Al margen de la crónica

50 años sin Herman Hesse

El mundo de la literatura conmemora los 50 años de la muerte del escritor suizo Herman Hesse, autor de obras cumbre de la literatura en alemán del siglo XX.

Nacido en Calw (Alemania) en 1877 y con nacionalidad suiza desde 1924, Hesse murió en Montagnola (Suiza) el 9 de agosto de 1962.

Junto a Thomas Mann y Stefan Zweig, es el autor de lengua alemana más leído en el planeta y uno de los dos únicos autores suizos, junto a Carl Spitteler, galardonados con el Nobel.

Sin embargo, pese a este reconocimiento y a que Hesse vivió las últimas cuatro décadas de su vida en Tesino (sur de Suiza) -donde escribió “El lobo estepario”, “Siddhartha”, “Narciso y Goldmundo” y “El juego de los abalorios”-, los helvéticos viven con cierta distancia este aniversario de un autor que ven como alemán.

De hecho, es su Calw natal el lugar que se conoce como “la cuna de Herman Hesse”, -pese a que el escritor solo vivió allí durante diecisiete años- y donde se recuerda con más cariño al escritor alemán.

Frente a eso, en el Tesino hay casi un olvido total de Hesse. Es que el escritor era considerado un “zucchino” -el apelativo que los locales dan a los que llegan del norte- y le costó mucho tiempo ser aceptado.

No fue hasta unas semanas antes de su muerte y quince años después de recibir el Nobel de Literatura (que no acudió a recoger) cuando recibió el reconocimiento de “ciudadano de honor”.

A sus cuatro años se trasladó con su familia a Basilea (norte de Suiza), lugar del que se fue sólo para estudiar en Alemania y al cual regresó a sus 22 años.

Fue allí donde comenzó a frecuentar los círculos culturales, donde conoció a su primera esposa, la fotógrafa Mia Bernoulli.

Si bien se casaron en 1904, Hesse admitió que la vida casera le resultaba opresiva y se embarcó en varios viajes al extranjero para alejarse de su familia.

Durante la primera gran guerra, coincidiendo con la muerte de su padre en 1916, sufrió una grave crisis emocional y comenzó a someterse a sesiones de psicoanálisis.

Se separó de Bernoulli y volvió a casarse dos veces, la última de ellas con Nina Dolbin, con quien vivió sus últimos años.

Fue entonces cuando se refugió en la pintura, inicialmente como terapia, y luego como una pasión, creando un importante legado de 3.000 acuarelas que recrean la belleza del Tesino, su “patria chica”.

Su gran éxito literario fue póstumo, ya que sus obras pasaron a ser un fenómeno global a raíz de la guerra de Vietnam, cuando los movimientos pacifistas reivindicaron sus trabajos y sus libros se convirtieron en símbolos del “Flower Power”, con su mezcla de pacifismo, filosofía asiática y desorientación existencial.