Editorial

Abusos en cadena

Cuando el lunes por la noche el gobierno nacional interrumpió durante más de una hora la programación de los canales de aire y emisoras de AM, para transmitir a todo el país el discurso de la presidenta en el acto del Día de la Industria, desató críticas de diversos sectores y también indignación popular, que en algún caso llegó a ser expresada a través de los clásicos y algo devaluados “cacerolazos”.

La reacción no fue intempestiva, sino abonada por el reiterado e irritante uso dado previamente a esa herramienta, prevista para circunstancias “graves, excepcionales o de trascendencia institucional”, según el artículo 75 de la ley 26.522 de Servicios de Comunicación Audiovisual, sancionada por este mismo gobierno.

La estadística permite cuantificar el abuso, y desmentir el segundo de los términos exigidos por la norma. Desde que ésta entró en vigencia, Cristina Fernández utilizó la cadena nacional 52 veces; 17 sólo en lo que va del año.

En tanto, es muy difícil establecer la trascendencia institucional del discurso de marras -máxime cuando la emisión fue de un registro grabado, tras un partido de fútbol-, al igual que de la inauguración del pabellón argentino en la muestra de Venecia, la segunda apertura de Tecnópolis o el anuncio del proyecto de crear un polo audiovisual.

En todo caso, sí parece dotado de gravedad el contenido de buena parte de estas alocuciones, en las cuales la presidenta se vale de su investidura y prerrogativas para lanzar hacia todo el país furibundas o desdeñosas invectivas contra sus enemigos designados; sean partidos de la oposición o medios de prensa críticos. En el mismo marco, y demostrando una vocación por el histrionismo hasta hace poco inadvertida, prodiga chanzas a sus colaboradores, elogios a los barrabravas, chistes de dudoso gusto y, en general, disquisiciones o pontificaciones sobre la mayor variedad de temas (huelgan los ejemplos).

Lo cierto es que la asidua y extenuante utilización de la cadena nacional forma parte de una estrategia cuidadosamente diseñada e incluso explicitada por la propia mandataria, cuando mencionó que es la manera de asegurarse de que sus anuncios e impresiones lleguen al gran público, sin la intervención del periodismo (y habida cuenta de las exiguas mediciones de rating de los programas oficialistas). Por el contrario, y más que prescindir de los medios, eligió golpearlos económicamente expropiando horas y horas sumadas en diversas franjas -inclusive el llamado prime time-, e infligirles un costo varias veces millonario.

El rechazo recogido por la última incursión presidencial en el horario pico de la TV acaso sirva para advertir a los estrategas comunicacionales del gobierno de que han cometido un error garrafal. Y acaso, aunque más no sea por esa razón, los disuada de continuar con este autoritario manoseo de las audiencias, a expensas del aparato estatal.