Editorial

Sobre la toma de colegios

No se equivoca el ministro de Educación de la ciudad de Buenos Aires, cuando afirma que la peor manera de defender la escuela pública es cerrándola. Las declaraciones expresan una dura crítica a la decisión de los adolescentes de tomar los colegios para protestar por los cambios curriculares promovidos por las autoridades educativas, en sintonía con la propuesta nacional diseñada en su momento por el ministro kirchnerista Daniel Filmus.

Como bien lo señalan las autoridades porteñas, la modificación de los planes de estudio de las escuelas técnicas fue avalada en su momento por el Consejo Federal de Educación (CFE). Las reformas tienen como objetivo homologar los títulos secundarios en todo el país. Seguramente habrá diferentes maneras de promover estos cambios, distintos abordajes técnicos y pedagógicos, pero lo que resulta disparatado es que una discusión que reclama de la participación -en primer lugar, de funcionarios y docentes- provoque como respuesta la toma de más de cuarenta colegios en la ciudad de Buenos Aires, con movilizaciones callejeras y suspensión de las clases.

Al respecto, autoridades educativas recordaron que planes de lucha desarrollados por adolescentes en 2010, provocaron al año siguiente una sensible disminución de la matrícula. En concreto, ante los desórdenes e interrupciones del proceso educativo, muchos padres de alumnos resolvieron mandar a sus hijos a colegios privados.

De modo que aun admitiendo que las decisiones de las autoridades educativas porteñas sean equivocadas, el peor camino para corregirlas es el que se está implementando en la actualidad. En ese sentido, no deja de ser una paradoja o una cruel ironía, que los abusos que se cometen pretendan justificarse en nombre de la supuesta defensa de la escuela pública.

Llama la atención, asimismo, que estos desmanes solamente se cometan en la ciudad de Buenos Aires. Sobre todo cuando es público y notorio que desde el orden nacional se alientan estrategias de desestabilización a un poder político cuyo titular se perfila como uno de los opositores más firmes de Cristina Kirchner.

La promoción de estos conflictos se articulan con una militancia política juvenil cuyo objetivo central más allá de la retórica ideológica- es la algarada callejera, propia de adolescentes que encuentran en estas prácticas sociales un cauce para resolver diferentes tensiones culturales y psicológicas propias de la edad.

De todos modos, lo más reprobable no es la previsible rebeldía juvenil, socialmente desbordada y políticamente inmadura, sino el comportamiento oportunista e irresponsable de gremialistas y docentes, quienes para conquistar espacios internos de poder, ganar cátedras o disputar cargos directivos, no vacilan en alentar irresponsablemente estas medidas de lucha.

En la misma línea, habría que preguntarse acerca de las decisiones de algunos padres que suponen que avalando y alentando las actuales conductas de sus hijos, resuelven asignaturas pendientes en materia de educación familiar.