Preludio de tango

“Cambalache”

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Manuel Adet

No faltó quien dijera que es nuestro genuino himno nacional, que es el poema que expresa a los argentinos con todos sus defectos. El tango no es lo mejor que escribió Discépolo, pero es un buen tango, tal vez algo devaluado por las abusivas interpretaciones que se han hecho de su texto. La letra es indudablemente de Discépolo, es su estilo, son sus giros, su singular manera de ver el mundo, el rasgo distintivo de todo poeta.

“Cambalache” puede ser pensado como una continuidad de “Qué vachaché”, “Yira yira” o “¿Qué sapa señor?”. Las diferencias son de procedimientos, porque la percepción y los recursos verbales son muy parecidos. Una diferencia merece registrarse. En los tangos mencionados, el poeta interpela a alguien en singular; en “Cambalache” la interpelación es colectiva.

En su momento no faltaron interpretaciones que consideraran al poema como una crítica a la llamada década infame. Si así fuera, “Yira yira” o “Qué vachaché”, sería una crítica al yrigoyenismo, porque fue escrita antes del Golpe de Estado del 6 de septiembre, interpretación tan arbitraria como la anterior. Discépolo -bueno es saberlo- no escribe para criticar a un gobierno o a un régimen, escribe para cuestionar una moral, un estilo de vida. Lo dice explícitamente: “El mundo fue y será un porquería...”, es decir, lo fue antes de los conservadores y lo será después de los conservadores.

“Cambalache” posee pretensiones universales. Es su mérito y su límite. Esa universalidad es la que le permite decir a sus admiradores que su vigencia es eterna, porque lo que dice Discépolo vale para todas las épocas. ¿Es así? Tal vez, aunque también podría decirse que los lugares comunes en sus versiones más trilladas y convencionales son los lugares en los que tropiezan los hombres desde los tiempos de Adán y Eva.

No faltaron quienes lo acusaran de reaccionario, decadente y anacrónico. Para cierta izquierda literaria de los años cincuenta y sesenta, afirmar que el “mundo fue y será una porquería, ya lo sé”, sería una afirmación reaccionaria, una variante condenable de pesimismo burgués que ignora que el futuro del mundo será luminoso. La trivialidad del argumento, su simpleza y esquematismo exime de todo comentario.

También se dijo que el tango es un ataque a las sociedades democráticas, en tanto lamenta que hayan desaparecido las jerarquías y los fundamentos de una moral tradicional. La mirada de Discépolo -según este punto de vista- añoraría los tiempos en que cada clase social y cada persona sabía el lugar que le correspondía y lo respetaba. Ahora, “todo da lo mismo” porque todos somos iguales, y es por eso que en algún otro tango Discépolo se queja de que no haya más Borbones.

Esta crítica es un poco más compleja que la anterior, más interesante, pero su problema es que deja de lado la especificidad poética. Reducir a Discépolo a un poeta quejumbroso por el orden perdido, es una injusticia con su obra poética y su trayectoria política personal iniciada en el anarquismo y la bohemia literaria de aquellos años. El autor de “Yira yira” no llora los privilegios del pasado, entre otras cosas porque él nunca los tuvo, sino la degradación y descomposición de una sociedad que había prometido a los hombres condiciones de vida más humanas y más justas.

De todos modos, convengamos al respecto que sus imputaciones a un orden social moralmente desquiciado no son novedades. Un señor llamado Federico Nietzsche y un caballero que respondía al apellido de Schopenhauer algo habían dicho al respecto. En nuestras playas, Roberto Arlt, Eduardo Mallea, Ezequiel Martínez Estrada, Scalabrini Ortiz, incluso José Ingenieros, Manuel Gálvez y Ricardo Rojas, entre otros, ya habían escrito páginas perdurables sobre este tema. Por su lado, los poetas de Boedo se cansaron de decir cosas parecidas. Por otra parte, para esa misma época, Enrique Cadícamo escribe “Al mundo le falta un tornillo”, poema que recurre a moralejas semejantes.

El tango de Discépolo, por lo tanto, es importante, merece tenerse en cuenta, pero de allí a considerarlo como una suerte de biblia de los argentinos hay una gran distancia. Por lo demás, su popularidad es merecida. El título ya es un gran acierto. El cambalache como metáfora de saldos y retazos, mezcla arbitraria de reliquias y sobras, símbolo de decadencia y miseria espiritual, es la palabra expresiva ideal. La enumeración caótica de objetos diferentes, caótica y a veces alucinada, es un procedimiento poético singular al que Borges, entre otros, va a recurrir con frecuencia. No concluyen allí las asociaciones con Borges. No recuerdo qué crítico literario observó que “El Aleph” es la versión culta de “Cambalache”, el punto desde donde es posible contemplar el caos, un caos alucinado y universal.

Capítulo aparte merece el debate acerca de quiénes violaron la letra. A Julio Sosa se le reprocha haber cometido ese “delito”. El “Varón del tango”, que solía a veces hacer demasiadas concesiones a la demagogia, cambia Stavisky, el estafador, por Stravinsky, el músico. Y Carnera el boxeador debe dejar su lugar a Carrera el billarista. “Se vamo a encontrar”, es un golpe bajo del lunfardo aplicado por Sosa que Discépolo nunca se lo hubiera permitido. Por último, para Discépolo era más importante escribir “el que vive de las minas” que “el que vive de los otros”.

Las críticas son fundadas y pertinentes, porque, entre otras cosas, Discépolo era muy cuidadoso a la hora de escribir sus poemas. Por eso demoraba tanto. El hombre meditaba acerca de las palabras a usar y lo que en muchos casos parecía espontaneidad, ocurrencia del momento, repentismo, era en realidad reflexión poética seria y responsable. Ninguna de estas consideraciones detuvo a ciertos cantores para alterar nombres de los personajes y giros.

La música de este tango pertenece, también, a Enrique Santos Discépolo. Fue escrito en 1934 para la película “El alma del bandoneón”. En esa ocasión lo interpretó Sofía Bozán, mientras que el primero en cantarlo fue Ernesto Fama, acompañado por la orquesta de Francisco Lomuto. Una rareza. A “Cambalache” no lo cantó Carlos Gardel. En el firmamento tanguero se supone que Gardel es el único artista autorizado a bendecir un tango. Pues bien, con “Cambalache” se cumple con el principio de la excepción que confirma la regla. “Cambalache” no fue interpretado por Gardel, pero sí por Goyeneche y Rivero, con lo cual la asignatura para ingresar al santoral tanguero la ha aprobado con creces.

Se dice que la fama al tango llegó muchos años después y se la otorgó Julio Sosa con sus grabaciones de 1955 y principios de la década del sesenta, en esa ocasión con Leopoldo Federico. Verdad o no, lo cierto es que fue para esos años que el tango adquirió connotaciones de himno. Después llegó el aluvión de grabaciones. Desde el tango y desde otros lugares. “Cambalache” fue interpretado por Nacha Guevara, León Gieco, Eduardo Aute, Ismael Serrano, Juan Carlos Baglietto y Sumo. Las mujeres que se destacaron fueron, en primer lugar, Tita Merello, pero también le hicieron su entrada Libertad Lamarque y Adriana Varela. Más allá de las fronteras, Caetano Veloso, Caracol Rafael, Julio Iglesias y Joan Manuel Serrat también se le animaron. Los resultados fueron diversos, pero lo que importa destacar es la velocidad con que este tango recorrió el mundo, expresando una filosofía universal pero con tono y ritmo definitivamente tanguero.