Miguel Ángel Bonino

Propuesta ceramística de sorprendentes valores estéticos

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Trabajadas con oficio firme y pastas coloreadas, sus formas constituyen una auténtica lección de rigor. Porque sus esculturas cerámicas desarrollan todo un lenguaje de alegorías, de ritmos y de ensambles espaciales, de protuberancias y huecos que sobrecogen perceptualmente por su vuelo formal.

“Mundo futuro”. Foto: Gentileza del artista

 

De la redacción de El Litoral

En coincidencia con el Día Nacional del Artista Plástico, recientemente se inauguró la XVI edición del Salón Primavera en el Museo Municipal de Artes Visuales Sor Josefa Díaz y Clucellas. El premio mayor recayó en el artista Miguel Ángel Bonino, por su obra “Interior de la tierra” (escultura en cerámica), en un galardón impulsado y gestionado por la Municipalidad de Santa Fe y la Asociación de Artistas Plásticos Santafesinos (AAPS).

A lo largo de su aquilatada trayectoria y sobre su obra se han manifestado críticos especializados. El Dr. J.M. Taverna Irigoyen ha sostenido que ni el preciosismo técnico, ni la fatuidad morfológica, ni el puro sensualismo matérico, ni la mediatez artesanal. Miguel Ángel Bonino, airosamente, es un ceramista con leyes propias. No por azar es un participante activo de la Feria Internacional de Cerámica Tokio. Tampoco por azar fue en 1993 Gran Premio de Honor del Fondo Nacional de las Artes, y en 1990 Primer Premio del Salón Nacional de Cerámica.

La propuesta ceramística de Bonino, genuina en sus coordenadas, logra alturas sorprendentes. No sólo porque se embarca en planteos escultóricos de equilibrados valores, sino también porque su expresión convoca acuerdos que, sin desvirtuar la disciplina en sí, le otorga otra dimensión espacial.

Trabajadas con oficio firme y pastas coloreadas, sus formas constituyen una auténtica lección de rigor. Porque sus esculturas cerámicas desarrollan todo un lenguaje de alegorías, de ritmos y de ensambles espaciales, de protuberancias y huecos que sobrecogen perceptualmente por su vuelo formal.

No son piezas estáticas -continúa Taverna Irigoyen-, inmutables, sino fundamentalmente cuerpos aéreos que parecen desplazarse como vientos y follajes, como nubes, como paisajes fantásticos, como rayos de sol.

Cuerpos volumétricos que -fuera de analogías fortuitas- revelan la trascendencia de la forma en sus contenidos inaprensibles, en las presencias que huyen de sí mismas, en las resonancias y aún en los ecos que fluyen de esa forma.

Nombre respetado en el panorama ceramístico argentino, Miguel Ángel Bonino afirma cada vez más sus convicciones. Convicciones que, más allá del uso y conocimiento de las técnicas en general y de la abstracción en particular, le permiten sedimentar recursos y madurar lenguajes en un trabajo admirable y exigido como pocos.

Profesor seminarista del Instituto Nacional Superior de Cerámica, Bonino proyecta en la docencia su unívoca condición de artista inconformista, de clara autocrítica.

Un ceramista singular

Adela Z. Aldea escribió que las esculturas en cerámica de M.A. Bonino son una importante realización artística que resulta de una fuerte inspiración y un esforzado oficio. Sorprenden gratamente porque siendo piezas escultóricas no van hacia la exaltación ya por imposición de los materiales acostumbrados o por relevancia volumétrica pero sí son apolíneas por la definición de las líneas y por el exquisito equilibrio. Tienen sus singularidades y en función de ellas debemos apreciarlas.

Son escritura espacial -todo arte es una grafía-, que en este caso dice delicadamente cosas atinentes al hombre y a su mundo natural. Son metáforas de una realidad, de ahí la sugestión y el misterio que irradian. Pero, aunque metáforas, son entidades, realidades en sí mismas, “creaturas poéticas”. Cada una de ellas tiene su particular ley de creación, en función de ser árbol nube, árbol humano o ser viviente. Tales los nombres de algunas de gran densidad expresiva.

