Preludio de tango

Enrique “Kicho” Díaz, el contrabajista del siglo

A.jpg

Manuel Adet

 

El tango también cuenta con sus grandes familias. Los De Caro, los Fresedo y los Canaro suelen ser las más conocidas y reconocidas. Los hermanos Verón, Raúl, Adolfo y Elba, son otro ejemplo. Para no mencionar el de los Expósito, Homero y Virgilio, el poeta y el músico. O el caso emblemático de los Contursi, padre e hijo, Pascual y José María. Y ya que estamos en tema, por qué no tener en cuenta a los Discépolo, Enrique y Armando. O a los González Tuñón, Raúl y Enrique. Mariano Mores se enorgullecía de su hijo Nito y su prematura muerte opacó para siempre la felicidad del padre. Agustín Magaldi, padre e hijo, podrían integrar la lista, más allá de que el hijo nunca alcanzó a ser más que una copia del padre y, para más de un crítico, una caricatura.

Hay más ejemplos, pero para el caso conviene recordar a los hermanos Díaz: David, José y Enrique, los tres músicos, tangueros y talentosos. David violinista y José y Enrique, contrabajistas. José, en particular, fue el que lo inició a su hermano menor, Enrique -Kicho de aquí en más- en la sabiduría del contrabajo. José, había nacido en Avellaneda en julio de 1909 y debe de haber sido bueno en lo suyo porque, además de ser el maestro de Kicho, se desempeñó en las orquestas de Pugliese, Troilo y Gobbi.

Los Díaz se destacaron como músicos desde su infancia. Alguna vez lucieron sus habilidades infantiles con la guitarra. El grupo se llamaba “Los hermanos Díaz” y el espectáculo convocaba a un público familiar que aplaudía con asombro el precoz talento de los chicos. Antes de descubrir las virtudes del contrabajo Kicho estudió bandoneón y guitarra. Según cuentan quienes lo conocieron entonces, en lo suyo era bueno y, para algunos, muy bueno.

Kicho nació en Buenos Aires el 21 de enero de 1918. El contrabajo lo descubrió a través de su hermano y nunca más lo dejó. Se formó al lado del maestro Vicente Sciarreta, uno de los pioneros del contrabajo, aunque ya para entonces, Ruperto Leopoldo Thompson, el popular Negro Thompson, había legitimado a este instrumento en las orquestas de tango y particularmente en la de Julio de Caro. Se dice que el contrabajo en el tango fue un invento de Francisco Canaro y Roberto Firpo, quienes descubrieron sus posibilidades musicales y, sobre todo, rítmicas, pero sin duda que Thompson fue el pionero, el fundador de una saga de contrabajistas que incluye a Sciarreta, Vasallo y cuyo máximo exponente será luego Kicho Díaz.

Para el común de la gente, el contrabajo parece ser un instrumento menor en la orquesta, incluso innecesario. Aparentemente no se luce, no se destaca. Como dijera un espectador, parece un grandote bobo en medio de chicos traviesos e inspirados como son el bandoneón, el piano, la guitarra o el violín. Sin embargo, cualquier integrante de una orquesta sabe muy bien la importancia de ese “grandote” a la hora de definir la base rítmica o marcar el compás.

Los grandes contrabajistas, por su parte, realizaron sus propios aportes. En el caso del tango, merece mencionarse el llamado “efecto canyengue”, consistente en golpear el cordaje con el arco o con la palma de la mano. O reforzar el ritmo percutiendo solamente la caja del contrabajo o, en su defecto, la caja y el cordaje. Un contrabajista famoso alguna vez explicó que el contrabajo es algo así como ese amigo que comparte la mesa del café, habla poco, no discute, no se destaca por el ruido de sus risas o el ingenio de sus ocurrencias, pero todos los otros saben que la mesa funciona por que está él, porque él con una frase oportuna, una mirada afectiva, un cálido apretón de manos, logra que todos sigan unidos y felices.

Lo cierto es que Kicho, mucho antes de cumplir veinte años ya se lucía en las grandes orquestas. En el célebre Pabellón de las Rosas, actuó con Juan de Dios Filiberto; con Tarantini y José Pascual, en el Salón Imperio y con el maestro Anselmo Aieta, en el Café Nacional. Las gestiones de Juan Tito Fassio, le permitieron a fines de 1939 ingresar en la orquesta de Aníbal Troilo, es decir, jugar en una de las grandes formaciones musicales de la prodigiosa década del cuarenta.

En la orquesta de Troilo, el violín lo tocaba David Díaz, su hermano y en el piano se lucía Orlando Goñi. Los críticos aseguran que Troilo, Goñi y los hermanos Díaz definieron lo que se consideró el alma rítmica de esa notable orquesta

Con Pichuco, Kicho Díaz estuvo hasta 1959, es decir, casi veinte años. Se estima que en ese período participó con el maestro en alrededor de trescientas grabaciones. No concluyeron allí sus relaciones con el autor de “Responso”, porque en algún momento formará parte del cuarteto dirigido por Troilo y Grela.

Ya para fines de la década del cincuenta, Kicho era un personaje respetado y querido en el ambiente tanguero. Sin ir más lejos, en 1954, Troilo y Piazzolla componen en su homenaje “Contrabajeando”. Y unos años más tarde, Piazzolla lo honrará con uno de sus grandes inspiraciones: “Kicho”. En 1960 constituye “Estrellas de Buenos Aires”, con Armando Cupo en piano, Hugo Baralis en violín, Jorge Caldara con el fueye y las voces de Margo Fontana y Héctor Ortiz.

Su relación artística con Piazzolla fue perdurable y en algunos momentos, controvertida, como corresponde entre artistas de talento. En el Quinteto Nuevo Tango estuvo de manera intermitente desde 1960 hasta 1977. Ese año se despidieron brindado una función estelar en el teatro Coliseo, donde se dieron el lujo de interpretar sus grandes temas: “Buenos Aires hora cero”, “Prepárense” y, por supuesto, “Contrabajeando” y “Kicho”. La despedida después tuvo una segunda vuelta en 1989, cuando los músicos se encontraron en París y actuaron en el Teatro Morgado.

En 1962 y 1963 se dio el lujo de integrar el Quinteto Real con Horacio Salgán, Ubaldo de Lío, Enrique Mario Francini y Pedro Laurenz. En algún momento fue convocado por Mariano Mores y en 1976 se integra al Sexteto Mayor con Luis Stazo y José Libertella, entre otros, donde se mantuvo hasta su muerte. Enrique Kicho Díaz falleció el 5 de octubre de 1992, pero en el 2000, la ciudad de Buenos Aires lo honró declarándolo “El contrabajista de tango del siglo”, un justo homenaje a un grande.