Mamma Roma”, donde Pier Paolo Pasolini la convertía en una prostituta del extrarradio que acababa con su hijo en brazos como si fuera La Pietà de Miguel Ángel, como en “Roma”, de Federico Fellini, que repasaba la historia de la ciudad desde el auge fascista de Mussolini a la explosión de libertades de los setenta, la Magnani era ingrediente principal.

Finalmente, también Bertolucci en “El conformista” (Il Conformista), adaptación de la novela de Alberto Moravia, ambientó en el Panteón de Agripa una escena de violencia y homoerotismo determinante para el conflicto del protagonista, interpretado por el ahora vitoreado en Cannes, Jean-Louis Trintignant.

AMOR Y MUERTE

Pero ante tanta intensidad neorrealista o tanto barroco “felliniano”, Hollywood decidió viajar a Roma para ambientar allí uno de sus más deliciosos cuentos de hadas: “La princesa que quería vivir” (Roman Holiday), de William Wyler, estrenada en 1953.

Deslumbrante debut de Audrey Hepburn, contaba la historia de una princesa díscola que se escapa con un periodista en busca de una vida normal. Gregory Peck, con su encantador refugio en la Via Margutta, paseaba a Hepburn con su “motorino” por la Piazza Venezia, por el Coliseo y la Bocca della Veritá, otros de los destinos turísticos de la ciudad que, incluso en blanco y negro, deslumbraron al público hasta convertir el filme en un clásico popular.

Y Hollywood volvió a la Roma más romántica con “El talentoso Sr. Ripley” en 1999, aunque esta vez para teñirla de sangre. Matt Damon tejía sus maquiavélicos juegos de identidad en toda la geografía italiana, pero trenzaba uno de sus golpes citando a Gwyneth Paltrow y Cate Blanchett en la Plaza de España. Con la sensibilidad de Anthony Minghella para la luz y el color, se puede decir que Roma lució mortalmente hermosa.

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Woody Allen, turista cinematográfico profesional, en el rodaje de “A Roma con amor”.

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La princesa Audrey Hepburn y el periodista Gregory Peck se dejaban llevar por la magia de Roma en el cuento de hadas de William Wyler “La princesa que quería vivir”.