Operación masacre en Cosquín (II)

Una matanza que nos interpela

Rogelio Alaniz

¿Cómo sucedieron los hechos? ¿quiénes fueron los protagonistas? ¿por qué pasó lo que pasó? La información disponible es incompleta y ojalá en un futuro próximo se logre mayor precisión respecto de lo sucedido. El pasado siempre está abierto, el pasado siempre es incierto, el pasado siempre regresa. Investigarlo es tarea de historiadores y periodistas. En el caso que nos ocupa, esta nota pretende ser un primer paso, una apertura a futuras investigaciones. Sobre el tema “la masacre de Cosquín”, hay mucha tela para cortar, muchos interrogantes que develar.

Por lo pronto, podríamos dar inicio a este relato, el mismo viernes 16 de septiembre de 1955, cuando desde la Escuela de Infantería, dirigida por el coronel Guillermo Brizuela, se repelió el ataque de civiles y militares que respondían a las órdenes del general Eduardo Lonardi. Como consecuencia de la balacera murieron en el terreno del combate el capitán Mario Efraín Arruabarrena, el teniente Alfredo Viola Dellepiane y dos conscriptos. El único que sobrevivió de ese comando fue el teniente Fernández Torres. La información en este caso habría que cotejarla, porque puede haber habido otros muertos.

Ese fin de semana Córdoba fue un campo de batalla. Según las últimas investigaciones históricas, esa ciudad no sólo fue la cuna de la Revolución Libertadora, sino que los comandos civiles llegaron a ser protagonistas importantes del operativo golpista, no sólo por la cantidad de hombres que participaron, sino por el rol que algunos desempeñaron en aquellos días.

Con los años, “comando civil” se transformó en mala palabra para el diccionario peronista, en sinónimo de antiobrero y represor. Sin ir más lejos, en 2008, Néstor Kirchner los resucitó en un discurso para confrontar contra el campo. ¿Fueron golpistas? Lo fueron. ¿Fueron represores y criminales? Habría que probarlo. Los atentados terroristas de 1953 y junio de 1955 así parecen confirmarlo, aunque en el caso que nos ocupa habría que señalar que los comandos civiles de Córdoba tuvieron otro tipo de comportamiento.

¿Fueron antiobreros? Seguro que fueron antiperonistas, pero no hay conocimiento de que hayan asesinado a algún dirigente sindical. Al respecto, y atendiendo al futuro desarrollo de los acontecimientos, habría que decir que una de las imputaciones contra los comandos civiles -la de haber atacado al movimiento obrero organizado-, debería contrastarse con los asesinatos de dirigentes sindicales por parte de esos otros comandos civiles que fueron los Montoneros.

Es verdad que los comandos civiles de 1955 salieron armados a la calle, pero no hay noticias de que hayan asesinado a alguien o lo hayan secuestrado y sometido a martirio. No puede decirse lo mismo de aquellos otros comandos organizados desde el Ministerio de Bienestar Social de la Nación y conocidos luego con el nombre de Tres A.

En las jornadas de septiembre de 1955, en Córdoba, uno de los datos singulares lo dio la amplitud de la movilización civil; movilización que alcanzó tal magnitud que sería un error conceptual calificarla de cuartelazo. En rigor, fue algo mucho más amplio, como lo prueban los cuatro mil hombres armados que participaron organizados como civiles, con jefes propios y división de tareas establecidas por ellos mismos.

Integraron esa organización -copiada del modelo partisano y maquis-, conservadores, radicales, socialistas, demócrata cristianos y estudiantes universitarios de la Federación Universitaria de Córdoba. No tengo noticias de que los comunistas hayan participado, pero atendiendo a sus posiciones políticas, no es improbable que lo hayan hecho o que lo hayan intentado.

Mientras tanto, en la avenida Patria, en la zona céntrica del Cabildo, en Alta Córdoba, en plaza San Martín, en barrio Alberdi y Cerro de las Rosas, esos comandos civiles no sólo ocuparon el territorio, sino que controlaron las principales radios y edificios públicos. La movilización en su momento estuvo equiparada a jornadas como las de la reforma universitaria en 1918, pero más allá de las comparaciones difíciles de asimilar, lo cierto es que Córdoba volvía a marcar una nota diferente dentro del tono general del país.

Otro dato merece destacarse: ninguno de aquellos civiles armados estuvo rentado, ninguno secuestró o asesinó a inocentes paras proveerse de armas, nadie fue obligado a participar por la fuerza. Para bien o para mal, eran hombres que estaban convencidos de la justicia y el honor de su causa. Cuando concluyó el combate, los comandos civiles de Córdoba desfilaron por la calle y, como lo prueban las fotos, fueron ovacionados por la multitud.

