Imaginación y conocimiento

1.jpg

Por Raúl Fedele

 

“Fauna” y “Desplazamientos”, de Mario Levrero. Literatura Mondadori. Buenos Aires, 2012.

A sus muchas virtudes literarias, Mario Levrero suma una singular en ese orbe mercantil y académico de las Letras que nos rodea en la actualidad, orbe sometido a privilegiar un estilo particularísimo y un mundo acotado para cada autor. Esa virtud de Levrero es la impredecibilidad de lo que nos espera al abrir cada uno de sus volúmenes.

La literatura como caligrafía y génesis ontológica en El discurso vacío, sin duda no prepara al lector que abre después la hiperactiva novela Nick Carter (se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo), o que se apresta a leer la pesadillesca El lugar, o los raptos profundamente místicos de La novela luminosa, o la vida que anima a El alma de Gardel cada vez que alguien lo escucha en un disco.

Fauna y Desplazamientos, las dos novelas (o nouvelles, si simplemente consideramos su extensión) que acaban de reeditarse (Ediciones de la Flor las había publicado en 1987) confirman esa agradable sorpresa que nos espera ante cada texto aún no leído de Levrero. En Fauna, nos encontramos ante un relato en el cual algunos verosímiles fenómenos parapsicológicos y algunos raros pero plausibles traumas patológicos se ponen en juego para seguir las aventuras del usual narrador de Levrero, una primera persona que quizás sea una de las constantes más firmes en su obra, un narrador que se nos presenta desprotegido, acosado, pasivo, neurótico, y que con el devenir de las aventuras en las que se ve envuelto, revela su fantástica temeridad, su elevada espiritualidad y, no pocas veces, sus vigorosas e invasoras testosteronas.

En Fauna, este narrador es un estudioso predispuesto a entregarse a sus tibias capacidades parapsicológicas, y debido a los artículos que publica sobre el tema es contratado por una mujer para que defienda a su hermana, Flora, de los acosos de un hombre que la tiene sometida a sus poderes. La acción transcurre en Montevideo, y la inesperada cliente (a quien, desconociendo su nombre, el narrador comienza a llamar Fauna) vive en Buenos Aires, adonde debe partir de inmediato. Deslumbrado por su belleza, a su pesar el hombre acepta el encargo y el dinero que le anticipa la extraña para vigilar y salvar a su hermana en Montevideo. Y se larga a cumplir con ese cometido.

En Desplazamientos, consecuente con su estructura mucho más ambiciosa y compleja, el narrador también asume una personalidad más intrincada y un espíritu más perturbado. Su padre ha muerto hace poco y le ha dejado una costosa herencia, la casa natal devenida ahora en conventillo. Lo conocemos la noche en que decide hacer su recorrido para cobrar los alquileres. Sobre todo lo mueve el deseo de ver a una mujer que ha visto en una anterior visita. En la penumbra rancia de la casa maltrecha, a veces, descubre en las paredes su sombra, y en esa sombra exactamente la silueta de su padre. No en vano el texto lleva un inquietante epígrafe de Carl Jung: “A todo individuo, le sigue una sombra (...) Si las tendencias reprimidas de la sombra no fueran más que malas, no habría problema alguno. Pero de ordinario, la sombra es tan sólo mezquina, inadecuada y molesta, y no absolutamente mala”. Entramos, pues, con el narrador en esa casa en la que él mismo vivió y que ahora apenas reconoce, aun cuando en algún rincón sigan estando un cúmulo de sus pertenencias.

Pero pronto, el lector nota algo raro, repeticiones de párrafos, reinicios de episodios que presentan leves o sustanciales cambios. Paralelamente a la diversificación de la figura femenina (dos hermanas, que son y no son la misma persona, como en Fauna) y de los ambiguos comportamientos de los personajes que aparecen en escena, se producen estos desplazamientos de sucesos e interpretaciones.

En una entrevista que Levrero se hizo a sí mismo cuenta que esta novela surgió de la breve escena de un sueño: una mujer en ropa interior que lavaba platos en una cocina. “Me llevó como dos años sacar a la luz todo el mundito que encerraba esta imagen”. Y explica que “sacar a la luz”, “examinar” una de estas imágenes oníricas significa “prestarle atención, permitirle que viva su vida. Y tratar de hacer conciencia de esa vida” a través de la imaginación, ese instrumento que es “un instrumento de conocimiento, a pesar de Sartre. Yo utilizo la imaginación para traducir a imágenes ciertos impulsos -llamalos vivencias, sentimientos o experiencias espirituales. Para mí, esos impulsos forman parte de la realidad o, si lo preferís, de mi ‘biografía’. Las imágenes bien podrían ser otras; la cuestión es dar a través de imágenes, a su vez representadas por palabras, una idea de esa experiencia íntima para la cual no existe un lenguaje preciso”. Eso es precisamente Desplazamientos, una tensa novela sobre la imaginación.