El artista gusta fotografiarse entre sus obras, en especial aquéllas cuyo desarrollo se escribe en torno a espacios ovales que van hacia el círculo. Tal ocurre en “Analogía azul”, “Paisaje azul”, “Árbol nube”, “Forma roja” y “Sueños azules”. En algunos casos, los cromatismos apuntan a colores fríos y es entonces cuando el espacio circularmente remansa la percepción que blandamente se deja estar. Espacio abierto y cerrado a la vez, plenitud y placidez en simultáneo. Son el adentro y el afuera, el continum que remite al misterio ancestral que como en el “círculo hermenéutico” de Umberto Eco alude a la realidad casi inasible; ¿dónde empezar?, ¿dónde terminar la indagación?

Del color y la materia

Por último, Miguel Grattier sostiene que la tradición de la cerámica de nuestro medio ha tenido desde siempre su residencia y su foco de irradiación en torno al Taller de La Guardia. Sabemos que, con mayor o menor suerte, esta tradición se ha sostenido muy a pesar de la indiferencia de los gobiernos de turno de las últimas décadas. Hoy por hoy, podemos decir que felizmente esa tradición es sostenida por el celo, el talento y el trabajo generoso de Juliana Frías y Gabriela Heligon.

Pero, por fuera de esta tradición, hay artistas de nuestra ciudad que indagaron otros territorios de este medio y que en su indagación extendieron los horizontes clásicos de la cerámica. En su obras personales, por ejemplo Juliana Frías o Juan Vergel, han realizado significativos aportes que desde esta columna fueron abordados. Viene al caso referir la deuda que mantengo con las obras de Pety Lazzarini y del Kiwi, y hago valer la mención para expresar que cada uno de los nombrados ha dejado en nuestra ciudad un trabajo con marcas singulares sobre los posibles de la cerámica, sin desvirtuar el tratamiento de la materia ni forzar el advenimiento de la forma, con todo respeto por el soporte.

En este contexto, genéricamente el de nuestra plástica, es que la obra de Miguel Ángel Bonino se inscribe claramente como un intento de ampliación de los límites de la cerámica. Basta con atender al volumen de su trabajo y a la dimensión de su propuesta para advertir que esta obsesión persigue un objetivo de desvelos, y que para alcanzarlo ha dispuesto una dedicación absoluta y ha construido una metodología programática que incluye una clasificación matemática de fórmulas y procedimientos químicos que llegan a la exasperación, en pro del control de resultados. En el camino de esta indagación ingresan los metales y también el vitreaux. La cocina del Bonino ceramista es como el gabinete de un alquimista, es decir, no es una ciencia, pero la presupone.

Ahora bien, saliendo de la cocina y adentrándonos en el universo de la obra, tenemos que su común denominador se resume en tres constantes: la monumentalidad, el color y la estilizada elevación de sus piezas. Esta última es el corolario del tratamiento de las dos anteriores. Cada una de estas constantes, tomadas por separado expresan categorías y cualidades plásticas que nada dicen. En su conjunto, al resolver la forma, construyen un orden estético.

Si bien Bonino manifiesta expresamente su intención de jerarquizar el arte de la cerámica, la monumentalidad de su obra no resulta de un presupuesto, sino más es la culminación de un impulso, es un destino, que se cierra en la forma. Bonino trabaja como escultor, y la diferencia de su trabajo con el escultor que moldea radica en los materiales y en los ajustes técnicos propios de cada procedimiento. A partir de este punto se separa de la cerámica clásica y despliega su universo simbólico, erige sus piezas sobre un delgado eje que busca la altura expandiéndose en todas las direcciones, como queriendo levantar vuelo. Algo hay de común al árbol y al pájaro en estas figuras, aunque se resumen en pareja humana, en madona, o en familia.

El universo simbólico de Bonino es claramente un abstracto americano que lleva el sello de los setenta en el tratamiento de los materiales y en la libertad a la que aspiran sus formas de contornos suaves y definidos, que llaman a tacto y al recorrido sensual de la mirada.

Un capítulo aparte lo constituye el color. Aquí Bonino ha puesto tanto énfasis como en el arduo y minucioso trabajo de acoplamiento de piezas que constituyen la figura, sólo que con sus pastas coloreadas ha logrado todos los matices del ocre americano y los más voluptuosos colores puros de ánimo fauvista. El hecho de que Bonino trabaje directamente con pastas coloreadas expresa que la obra se erige íntimamente en la materia y el color, que el aliento de la inmediatez está resuelto en un acto primario que se clausura en una sola cocción, que no es un aditamento posterior, decorativo.

