Bajo el resplandor lunar

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“Junto al mar de niebla”, de Caspar David Friedrich.

 

 

Por Raúl Fedele

“Romanticismo. Un odisea del espíritu alemán”, de Rüdiger Safranski. Tusquets. Buenos Aires, 2012.

El romanticismo es una época; lo romántico es una actitud del espíritu, que no se circunscribe a una época ni al país por excelencia del romanticismo, Alemania. El romanticismo y lo romántico se encuentran en Heine, en Marx, en Wagner, en Nietzsche, en Thomas Mann. Pero, ¿qué grado de romanticismo era inherente al nazismo? ¿Y al mayo del ‘68?

A estas cuestiones con precisión y encanto se dedica en Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán, Rüdiger Safranski, el notable autor de Nietzsche. Biografía de su pensamiento y de Un maestro de Alemania. Martín Heidegger y su tiempo.

Safranski comienza recordándonos que la denominación de la escuela romántica nació en 1800, para referirse al movimiento congregado en torno de los hermanos Schlegel y a la llamarada especulativa que se enciende con Fichte y Schelling. Una generación que irrumpía con ideas renovadoras, pero que también daba continuidad a lo que décadas atrás se había iniciado bajo el lema de Sturm und Drang (tormenta e ímpetu).

“El espíritu romántico es multiforme, musical, rico en prospecciones y tentaciones, ama la lejanía del futuro y del pasado, las sorpresas en lo cotidiano, los extremos, lo inconsciente, el sueño, la locura, los laberintos de la reflexión. Es contradictorio, se transforma, alocado hasta lo incomprensible y popular, irónico y exaltado, enamorado de sí mismo y sociable, al mismo tiempo consciente y disolvente de la forma. Goethe, cuando ya era un anciano, decía que lo romántico es lo enfermizo. Pero lo enfermizo tampoco era demasiado extraño para él”.

Un momento clave de la historia romántica se presenta cuando en el verano de 1793 dos amigos amantes del arte, el escritor Ludwig Tieck y el joven “torturado por el arte” Wilhelm Wackenroder, salieron a la búsqueda de la realidad de sus sueños. Caminan largamente, desde Erlangen hacia Bamberg, Pommersfelden, Bayreuth y Nuremberg. “Podemos decir sin miedo a exagerar que fueron Tieck y Wackenroder los que en aquel verano transfiguraron por primera vez como tierra prometida del Romanticismo alemán aquella Franconia con sus ciudades medievales, sus bosques, ruinas de castillos, residencias y minas. Entonces, narra el anciano Tieck, en una noche de luna en Bischofsgrün se le abrió el prodigio de la fascinante noche con resplandor lunar...”.

Y una figura clave es Friedrich von Hardenberg, nacido en 1772 y que en 1798 tomó el nombre artístico de Novalis (que significa “Quien construye el nuevo país”), un escritor que moriría a los 29 años, que asistiría a las lecciones de Schiller y estudiaría la filosofía de Fichte, pero cuya obra después de su muerte tendría una repercusión enorme. Novalis se proponía “componer para los alemanes su mito romántico, en el que todo tenía que encontrar su lugar: el nacimiento del Occidente cristiano, los influjos de la antigüedad griega, la sabiduría oriental, la sabiduría del dominio romano, el tiempo egregio de los emperadores Staufer, los destinos políticos y espirituales de Alemania desde los comienzos hasta la actualidad”.

Novalis concebía la realidad tan fantástica que sólo una “alta medida de espíritu poético es capaz de captarla”. Se sentía capacitado para hacerlo. Pero estaba demasiado cerca de la muerte.

A pesar del arte concebido como una misión, y del interés religioso de algunos de sus cultores (que preferían el culto católico ya que el protestante carecía de dimensiones sensibles), Schlegel había concluido drásticamente a la pregunta: ¿qué mantiene la primacía en la religión estética: lo estético o lo religioso?, observando que la obra de Dante, por ejemplo, merece tenerse por verdadera no porque sea católica, sino porque es bella. Schleiermacher sin embargo, al definir lo religioso como “sentido y gusto para lo infinito”, vuelve a diluir los límites entre lo estético y lo religioso. También había dicho: “Religión es aceptar todo lo limitado como una representación de lo infinito”, lo cual podía muy bien ser la definición de la poesía romántica. En efecto, la poesía romántica, con su sentido de lo tremendo y prodigioso, ¿no era ya inmediatamente religiosa? En ese sentido cobran importancia los estudios de los tres amigos, Hegel, Schelling y Hölderlin y la búsqueda de una mitología de la razón. “En ese programa está en juego la razón, por cuanto predomina el sentimiento de la libertad. Y se da también una mitología porque, de hecho, Hölderlin experimenta los poderes de la naturaleza y de la historia como divinos y numinosos. E interviene la poesía por cuanto ésta es el lenguaje que crea espacio a lo sagrado, un espacio en el que puede mostrarse lo divino”.

De Herder a Rilke, de Fuerbach a Adorno, Safranski estudia en las dos partes de este libro (El Romanticismo y Lo romántico) este complejo y apasionante movimiento y fenómeno que, entre otras muchas cosas, es una continuación de la religión con medios estéticos, y una búsqueda desesperada -y a veces efectiva- de triunfar sobre el principio de realidad.

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Los pintores “nazarenos” siguieron la huella de Ludwig Tieck, autor del probablemente primer cuento romántico, “El rubio Eckbert” (1797). En la ilustración: “Las tres Marías en la tumba”, de Peter von Cornellius.