La última etapa de Yeats

La presentación de los “Poemas completos” de W.B. Yeats, en la traducción del rosarino Eduardo D’Anna, es uno de los sucesos editoriales más destacables de los últimos meses. Del prólogo, transcribimos a continuación uno de los apartados, y del extenso corpus poético del gran poeta irlandés, una breve selección de sus poesías.

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“W.B. Yeats con criatura mística”, de John McCart. Foto: Archivo El Litoral

 

Por Eduardo D’Anna

Los estudiosos de la obra de Yeats coinciden, en general, en considerar que la etapa que siguió al otorgamiento del Nobel fue la más original, la más creativa. Yeats no descuidó su dramaturgia, dando a conocer piezas como “La fuente del balcón” (1917), “El sueño de los huesos” (1917), “Los únicos celos de Emer” (1919), “Calvario” (1920), y “La actriz reina” (1922). Escritas íntegramente en verso salvo la última, las canciones que aparecen en ellas, por lo general, pasan después a integrar sus libros de poesía lírica.

En el campo del ensayo, ya en 1915 se había dado a conocer “La talla de un ágata”. “Per Amica Silentia Lunae” en 1918, y “Una visión”, en 1925. Pero es la lírica donde se concentra lo más revolucionario de su obra, principalmente desde “La Torre”, título que alude a Tboor-Ballylee, que se publica en 1928. Al centrar sus temas en su propia casa, familia y amigos, Yeats ratifica y profundiza el carácter personal de su mitología. Las referencias cotidianas resultan comparativamente más fáciles de traducir, y creo que ello debe hacerse sin concesiones al casticismo, bien de acuerdo con la cultura a que pertenece el traductor; muchos objetarán, por ejemplo, el caracú que aparece en “Muerte”, pero, en rigor, ése es el significado de la palabra inglesa marrow, y así debe consignarse, y no “tuétano” o “médula”, que en nuestra habla ya quieren decir otra cosa.

Más peligroso, en cambio, es no conocer lo suficiente la significación que el poeta da a los símbolos que utiliza, siempre de forma peculiar y hasta contradictoria con la consideración general o tradicional de ellos, esto último cuando no son exclusivos de su poesía. Por cierto, ello se acrecienta en los libros siguientes de Yeats, que en las obras completas se reunieron bajo el título de “La escalera de caracol y otros poemas” (1933).

El primero de ellos, que recibe el mismo título que el general, muestra que la realidad va apareciendo en el discurso poético como más negativa. En efecto, obtenida la independencia, Yeats sentía desilusión al ver que los cambios soñados se convertían en estériles juegos políticos. Tenía una concepción demasiado idealista acerca de la realidad, y se las arreglaba mejor con las acciones heroicas, cuya significación podía mostrarse como definitiva e incuestionable, que con las posibilistas y terrenales —y a veces banales— decisiones cotidianas.

Era lógico que, entonces, se sintiera un tanto atraído hacia el fascismo, de reciente entronización y, de hecho, se refirió en su tarea del senador alguna vez a Mussolini con visible admiración. El fascismo conjugaba, precisamente, una visión optimista del futuro, pero dándole a las glorias del pasado un papel relevante. Ese pasado, sin embargo, no era el que añoraba Yeats: era público, institucional y agresivo. Por lo demás el poeta fue siempre muy prudente en lo que a compromiso político se refiere —algunos de sus amigos lo censuraron alguna vez por tal motivo— y su posición no pasó de esas alusiones públicas. Llegó también a conectarse en privado con algunas figuras irlandesas filo-fascistas, pero muy pronto se desilusionó de ellas.

No obstante, el anhelo de ver a Irlanda renacer con sus viejas costumbres y un sentido de la vida cercano a lo que él entendía que era el espíritu de los tiempos antiguos era tan sólo un sueño y, probablemente, él lo sabía: en lo que realmente ponía sus esperanzas era en esa supra-realidad donde los espíritus pedían participar, en virtud de la circularidad del tiempo. En los últimos poemas, entonces, alterna una fervorosa descripción de sus creencias tan particulares, con una tendencia al prosaísmo que le es inspirada por el presente que está viviendo.

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W.B. Yeats en su juventud.

Por un lado, deplora que el mundo se rija ahora “por la moda”, lo que obliga a vivir “cambiando de tienda como un pobre árabe miembro de una tribu”, como se señala en “Coole Park y Ballylee”, y en Bizancio, en su nueva visión, “La soldadesca del Emperador”, duerme borracha (“Bizancio”). No sorprende, entonces, que Yeats busque un lenguaje más crudo, pero para ejercerlo se vale de un personaje también creación suya. La “Loca Juana” es una combinación de una mendiga, la vieja Craked Mary, con otra vieja que vivía cerca de Coole, una chismosa local. En “Letras para ponerles música”, la Loca Juana se explaya con crudeza popular acerca del mundo. Otros poemas de la misma serie expresan también esta nueva tónica:

La Eternidad como un padrillo

monta la yegua del Tiempo,

y gesta el potro del mundo.

Yeats, antes tan pudoroso para expresar explícitamente asuntos sexuales, incide ahora cada vez más en ellos también en “Una mujer vieja y joven”, última serie del libro.

(...)

Los poemas que Yeats compuso entre 1936 y 1939 no fueron publicados sino póstumamente. No se advierte en ellos cambios en la línea expresiva; son, al contrario, la decantación, cada vez más lograda, de sus anteriores recursos y planteos: los acontecimientos autobiográficos, los mitos celtas, el arte contemporáneo, la política irlandesa actual o reciente e, incluso, el sexo. “Al pie del Ben Bulhen” constituye en cierto modo su testamento poético: teoría filosófica sobre el ser humano e insta a los artistas a trabajar de acuerdo con esa concepción.

En especial, a los poetas irlandeses, encargados de cantar lo esencial de su viejo país:

Canten al labrador, y al caballero

campesino, duro jinete, con él;

y lo santo del monje, y después

del mozo que sirve al bebedor

la gruesa risa. Canten a los señores

y las damas alegres, arrojados

a la arcilla de siete heroicos siglos;

echen en otros días el espíritu

para que en días futuros seamos aún

los indomables irlandeses de Irlanda.

Ésta es, dicha con gran poder de síntesis, la concepción básica de Yeats con respecto a la poesía; en coincidencia final, por otra parte, con lo esencial del pensamiento de su padre: el pasado debe preparar el futuro, soslayando la apariencia del presente.

Hacía ya tiempo que los médicos habían recomendado a Yeats pasar los inviernos fuera de Irlanda, en algún lugar más cálido. Generalmente, solía ir a la costa ligur, o a Andalucía, donde escribió su poema “En Algeciras”, significativamente subtitulado “Meditaciones sobre la muerte” que está en “La escalera de caracol”. En enero de 1939, se encontraba escribiendo en el sur de Francia sus poemas “Cuchulain tranquilizado” y “La torre negra”. Fueron los últimos, pues falleció hacia el final del mes en Menton. Sus restos fueron devueltos a Irlanda, y enterrados en el viejo cementerio de Drumcliff, pueblo cercano a Sligo, tal como él lo había pedido en sus poemas.