Crónica política

Pensar la política

Pensar la política

Rogelio Alaniz

Hubo un tiempo en que estuvo muy de moda interpretar los procesos históricos a través de contradicciones antagónicas. El planteo clásico se esforzaba por reproducir la contradicción entre explotados y explotadores o entre dominados y dominadores. ‘Contradicción dialéctica‘ o ‘contradicción fundamental‘, designaban a esa operación teórica que parecía dar cuenta de las complejidades de la realidad de una manera científica.

En efecto, diversas lecturas de la lucha de clases en clave marxista intentaban explicar la historia nacional a través de un hilo conductor que no sólo le otorgaba vida a esa contradicción, sino que además la resolvía a través de un desenlace preconcebido.

Esta versión interpretativa en algún momento entró en crisis. La lectura marxista en particular, sobre todo su vulgata, fue puesta en tela de juicio con argumentos teóricos que la ortodoxia no pudo refutar. Temas o paradigmas como la clase social, el agente histórico llamado a liberar a la sociedad o la historia como un argumento que marcha desde un principio hacia un fin, fueron impugnados, y de pronto, aquello que en el campo intelectual y político se consideraba algo así como una verdad de fe, reveló sus debilidades e inconsistencias teóricas y lo que se presentaba como una interpretación que se confundía con la realidad misma quedó tiritando a la intemperie.

De todos modos, la tentación de entender la realidad a través de polarizaciones o contradicciones insalvables, se mantiene y hasta es entendible que así sea. Ocurre que el recurso suele ser cómodo y práctico, a condición de no tomarlo como una verdad absoluta. Las contradicciones efectivamente existen en la sociedad y la naturaleza. Se expresan de manera diferente, pero existen. Los problemas se presentan cuando, además de considerar el sistema como una fórmula perfecta, se confunde lo que es una construcción teórica para entender la realidad, con la realidad misma.

Negar el conflicto es un error y en muchos casos un error interesado. Pero considerar que todo es conflicto, también es otro error. Citando la consigna de una conocida editorial, a las sociedades hay que esforzarse por entenderlas como realidades complejas marcadas por el conflicto y la armonía, realidades que además carecen de una lógica interna determinada, sus polarizaciones son múltiples y sus desenlaces suelen conjugar la necesidad con el azar.

Hechas estas consideraciones, imposibles de profundizar debido a los límites obvios del espacio periodístico, se impone advertir que la llamada realidad social es imposible conocerla sin herramientas teóricas. La intuición, la experiencia, son auxiliares válidos, pero no sustituyen a las categorías analíticas. Lo que corresponde observar, por lo tanto, es que las categorías teóricas son válidas a condición de que no nos enamoremos de ellas o la confundamos con la misma realidad. La vida siempre es más rica que la teoría, pero se hace muy difícil, por no decir imposible, acercarse a descifrarla sin teorías perfectibles, refutables, incompletas, pero teorías al fin.

Vamos ahora a nuestro tema. Se ha dicho y se repite con frecuencia que la historia argentina puede entenderse a partir de polarizaciones que además fueron falsas. Como se podrá apreciar, la observación es contradictoria: las polarizaciones existieron, pero quienes participaron como actores en ellas se dice que estaban equivocados. Unitarios y federales, porteños y provincianos, radicales y conservadores, peronistas y antiperonistas, militares y subversivos, constituyeron momentos históricos en los que estas disputas y en estos términos fueron las dominantes.

Visto a la distancia, ¿fueron reales esas contradicciones? ¿estaban equivocados quienes participaron en ellas? Como se dice en estos casos, con el diario del lunes es fácil pontificar sobre las equivocaciones de nuestros antepasados o sobre la manera tramposa o imperfecta en que se constituyó el conflicto. Sin embargo, lo que no se puede negar es que ese conflicto efectivamente existió y alrededor de él los hombres discutieron, pelearon y dieron la vida. ¿Quiénes son los dueños de la verdad: los que vivieron su tiempo o los que los juzgan en el futuro? No es fácil responder a esta pregunta, por la sencilla razón de que no posee una exclusiva respuesta.

