Diez razones para fundamentar una trascendencia

Por J. M. Taverna Irigoyen

César López Claro cuyo centenario es celebrado este año- es uno de los pintores argentinos que más ha trabajado en torno a la realidad social de su tiempo, ahondando en el sentimiento americano y en la reivindicación de los pueblos. Su obra, cualitativa y cuantitativamente importante, no sólo ha sido divulgada y proyectada con elocuentes respuestas, sino también y lo que es tanto más válido- ha logrado una recepción generalizada, sin parcialidades de públicos, ni restricciones valorativas. Artista de obra densa, calificable como total dada la amplia gama de disciplinas y géneros que abarca. López Claro comunica desde los órdenes expresivos precisos con una contundencia clara y a la vez reflexiva. Sin embargo, hay razones para que, aún con todo el potencial que exhibe, su obra haya alcanzado una inequívoca trascendencia.

1- La formación ocupa un lugar decisivo, dentro de toda la estructura plasticista de su quehacer. Después de su paso por la Academia, López Claro ha abrevado en los grandes, por encima de lenguajes. Le importa la óptica constructiva de Spilimbergo y la fluidez de su línea, tanto como la potencialidad de Orozco. Pero no desestima su admiración por la libertad generadora e invencionista de Picasso. Y el misterio siempre a develar de Rembrandt y de Goya. De cada uno extrae los órdenes rectores que hacen que una forma viva y se incorpore realísticamente a una composición, desde el trasfondo.

2- Geográficamente es, desde joven, un ciudadano del mundo. Pero, por antonomasia, hombre que ama a América, a su gente sufrida y postergada, a sus líderes y a los diversos órdenes que hacen a la paz y a la convivencia. Tiembla ante el Altiplano y carga energía en las aguas del paisaje litoral. Sabe abrir diálogos. Sabe escuchar. Y tanto lo hace con Berni y Castagnino, con Alonso y Spilimbergo, como con anónimos protagonistas de lo cotidiano, ante quienes asimila y confronta realidades.

3- La disciplina es su principal fortaleza. El trabajo constituye para él una forma apasionada de la existencia. No crear por crear: expresar confesionalmente los estados; pronunciar las denuncias; dar cuerpo efectivo a los testimonios. El arte en la genuinidad de lo propio, de lo auténtico, de lo que trasciende a través de lo aparentemente matérico.

4- Sus series constituyen, dentro de la formidable dimensión de toda una obra, una manera de profundización de la imagen. El Litoral, América, Hambre y prostitución, Los Maestros, Aformalismo, Proceso al Proceso, Cartoneros, La noche de los lápices, Los traperos, Nueva Realidad. Sobre esas series, López Claro recapacita y reformula contenidos. No la rigidez de un discurso o la elocuencia porque sí de una metáfora plástica determinada. Fundamentalmente, el valor de una entrega y de un compromiso.

5- Es esencialmente y por propia determinación, un artista figurativo. Es verdad que en la década del ‘70, con cierta influencia del español Tapies, incursiona con fervor en la abstracción matérica y que, tres décadas antes, brevemente trabaja tras los pasos cubistas de Braque y de Picasso. Pero, sin ser ejercicios (actitud que jamás asumiría), deben interpretarse estos períodos como un desafío conceptual. Para López Claro, desde la figura humana todo; desde la ausencia del hombre, nada. Entiende su pintura como una manifestación permanente de órdenes sensibles en que juegan y se articulan procesos de memoria, estados intermedios de la fantasía, invenciones y aún componentes oníricos.

Por ello su obra, como huella digital, observa siempre y por encima del aporte iconográfico, un aura de envolvente gracia.

6- Se juzga a sí mismo, antes que censor, protagonista de su tiempo. El mundo lo conmueve, el mundo de ese mundo lo transporta. Y sabe muy bien la herramienta de que dispone para ejercer su propio juicio, su grito tanto como su canto: desde el mural, la superficie del plano cromático, la materia en el espacio, la aventura lineal.

7- No es fortuito que mire hacia atrás la historia del arte, con la sabiduría de que allí está todo lo que debe estar. Y torna a descubrir a los grandes y a aprender de los aciertos y las vacilaciones de esos grandes. Por eso sus homenajes a Uccello, a Velázquez, a Leonardo, a Rembrandt, a Goya, al amado Picasso, a los americanos Orozco y Spilimbergo que, como tributo, pintara en las cúpulas de la Escuela de Artes Juan Mantovani, en la cual enseñara arte y vida.

8- López Claro permite que el tiempo entreteja sus leyes. No lo coarta. Así, su pintura, la fortaleza de su dibujo, el juego de sus impresiones gráficas, la dinámica de sus murales, alcanzan siempre una temperatura inconfundible. Porque toda obra del artista acuña genealogías que vienen desde muy atrás. El Premio de Honor del Salón Nacional, en 1971 y el Gran Premio de Bruselas, en 1976, no son sino hitos de una aventura a la que sólo reconoce un comienzo.

9- La producción de César López Claro registra, inequívocamente, la univocidad de un maestro. Por encima de la naturaleza de períodos, corrientes, disparadores temáticos. Son las voces en el coro que dan a su producción el acorde y la polifonía. Una coherencia total que conmueve, tanto como incita a analizar. Sus más de 300 muestras antológicas y retrospectivas, su siembra en el museo del barrio de Guadalupe y en la Fundación que lleva su nombre, su activo accionar en la enseñanza tantas veces silenciosa, sus viajes, libros y reflexiones, muestran el camino de un hombre hondamente comprometido. Figura paradigmática y quizá aun no debidamente reconocida, dentro del marco artístico latinoamericano.

10- Pero por sobre todo, existe en López Claro la muy infrecuente capacidad de dar universalidad a lo que supone energía local, voces de autoctonismos, componentes directa o indirectamente vernáculos. La patria le flamea, como España a Picasso. Y ello no es poco, para alcanzar trascendencia.

César López Claro

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César López Claro. Las obras que ilustran estas páginas le pertenecen.

Fotos: Archivo El Litoral