Dos poemas de Héctor Martín Rotger

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“Vendedor de flores” (detalle) Foto: Alem

 

El llevador de flores

Conocí un llevador de flores.

Las trasladaba entre jardines

y cementerios.

A veces

se cruzaba con enamorados

y algunos ramos

cambiaban de destino

o digamos, más bien,

lo retrasaban.

Al llevador de flores

le era familiar la compañía

de las abejas,

tanto como el tránsito de aromas,

las encendidas texturas,

el desfile cromático,

las auras.

Llegado al cementerio

las mezclaba en el canasto

como un mazo de cartas

para luego distribuirlas

en cualquier orden

sobre las lápidas del suelo.

Pero nada de esto era para él tan importante

como lo que hacía cuando las iba dejando:

Mirándolas sostenidamente

las nombraba en latín;

decía por ejemplo

Dianthus caryophyllus

y dejaba un clavel

o Bellis perennis

y agregaba una margarita

y en el caso de una rosa

decía nomás Rosa y pensaba en latín

y así seguía, armando ramilletes.

Varias veces, de niño, visité el cementerio

solía hacerlo llevado por mi papá y mi tío.

Ese día, accediendo a que diera un paseo sin alejarme

mucho

me topé con la historia

del llevador de flores.

Hubo otras tantas veces, pero en una de ellas me sor

prendió mirando

y al verlo sonreír vencí mi timidez,

no me alejé corriendo

y él no esperó que yo le preguntara.

Se sentó en una tumba y me explicó

que nombraba a las flores en un idioma muerto, por

que no se lo habla

ni se usa más que para nombrar plantas y árboles

y todo lo que vive;

o para el canto de los monjes.

—Si las flores, ¿qué más vivo que ellas?

-me decía-,

resucitan un idioma muerto,

por reciprocidad de ser nombradas

¿qué les impide hacerlo

con los que están debajo de la tierra,

su mismo hogar de origen?.

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Rosas. Foto: Andreu Dalmau


—Cierto es que no los vemos

-continuó-,

pero, ¿para qué tanto?, basta que los vean las flores

y que ellos las vean.

—Eso hago.

No me pidió un secreto,

pero así lo entendí

hasta ahora, que escucho,

visitando un monasterio antiguo,

el canto gregoriano

entonado por monjes de clausura.

¿Y me habrá parecido

(o fue real) ¿importa?

que bajo la capucha de uno de ellos

estaba viendo al llevador de flores?

Luz otra

Cuando mi luz se apague, mis ojos

no harán más referencia a lo ya visto,

no quedará quién vea esas imágenes.

Yo las veía así

no porque fueran así

sino porque así las hacía yo

para verlas.

Me lo he pasado siendo el pintor de mi mundo.

Pero en mi cuadro

extrañamente nada hubo tan propio

como lo que hice a oscuras

extrañando

no se qué,

puesto en duda yo mismo;

amigo yo mismo de la duda.

Me queda el pálpito de que

cuando esta luz se apaga

la duda entra por los ojos

y uno ve que la luz apagada

es otra luz, desnuda,

que no alumbra para las imágenes-certeza.

De ser así, el cuadro

cuyas imágenes hice así

para verlas

en el cuadro llamado “mundo”

tiene otras imágenes

bajo otra luz

velada por mi ver.

Cuando mi luz se apague

y estén cerrándose mis ojos,

¿llegaré a tiempo

preparado para

tolerar la luz otra

que bajo el cuadro que conozco

me muestre el cuadro que pinté

extrañando?