En lo que hay consenso es en admitir que estas polarizaciones fueron incompletas, que la realidad histórica y las necesidades derivadas de esa realidad, eran mucho más amplias que esas consignas. La pregunta a hacerse es la siguiente; ¿Acaso no es inevitable que las contradicciones sean incompletas, que no abarquen toda la realidad, pero que no obstante ello los hombres las vivan como si fueran absolutas?

La otra impugnación refiere al carácter violento de esas contradicciones. La impugnación histórica es, en ese sentido, doble: eran irreales, construcciones políticas o ideológicas falsas o manipuladas y, al mismo tiempo, consideran que su resolución pasaba por la supresión o el exterminio del otro.

Sobre este aspecto corresponde reflexionar. La experiencia enseña que concebir la realidad como configurada a través de contradicciones antagónicas incluye necesariamente el extermino del otro. ¿Es la única alternativa? Creería que no. Que la política precisamente se constituyó para impedir que las contradicciones no incluyan la eliminación del adversario. Dicho con otras palabras, se trata de transformar al enemigo en adversario o en reemplazar la ley salvaje de la guerra por la ley civilizada de la política.

¿Las contradicciones entonces desaparecen en nombre de una armonía universal o de un consenso absoluto? ‘Ni tan mucho ni tan poco‘. Solo la utopía totalitaria puede pretender un mundo sin contradicciones. Si admitimos el pluralismo, las diferencias, los intereses diversos, necesariamente debemos admitir las contradicciones. Lo importante es no perder de vista la dimensión política del conflicto. La democracia, en este sentido, es el sistema institucional que permite que estos procesos puedan desenvolverse con más libertad y sin pagar altos costos sociales.

Valgan estas reflexiones para insistir sobre los beneficios civilizatorios de la democracia y plantear una hipótesis política acerca de cómo entiendo esta lógica de las contradicciones en nuestra actual realidad. De más está decir que la hipótesis planteada es incompleta y no pretende agotar ningún debate. Como toda hipótesis, la que van a leer a continuación merece ser refutada y, en todo caso, su minima pretensión es ayudar a pensar la política, lo cual no está nada mal en un país donde ésta amenaza ser desplazada por la administración de las cosas, las polarizaciones ciegas y resentidas o el enunciado de ‘relatos‘ que no hacen más que disimular de la peor manera una vocación desmesurada de poder.

Según mi punto de vista, la sociedad argentina se ha ido constituyendo a lo largo de las últimas décadas alrededor de dos grandes campos culturales que son a su vez políticos e históricos. A uno lo podríamos denominar nacional, popular, decisionista y corporativo y al otro liberal, democrático, deliberativo y progresista. Es una constitución histórica que modela la subjetividad de los ciudadanos, una construcción que trasciende a los partidos, pero en más de un caso se expresa a través de ellos. Cada uno de estos campos cuenta con su izquierda, su centro y su derecha en sus versiones tradicionales y modernizantes. En ciertas circunstancias sus orillas se rozan, pero nunca se confunden. El peronismo puede ser el centro de uno de ellos; el radicalismo, el del otro. Digo ‘puede‘ y no digo ‘es‘, porque estos procesos no deberían estar predeterminados. Para decirlo de una manera más directa, se trata de dos grandes partidos o movimientos nacionales, pero en política, se sabe, el protagonismo se gana y no se hereda.

El espacio es policlasista y plurirregional por definición y suele reproducir sus propios conflictos internos. Esta construcción no reproduce la antinomia peronismo-antiperonismo o derecha e izquierda, aunque en algunos de sus costados la incluya. Tampoco se lo debe confundir como un simple agregado electoral, aunque una de sus manifestaciones sea a través de las elecciones. Intenta ser, en principio, un diagnóstico histórico contemporáneo acerca de cómo se han constituido dos campos políticos con sus respectivos imaginarios culturales.

Estos campos, obviamente, no están llamados a eliminarse. Se constituyen desde sus diferencias, pero conviven en democracia. Como marco teórico, pretende ser una guía que permita a los ciudadanos, pero sobre todo a los dirigentes políticos, entender dónde están parados y cuáles son sus puntos de referencia a la hora de establecer alianzas o acuerdos.


Los problemas se presentan cuando se confunde lo que es una construcción teórica para entender la realidad, con la realidad misma.