AL MARGEN DE LA CRÓNICA

Viva de tanto vivir

Nueve mil kilómetros en avión, una multitudinaria rueda de prensa y un recital de una hora pero, sobre todo, 93 años “entre pecho y espalda” han pesado en Chavela Vargas, que ha tenido que ingresar en un hospital madrileño para determinar “las causas” del “cansancio” que sufre.

Según han explicado fuentes de su entorno, la artista se encuentra “bien y consciente” pero los médicos han querido hacerle una revisión general antes de regresar el próximo domingo, como tiene previsto, a México.

La intérprete de “La Llorona”, de hablar trabajoso y con necesidad “de vez en cuando” de oxígeno, está en silla de ruedas desde que una mañana en su casa de México se levantó y los pies no le respondieron, según contó ella misma entre risas.

María Isabel Anita Carmen de Jesús Vargas Lizano esta semana está presentando la versión actualizada de sus memorias, “Dos vidas necesito. Las verdades de Chavela”.

“Mi nombre es Chavela Vargas y estoy viva. Viva de tanto vivir. He vivido todo, todo lo tuve y nada me quedé. Voy a vivir riéndome de la vida el tiempo que me quede sobre la Tierra. Cansada pero en paz”, proclama en el primer capítulo.

El libro, contiene anécdotas rigurosamente inciertas que contribuyen a su mito más que al rigor histórico porque cada vez que recuerda una verdad “la cambia en otra”.

Lo que sí cuenta Chavela es que estuvo en el infierno del alcohol durante 20 años empujada por la desesperación que le produjo la muerte de sus grandes amigos, Alvaro Carrillo (1969) y José Alfredo Jiménez (1973), los que la ayudaban con su poesía y su música a salvar un dolor que siempre la ha acompañado y que nunca la ha doblegado.

Esta “yegua sin potrero” pregona que ha vivido siempre como le ha dado su “republicana gana”, que ha dicho las verdades del barquero, sobria y “borracha” -”el tequila es el mejor invento del hombre”, declara-, y que nunca ha escondido su predilección por las mujeres.

Su forma de cantar, potente y desgarrada pero también sofisticada, sensual y tierna, ha atravesado con su androginia los temas de otros -”Luz de luna”, “Sabor a mí”, “Toda una vida”- y ya no han vuelto a ser los mismos, aunque si hay dos que serán por siempre Chavela Vargas son “La llorona” y “Macorina”, tanto que a sus guitarristas les llaman “los macorinos”.

“Decidí cantar lo menos parecido a los grandes. Me propuse cantar diferente, yo sola, sin mariachi, sola, con mi jorongo, mi pantalón de manta y mi guitarra. Y así fue como canté, desde el alma”, relata en su libro.

Asegura que “igual” que su amigo José Alfredo, ella presentirá con exactitud el momento de su muerte, y que quiere que sus cenizas sean diseminadas al mar frente a la costa de Veracruz, “por la ruta de Quetzalcoatl y hasta la vereda tropical”, y que su velorio sea “una gran fiesta”.

“La barca en que me iré lleva una cruz de olvido”, canta Chavela, esta mujer venida de “un mundo raro” y que habla de la muerte muy a menudo, aún cuando desafía: “al paso que voy me estaré muriendo a los 105 años”.