La magia de año nuevo

Aún en la peor época de intolerancia entre argentinos, nos permitíamos lujos que hoy son impensados. Recuerdos de un festejo familiar, poco factible en el clima de crispación de hoy.

 

Federico Aguer

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La ventaja de nacer en una familia numerosa, me permitió compartir con mis primos hermanos -mis primeros amigos de la vida- cada festejo de año nuevo. Ese par de días, que vivíamos con una intensidad a flor de piel, mi casa se transformaba gradualmente en un caos, con la llegada paulatina de mis primos y tíos que desembarcaban de a poco, pintando las charlas en la galería, el patio y la cocina con su acento cordobés, correntino, entrerriano y porteño.

Ese crisol heterogéneo siempre manifestó, como es lógico en un grupo tan grande, la más variada gama de tonos de orientación política. Estaban “Nacho” y la “Tinti”, quienes practicaban su convicción socialista y peronista en cada aliento de sus vidas: en las escuelas rurales de Salta y -aún hoy- en las villas de Córdoba. En el otro extremo estaba mi brillante tío “Guro”, forjado en las refriegas fascistas de Tacuara, junto a sus amigos: el “Loco” y el “Gallego”.

En el medio estaba mi tío “Pepe”, un correntino radical con desigual suerte en el mundo empesario; mi padrino Guillermo, estanciero concordiense, bueno por naturaleza, con un amor ilimitado por las plantas, mi tía Marta y sus hijas; y mis viejos, verdaderos anfitriones de esa fauna multicolor que, pese a las diferencias políticas, vivía ese par de días con un amor fraterno que me marcó para toda la vida.

La pasábamos muy bien, nos divertíamos mucho, y cuando el vino hacía lo suyo, mi tío Nacho hacía relucir la guitarra para satisfacer el pedido de una audiencia que lo admiraba y desentonaba, pese a sus esfuerzos para mantener la melodía. El folklore de Cafrune, Zitarrosa y los Chalchaleros se iba mezclando con la “Internacional Socialista” y el “Cara al Sol”, de la falange franquista, sin solución de continuidad. La galería con techo de tejas se transformaba entonces en un escenario, donde el histrionismo de mi tía Marta anticipaba el sketch de mi otra tía, la “Cope”, un clásico que todos esperábamos y que nos hacía morir de risa.

Nosotros, jugábamos cosas de chicos, ajenos a los temas hablados, pero cerca de ese clima que nos uniría como hermanos que somos, aún pese a la distancia que hoy nos separa.

Después, la vida nos llevó por los caminos del mundo. Aunque hoy nos enteramos por facebook de las vidas de todos, de la llegada y del crecimiento de los “nuevos”, todavía persiste ese lazo de haber vivido esa comunión familiar de dos días en familia. Se extraña un poco.