De domingo a domingo

Un nueva división se perfila tras los oídos sordos ante el clamor popular

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Más allá de las motivaciones puntuales, la manifestación del 8-N tuvo como centro pronunciarse contra los oídos cerrados de los gobernantes, sobre todo al comparar cómo otros países, incluidos muchos de la región, se desarrollan de manera diferente y no dejan pasar ni un solo elemento favorable de la extraordinaria oportunidad que hoy le ofrece el mundo a los productores de materias primas. Foto: EFE

Por Hugo E. Grimaldi

 

(DyN)

El cacerolazo nacional del 8-N ya pasó y su masividad obliga a mirar para adelante, a partir de los condicionamientos que esa histórica jornada le pone a los tres protagonistas centrales del episodio: ¿hacia dónde irán la gente movilizada, la Presidenta y toda la oposición?

En el escenario hay además un cuarto actor, también multitudinario, aunque pasivo esta vez, que no debe dejarse de lado para armar el cuadro y que está representado por todo el espectro de ciudadanos que adscriben al kirchnerismo, con fe tan ciega como los que lo combaten.

Lamentable división entre argentinos de estos tiempos; para los ultras de los dos lados, todo es blanco o negro y nunca hay un gris.

Si bien en esta materia presagiar es una tarea que se torna siempre muy provisoria, hacer el ejercicio inmediatamente después de tamaño tajo, tal como se verificó desde lo político y desde lo social el jueves pasado, permite ordenar al menos la situación.

Nadie querría ser un Titanic

Está bien claro que cada uno de los actores ha puesto proa a 2013/15 y que todos corren altísimos riesgos. Ninguno de ellos ignora que siempre en política, a todo aquel que se precie de Titanic, fatalmente le aparece un iceberg de frente.

Deberán tener todos mucho cuidado, entonces. Desde lo conceptual, desde su condición de ciudadanos que piensan diferente y que no quieren ser calificados de “facciones”, quienes hicieron oír democráticamente sus quejas de modo tan fuerte en todo el país (y en el exterior) buscaron exponer en paz y públicamente sus frustraciones y su negativa a muchas de las políticas oficiales.

En general, pusieron un fuerte énfasis en la preservación de las libertades individuales, incluidas cuestiones económicas e institucionales, junto a pedidos de mayor sinceridad y transparencia a los gobernantes, a los que les critican el doble discurso y la negación de la realidad.

Así, en su amplísimo menú de demandas, la masa de gente que se volcó a las calles, aún entendiendo mayoritariamente que una manifestación de descontento no reemplaza a la emisión del voto, le dijo claramente que “no” al avance desmedido del Estado, a la inflación, a la inseguridad, a la reforma constitucional, a la reelección indefinida, a las presiones a la Justicia, a la corrupción, al cepo cambiario, a la ofensiva gubernamental contra la prensa, a la concepción clientelar de la política, etcétera.

Un “no” a los modos y mañas del kirchnerismo

También el mal humor social apuntó a descalificar los modos y las mañas del kirchnerismo, particularmente afecto a una concepción hegemónica y autoritaria de la política, al uso discrecional de los recursos del Estado, a la manipulación del discurso y a la falsificación de las estadísticas, a la victimización, a la búsqueda permanente de enemigos, a la soberbia y a no mostrarse nunca culpable de ningún mal.

Probablemente, la esperanza de la mayoría estuvo centrada en lograr, de parte del Gobierno, un cambio radical de sus políticas, a partir de la lógica que impone la presión popular en las calles. En algunos de estos, quizás hasta anidó la fantasía de que la protesta sirviera al menos para disuadir y para que voluntariamente el oficialismo le pusiera freno a algunos de esos excesos.

Entre los más recalcitrantes, y tal como quiso generalizarlo el mundo K para embarrar la cancha, seguramente estaba prendida la mecha antidemocrática de la desestabilización. Pero, fueron los menos. Por su condición socioeconómica, es probable que la mayor parte de los que salieron a la calle en la Capital Federal para marchar hacia el Obelisco fuesen de clase media o algo más, pero no puede descartarse que haya habido también personas que notan un importante descenso en su nivel de vida o bien por la presión impositiva o por la falta de trabajo y otras, jubilados en su mayor parte, quienes se sienten excluidos de la mesa que tendió el kirchnerismo.