No es casual que el color sea protagonista en esta obra, con tal desenfado. Remite al color y al espíritu americanista sensual y frondoso de otro contemporáneo suyo, César Godoy. Las obras de estos dos artistas vibran en la misma cuerda. Se nos aparecen como una isla simplemente porque están enclavadas en el panorama todavía dominado por la propuesta del grupo de la laguna, que proyectó sobre nuestro medio una larga hegemonía entendida como El perfil estético propio que expresa nuestro universo región. Sin embargo, ante la contundente evidencia de obras como las de Godoy, Bonino y otros que no se doblegaron ante el canon, temo que los santafesinos nos debemos a esta altura una revisión de estos paradigmas dominantes y sus porqués.

Miguel Ángel Bonino

El artista trabajando en su taller. Foto: Guillermo Di Salvatore

Miguel Ángel Bonino

“Interior de la tierra”.

Foto: Archivo El Litoral

Miguel Ángel Bonino

“Árbol nube”. Fotos: Gentileza del artista

Miguel Ángel Bonino

“Sinfonía de color”.

Itinerario de vida

Miguel Ángel Bonino

es maestro de Artes Visuales. Profesorado de Artes Visuales para la Enseñanza Media. Profesor Superior, especializado en Grabado, con títulos otorgados por la Escuela Superior de Artes Visuales Prof. Juan Mantovani de Santa Fe. Licenciado en Artes Visuales, Universidad Nacional del Litoral, Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo, año 2003. Asistió, además, a los talleres de Werner R. Ostermann, Mireya Baglietto, Leo Tavella y Vilma Villaverde. Cursa el cuarto año del Doctorado en Artes en la Universidad Nacional de Córdoba, en la Facultad de Filosofía y Humanidades en 2009.

Ha realizado muestras de cerámicas (escultóricas) en la ciudad de Santa Fe, Córdoba, Tucumán, Mar del Plata, Villa Gesell, Buenos Aires, Río Negro y Santiago del Estero, entre otras y en el exterior en Japón , España, Alemania, China e Italia.

Entre sus principales premios cabe mencionar: •1986: Primer Premio Mención en el Salón Nacional de Arte Cerámico. Salas Nacionales. Palais de Glace, Buenos Aires.

•1989: Segundo Premio en la sección Escultura, Cerámica Rakú, en el 56º Salón Anual de Artistas Plásticos Santafesinos, Santa Fe.

•1989: obtiene el Primer Premio en el Salón Nacional de Arte Cerámico. Salas Nacionales. Palais de Glace. Buenos Aires.

•1990: obtiene el Primer Premio en el XXXII Salón Anual de Cerámica, en el Centro Argentino de Arte Cerámico. Buenos Aires.

•1993: obtiene el Primer Premio Adquisición en el Salón de Cerámica de Avellaneda, provincia de Buenos Aires.

•1993: obtiene el Primer Premio en el VI Salón de Pequeño Formato, en el Centro Argentino de Arte Cerámico. Buenos Aires.

•1993: obtiene el Gran Premio de Honor en el XXXV Salón Anual Internacional de Arte Cerámico y auspiciado por el Fondo Nacional de las Artes. Buenos Aires.

•2005, obtiene el Primer Premio Adquisición en la sección Cerámica en el Salón Nacional, Museo Provincial Rosa Galisteo de Rodríguez, Santa Fe.

•2005: participa del Salón Nacional de Arte Cerámico con una escultura en Cerámica. Salas Nacionales. Palais de Glace. Buenos Aires.

•2006: participa del Salón Nacional de Arte Cerámico con una escultura en Cerámica. Salas Nacionales. Palais de Glace. Buenos Aires.

•2007: participa del Salón Nacional de Arte Cerámico con una escultura en Cerámica. Salas Nacionales. Palais de Glace. Buenos Aires.

•2008: obtiene el Gran Premio de Honor, Presidencia de la Nación. Salas Nacionales. Palais de Glace. Buenos Aires.