La musa del surrealismo

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“La Madonna de Port Lligat” (1949), de Dalí con Gala como modelo. La obra recibió la reprobación del Vaticano.

Asomó a la vida como Elena Dimitrievna Diakonova pero el mundo la conoció como Gala, o mejor, como la fuente de inspiración del genial Dalí.

TEXTOS. ANA MARIA ZANCADA.

Si la mencionamos por el nombre que llevaba desde su nacimiento, seguramente serán pocos los que la reconozcan. Pero si decimos Gala, nuestra memoria nos apoyará con docenas de cuadros del genial y extravagante pintor catalán, el de los bigotes inverosímiles.

Lo cierto es que si el destino no los hubiese unido, tal vez ni uno ni otro hubiesen resistido el olvido propio del paso del tiempo. O tal vez Gala hubiese sido recordada como la primera musa inspiradora de ese exquisito espíritu enamorado que fue Paul Eluard: “Está de pie sobre mis párpados/ y sus cabellos en los míos,/Tiene la forma de mis manos,/ Tiene el color de mis ojos,/ se hunde dentro de mi sombra/como una piedra sobre el cielo” (La enamorada, 1924).

La figura de Gala es emblemática como musa inspiradora de varios artistas, tal vez la última musa del S.XX. Su vida tuvo ribetes originales, y su imagen se inmortalizó en cuadros que hoy valen millones.

Nació en la lejana Rusia, en 1894, bajo el nombre de Elena Dimitrievna Diakonova. Provenía de una familia de intelectuales. Pero a los 18 años enfermó de tuberculosis y fue enviada a un lujoso sanatorio suizo. Allí conoció a quien fue su primer amor, Paul Eluard. Con él se instaló en París, tuvo una hija, Cecile y comenzó una vida de bohemia junto a los destacados intelectuales que protagonizaban el movimiento surrealista: André Breton, Louis Aragón, Max Ernst. Con este último construyó un triángulo amoroso que no fue del todo bien visto por el grupo.

Se sabe que Max Ernst abandonó a su mujer y a su hijo para compartir una extraña relación con los Eluard. Gala disfrutaba de la adoración de estos dos hombres. Pero el destino le tenía reservada una vuelta de tuerca.

FUE AMOR

Algunos autores dicen que ya había abandonado a Eluard cuando conoció a Dalí. Otros marcan el desasosiego de Eluard cuando su mujer, deslumbrada por el excéntrico cadaqués, hace sus valijas y cambia París por las costas catalanas. Por suerte Eluard no reaccionó como Polifemo ante la traición de Galatea.

Lo cierto es que la bohemia excéntrica del tímido e introvertido catalán atrapó el corazón de Gala, diez años mayor, pero dueña de un fuerte carácter. Sus amigos, Buñuel y García Lorca, no la ven con buenos ojos. Pero Dalí está enamorado. Tiene 25 años, confiesa ser virgen y decide conquistar a Gala. Se viste de mosquetero con un geranio en la oreja, se depila las cejas, cuidando que queden algunas gotas de sangre.

Tal desborde de imaginación excéntrica seduce a la joven rusa que ya estaba un poco aburrida de la poesía dulce e inspirada del ahora nostálgico y resignado Eluard: “Pequeña Galotchka, quisiera volver a verte. Soy tuyo para siempre. Abraza al pequeño Dalí de mi parte”.

En realidad lo de “tuyo para siempre” era una simple expresión poética, ya que Eluard encuentra pronto una nueva musa. Gala conocía a los hombres. A partir de ese momento, será no sólo la musa inspiradora del pintor catalán sino su inteligente y audaz manager, su sombra y su sostén.

En 1935 se casaron por civil. Hasta el día de la muerte de Gala fueron uno solo. “Toda mi pasión está en el amor que tengo por Gala y no me queda sitio para nada más”. “En la historia de todos los tiempos, no se encontrará una desmesura y un equilibrio, una fuerza y una dulzura, un magnetismo y un volcán más pasional, más intensos en la vida de una pareja. Gala y Dalí encarnan el mito más fenomenal del amor que trasciende los seres, aniquila el vértigo del absurdo y proclama el orgullo y la calidad del genio humano. Sin el amor de Gala, yo no sería Dalí... Ella es mi sangre, mi oxígeno...”.

Gala es la que apoya las disparatadas poses del joven Dalí, que descubre que sus extravagancias dan la vuelta al mundo y ocupan importantes centímetros en la prensa de todos los países. Él afirma mirando fijamente a la cámara que lo inmortaliza: “La única diferencia entre los locos y yo es que yo no estoy loco”.

¿Fue la presencia de Gala en la vida de Dalí la que construyó la leyenda que ayudó a inmortalizar su obra? ¿O fue el verdadero amor, el lazo que hizo de Gala-Dalí la pareja simbiótica que marcó una época?