El sectario diputado Andrés Larroque, quien se hizo famoso por su agresiva frase sobre el “narcosocialismo”, opinó con ligereza que los que estuvieron “la están pasando bastante bien”. No fueron en general concentraciones agresivas, sino que más allá de las motivaciones políticas, económicas y sociales que generaron la descarga, aún en este formato amorfo, entre aquellos que marcharon buscando respuestas y referentes sobró angustia por lo que consideran son oídos cerrados de los gobernantes y por ver cómo otros países, incluidos muchos de la región, se desarrollan de manera diferente y no dejan pasar ni un solo elemento favorable de la extraordinaria oportunidad que hoy le ofrece el mundo a los productores de materias primas.

En cambio, el kirchnerismo agita de modo permanente el fantasma de la crisis global para justificar acciones de gobierno, que muchos de los críticos más severos sospechan que es utilizada para justificar, al menos, la mala administración de los recursos del Estado.

Un clamor popular para oídos sordos

Aunque quizás de modo intuitivo, quienes marcharon lo hicieron también por miedo a perder sus empleos, a partir de que observan que el Gobierno se desgasta en una quijotesca pelea con los organismos internacionales, los “fondos buitres” y los principales países del mundo y se encierra cada vez más en un esquema casi excluyente de consumo interno, que además está debilitado, a costa de la falta de financiamiento y de inversiones productivas, de la pérdida del manejo cambiario y de la necesidad de cobrar el impuesto inflacionario.

Esta concepción de fuerte cuestionamiento al modelo es lo que la Presidenta ha dicho que está propiciada por una “formidable maquinaria de ocultamiento, de manipulación y de mentiras”, que todo el Gobierno adjudica al rechazo que hace el Grupo Clarín de dos artículos de la Ley de Medios que, a su juicio, son inconstitucionales y que están en la esfera de la Justicia.

Por supuesto, que los voceros oficiales le endilgan al multimedios la autoría intelectual de esta protesta, desconociendo la extraordinaria facilidad de convocatoria que otorgan las redes sociales. En este punto, y pese al extraordinario aparato de comunicación estatal que en esta oportunidad no pudo ocultar la protesta, Cristina Fernández tiene metido en su cabeza que la gente ha sido llevada de las narices y no solamente en esta ocasión para que salga a la calle, sino de modo “cultural”, a través de los años.

Pese a tanta heterogeneidad social, cultural y hasta geográfica y a la carencia de líderes a quien enrostrarle culpas, lo que dejó al Gobierno doblemente loco y sin un enemigo visible, quienes salieron a la calle deben haberse vuelto a sus casas con la satisfacción del deber cumplido, por la contundencia numérica y por la claridad de sus requerimientos.

Ellos movieron y ahora esperan la movida de los demás, especialmente de la presidenta de la Nación.

Justamente, Cristina es la que afronta el mayor peligro, ya que no sólo se le objetan las formas, como la fatiga que le provoca a la gente y al mundo de la política su modo concentrado de conducir, sino que se le piden cambios drásticos en cuanto a sus concepciones, que ella dice que no está dispuesta a realizar. “Que nadie pretenda que yo me convierta en contradictoria con mis propias políticas”, pasó el mensaje en la semana.

Uno de los reparos que le han hecho por estas horas muchos de quienes la votaron hace apenas un año y que salieron a la calle el jueves, se refiere a lo que aparentemente ella nunca explicitó para conseguir su segundo mandato, al que se lo presentó en campaña con mayor previsibilidad y con un mayor acercamiento al mundo.

Ambas cosas han quedado superadas por la realidad, ya que Cristina encaró, de un año a esta parte, un trasvasamiento generacional más acelerado, que coincidió con la bendición de varios núcleos, cuya cabeza más visible es La Cámpora, que empezaron a desplazar al justicialismo del centro de la escena, a partir de una ideología mucho más estatista que la de su primer período y con el mismo o con mayor aislamiento internacional.

Sin embargo, las grandes críticas que se centran en el corazón del modelo, lo que la Presidenta ha definido como su “proyecto político” con un “aspecto económico fundamental de inclusión”, pocas chances tienen de prosperar en cuanto a rectificaciones. La gente pidió ser escuchada y desde el Gobierno se le avisó desde la negación que deberá esperar la hora de las próximas elecciones y que, por ahora, hay vocación de ir “por más”.

En general, pusieron un fuerte énfasis en la preservación de las libertades individuales, incluidas cuestiones económicas e institucionales, junto a pedidos de mayor sinceridad y transparencia a los gobernantes, a los que les critican el doble discurso y la negación de la realidad.