Volvamos al enfrentamiento en la Escuela de Infantería. La muerte del capitán Arruabarena movilizó a su familia. Arruabarrena estaba casado con Beatriz Roque Posse. Su padre, el escribano radical Juan Carlos Roque Posse, decidió ir a buscar a su hija a la localidad de Icho Cruz. A su hija y a su nieto Mario Eduardo. Lo acompañaban Marcelo Amuchástegui y Miguel Ángel Cárrega Núñez. Todos simpatizaban con Lonardi, todos eran radicales, pero después de la muerte de Arruabarrena, decidieron alejarse de Córdoba.

En Icho Cruz subió al vehículo Beatriz Roque Posse de Arruabarrena y su hijo de siete meses. Una maestra, Teresa Pitt, pidió que la llevaran. No había lugar. Fue lo que dijo el escribano. La maestra y su hija insistieron y Amuchástegui observó que apretándose un poco todos podían entrar. La maestra Teresa Pitt finalmente subió al auto para iniciar el viaje que la llevará a la muerte.

No conocemos el itinerario exacto ni hacia dónde iban los viajeros. Seguramente el destino era alguna casa en las sierras, un lugar donde refugiarse hasta que se tranquilizaran los ánimos. ¿Eran conspiradores? Los hombres pudieron haberlo sido, pero en ese momento, no. Nadie conspira en un auto con dos mujeres y un bebé, mucho menos sin armas, porque como se pudo verificar luego, todos estaban desarmados.

Lo demás se conoce en líneas generales. Como ya se dijo, el auto perdía aceite. Cuando llegaron a Cosquín decidieron preguntar dónde había una estación de servicios abierta. Y no se les ocurrió nada mejor que hacerlo en la jefatura de Policía, ubicada al frente de la plaza principal. De aquí en adelante los hechos se suceden como en una pesadilla. Amuchástegui desciende del auto y conversa con el policía que está de guardia en la puerta. El uniformado le pregunta si está a favor o en contra de los insurrectos dirigidos por Lonardi. Contesta que está a favor, y un certero disparo en la cabeza lo manda al otro mundo. La masacre se inicia. Los policías rodean al vehículo y disparan contra los ocupantes. Juan Carlos Roque Posse y su cuñado, Miguel Cárrega Núñez, son asesinados en sus asientos. Cárrega Núñez grita que están desarmados y que hay mujeres y niños. Son sus últimas palabras.

La maestra, Teresa Pitt pide por favor que no la maten, pero una ráfaga de ametralladora es la única respuesta que recibe a su pedido de clemencia. Beatriz a todo esto ha abierto la puerta del lado derecho del auto y con su hijo en brazos corre a lo largo de la plaza. Un tiro en la pierna la derriba. La mujer cae con el chico y una ráfaga de ametralladora despedaza al bebé. Ese “lujo” de matar a un bebé, los verdugos de León Suárez no se lo dieron.

¿Qué pasó con Beatriz? No lo sabemos con precisión. Algunas fuentes dicen que murió en la plaza, mientras que otras aseguran que fue herida en las piernas y en la cabeza, pero que alcanzó a refugiarse en una casa.

El diario La Voz del Interior, publicará la noticia de la masacre en su edición del 21 de septiembre. Allí, la opinión pública se enterará de que el jefe de policía de la provincia, quien prudentemente había tomado el recaudo de escapar de Córdoba, también había dejado por escrito la orden de tirar a matar a toda persona que simpatizara con los golpistas.

Como se podrá apreciar, las órdenes se cumplieron al pie de la letra. El balance no pudo haber sido más “exitoso”: una familia liquidada, desde el abuelo al nieto. Como frutilla del postre, desde la azotea la masacre era aplaudida con singular entusiasmo por civiles y policías. Como se dice en estos casos: “Al enemigo, ni justicia”.

Pregunto para concluir. En estos tiempos de honras póstumas, ¿Alguien investigará lo sucedido, o es que estos muertos no tenían derechos humanos?, ¿a alguien se le ocurrirá -por ejemplo- honrar a la plaza con el nombre de alguna de las víctimas, ¿algún escritor escribirá alguna novela o algún ensayo acerca de la tragedia de esa familia?, ¿se conocerán los nombres de la policía peronista que a la luz del día ordenó cometer semejante salvajada contra civiles desarmados?

Una matanza que nos interpela