Lo cierto es que ella supo encauzar la carrera de él y hacer de la vida de ambos un eterno guignol, donde las apariencias mostraban a un excéntrico genio, pero quien manejaba los hilos era ella. ¿Hubo amor? Sí, hay quien afirma que ella lo salvó de la locura y usó sus excentricidades para alimentar su fama. Indudablemente hubo amor. Al menos de parte de él. Y lo que también es innegable, es el genio de ese hombre que fue un pope dentro del surrealismo.

HASTA EL ÚLTIMO DÍA

Gala no deja de ser un personaje excéntrico y misterioso, a veces frío y egoísta. Es difícil aceptar que se haya desentendido totalmente de la hija que tuvo con Eluard. La abandonó sin remordimientos cuando conoció a Dalí y por el resto de su vida se negó a volver a verla.

A partir de su matrimonio con el excéntrico catalán, se convertirá en una hábil y manipuladora mujer de negocios. Debemos admitir que supo desempeñar su rol a la perfección. Durante más de cincuenta años maneja los hilos de la vida artística y cotidiana del genio.

Pero el tiempo, dulce hermano de la muerte, sigue pasando, y la joven dura y de fuerte personalidad va envejeciendo. Lo hacen los dos, por supuesto. Ella con diez años más, comienza a tener problemas. Sus últimas imágenes son patéticas; una ridícula sombra que se desplaza por el mundo. Ni siquiera su férrea y fría voluntad puede doblar el abrazo final de la muerte.

Gala termina su vida el 10 de junio de 1982 en Port Lligat. Dalí siente que ese día algo de él también comienza a partir. Ella fue trasladada al castillo de Púbol que Dalí le había regalado con la intención de que los cuerpos embalsamados de ambos siguiesen juntos también en la muerte.

El cuerpo inerte de Gala hace su último viaje en el viejo Cadillac que los llevó el día de la boda. Luego, él se encierra en sus habitaciones para comenzar el último acto de su vida. Una lenta, dolorosa y abyecta agonía que dura siete largos años. Su mansión ahora es un santuario donde el genio solitario dialoga con el fantasma de su amada.

Con la sola compañía de una decrépita vejez que no hace más que acentuar las tristezas de la miseria humana, sobrevive a un incendio de su mansión, tratando de eludir la impiedad de fotógrafos que, a hurtadillas, reproducen lo que queda de un excéntrico genio.

Dalí, conectado a tubos y respiradores, finalmente se rinde ante la inevitable muerte que no hace distingos entre genios y no tanto. Muere el 23 de enero de 1989, siete años después que su amada. Hubo una controversia sobre el destino final de sus restos, ya que una tumba vacía lo aguardaba junto a Gala, en la cripta especialmente construida en el castillo de Púbol. Pero el alcalde de Figueras afirmó que el propio Dalí le había dicho en forma privada que deseaba ser enterrado en su museo. Ya no estaba Gala para disponer y ordenar.

EL GENIO Y EL CEREBRO

Dalí no solamente creaba pinturas. Decorados, vestuarios, incursiones en el cine con su amigo Buñuel -como en “El perro andaluz” y “La edad del oro”-, entre 1929 y 1930. En 1933 visitan por primera vez Estados Unidos. Él ya es un personaje mítico, sus ojos desorbitados, sus increíbles bigotes, sus exóticos atuendos. Gala, menuda, pegada a él, pero siempre con él.

Dalí se multiplica. Hace avisos publicitarios, vestuarios y decorados para ballet, diseña joyas, su imaginación deslumbra a Chanel y Schiaparelli, da conferencias, escribe libros. París, Nueva York, la costa catalana. Según sus propias palabras: “En París está la inteligencia; en Nueva York, los dólares”.

En 1949 se deja seducir por los temas religiosos. Pinta “La Madonna de Port Lligat”, con Gala como modelo, por supuesto, y recibe la reprobación del Vaticano. Pero la pareja, a inspiración de ella, recorre el mundo gozando ya de una fama que abre todas las puertas. Los cotilleos del momento decían que ella cosechaba amantes entre los modelos de su marido, además de cualquier otro que revolotease en torno a la célebre pareja.

Sin embargo, el matrimonio-sociedad funcionaba mejor que nunca. Él era el genio, interpretaba el papel de maravillas. Ella era el cerebro que llevaba las cuentas. Su personalidad fuerte, a la vez que controvertida, la convertía en el sujeto predominante de esa unión que por cierto daba buenos frutos. De lo que no cabe dudas es que fueron los protagonistas de uno de los períodos más atrevidos, revolucionarios y brillantes de la historia social y artística del siglo XX.

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“Triple aparición del rostro de Gala”, en una exposición sobre Dalí, en Grecia.

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Retratados, Gala y Dalí.

OBRAS CONSULTADAS

- La Opinión, Buenos Aires, noviembre 1977.

- La Nación, mayo 1988 y agosto 1996.

- Odile Barón Supervielle para la Nación, 27/02/1977.

- La Enamorada, Paul Eluard, 1924, Editorial Planeta.

ILUSTRACIONES

Las imágenes utilizadas para ilustrar esta nota fueron extraídas de “Salvador Dalí 1904-1989. Excéntrico y genial”, de Conroy Maddox, Editorial Benedikt Taschen (1990).