Historias escritas sobre el ring

Espinosa-Ríos: “Guerra en Mindanao”

Sergio Ferrer

“Las derrotas duelen, duelen mucho. Producen malestar y desencanto; perforan el ímpetu con el poder del veneno de mil escorpiones. Pero también enseñan. No son nocivas en sí mismas, porque dependen del momento y las circunstancias”.

A estos párrafos los escribimos para El Litoral hace quince años, cuando tratamos de resumir y analizar los pormenores del combate que el santafesino Carlos Alberto Ramón Ríos había sostenido contra Luisito Pío Espinosa en Filipinas, la bellísima patria de los pintorescos jeepneys (los jeeps especialmente restaurados para el transporte público), las enormes plantaciones de arroz y mango, el sofocante clima selvático, las riñas de gallos permitidas, el lemur volador, el monte Apo, los sombreros de hoja de palma y el corpulento carabao.

En la citada contienda, estuvo en disputa el cinturón pluma del Consejo Mundial de Boxeo y se llevó a cabo el 6 de diciembre de 1997 en el South Cotabato Sports Complex de Koronadal, provincia de Cotabato del Sur, en la isla de Mindanao.

Espinosa, el astuto y competitivo púgil local, era un sólido monarca, que estaba a la espera de un match unificatorio y millonario con el excéntrico Naseem “El Príncipe” Hamed (el “126 libras” del momento). Ríos, el aguerrido y pertinaz pupilo de José Lino Lemos, era su retador obligatorio. Se trataba de una pelea con un fuerte contenido social y político, ya que contaba con el patrocinio del propio gobierno cotabatano de Hilario “Larry” De Pedro III.

Así, bajo el eslogan “War in Mindanao: we are witness” (“Guerra en Mindanao: Nosotros somos testigos”), surgiría una confrontación más que emotiva y que realmente estuvo a la altura de las expectativas creadas, porque fue una verdadera batalla campal, entre dos auténticos guerreros del cuadrilátero.

Campeón con prestigio

Ríos empezó muy mal, al sufrir un corte en su rostro a los setenta segundos de iniciada la porfía y una terrible caída, tan dura como imprevisible, cuando culminada el primer asalto. Y ese episodio inicial, tan nefasto como perturbable, “aguijoneó” profundamente el ánimo del joven aspirante, consciente de que debía remontar en forma dramática el encuentro, contra un rival que estaba templado en grandes desafíos y que seguramente haría valer su localía.

No hay que olvidar que para esa época Espinosa se había convertido en todo un héroe nacional, a la altura de próceres históricos del boxeo filipino, como el peso mosca Pancho Villa (que en realidad se llamaba Francisco Guilledo), el mediano Cipriano “Ceferino” García (creador del “bolo punch”, un golpe de fantasía universalizado por Kid Gavilán) y el excelente zurdo liviano junior Gabriel “Flash” Elorde.

Lógicamente, Luisito no estaba dispuesto a “rifar” todo ese prestigio a manos de un muchacho impetuoso y arremetedor como Carlos, que había llegado a Filipinas con la mira puesta en su corona y la idea fija de “arrancarle la cabeza si hiciera falta”.

Ríos contaba con 26 años de edad y marchaba invicto en 41 peleas, de las que 39 las había resuelto a su favor (30 KO), con 1 empate y 1 match sin de decisión. Su récord llamaba la atención y provocaba respeto.

Por eso, la prensa internacional, que en honor a su bravura y agresividad le había puesto “El Toro de Santa Fe”, no descartaba que pudiera causarle al filipino alguna sorpresa. Espinosa, a quien llamaban “Lindol” (vocablo que significa “Terremoto” en tagalo, el idioma oficial filipino), tenía 30 años y un registro de 41 triunfos (21 KO) y 7 derrotas en 48 salidas profesionales, pero con un nivel y calibre de oposición claramente superiores a los observados en la campaña del residente santotomesino.

Momentos clave

Inteligente y sagaz en proporciones elogiables, el filipino era un pugilista de movimientos atildados y contragolpes tan justos como certeros. Empezó a martirizar a Ríos agazapándose contra las cuerdas y sacando fulgurantes uppercuts (con uno de ellos fue el que lo mandó al tapiz de entrada). No obstante esa capacidad superior de Espinosa, muy cerca estuvo el retador de quedarse con el triunfo en la segunda vuelta. Esto fue así, en parte por el enorme corazón de Ríos y también por el empeño de Lemos, quien supo trabajar sobre la herida con acierto, frenó la sangre y alentó permanentemente a su aturdido pupilo para que remonte el trámite.

La arenga evidentemente sirvió, ya que Ríos pudo “explotar” varios impactos de terrible factura en la humanidad de Espinosa en dicho capítulo, haciendo enmudecer y poner al borde del colapso a los casi 60.000 fanáticos que habían asistido en apoyo del boxeador anfitrión (al de estas latitudes sólo lo alentaban y acompañaban Lemos, Carlos Baldomir, el profesor Guillermo Serra, quien esto escribe y otro periodista argentino, Mariano del Águila). Carlitos, inexperto y dubitativo, no pudo aprovechar esa gran chance. En contrapartida, Luisito sacó partida de esa situación, con el aval implícito y cierta “complicidad” del árbitro Jay Nady, quien se interpuso entre ambos en ocasión en la que Ríos lo tuvo sentido (el santafesino no se animó a seguir pegándole porque supuso que el referí iba a contarle a su oponente de pie, ya que ignoraba, el después lo reconoció, que la cuenta de 8 “parado” no existe entre las reglas del CMB).

Tras ese “espejismo”, el combate se tornó un suplicio para Ríos. En el tercer asalto, Espinosa lo volvió a enviar a la lona con una “contra”, en el cuarto lo castigó duramente y en el quinto, francamente persecutorio, lo tiró por tercera vez. El epílogo fue estremecedor, porque Ríos hizo todo lo posible por no ser noqueado y buscó contestar cada golpe del campeón con el alma. Fue nocaut técnico en la sexta vuelta y Ríos, en definitiva, como todo valiente, “murió de pie”.

Obviamente, vendió cara su derrota, jugándose todas sus chances a suerte o verdad. Y eso, de por sí, ya es historia; una historia escrita sobre el ring.

Espinosa-Ríos: “Guerra en Mindanao”

En tierras lejanas. Carlos Ríos tuvo su primera oportunidad mundialista en Filipinas, contra el buen valor local Luisito Espinosa. Ilustración: Lucas Cejas

Un novato que haría historia

Aquella calurosa tarde de Koronadal descubrimos que existía un novato pugilista filipino, que luego se convertiría en estrella universal y en uno de los más grandes peleadores de todos los tiempos: Emmanuel Dapidran Pacquiao, más conocido como Manny Pacquiao.

Junto con Mariano del Águila, del diario Olé, éramos los únicos periodistas argentinos acreditados para la ocasión. Los fanáticos locales nos habían anticipado que prestáramos atención con Manny, que venía de “pasar por arriba” a dos buenos valores, el tailandés Chokchai Chockvivat y su compatriota Melvin Magramo. El rival de turno era otro boxeador de origen thai, pero de menor calibre que al anterior y nombre casi impronunciable, Panomdej Ohyuthanakorn.

No nos alcanzamos a acomodar con nuestra cámara al borde del ring, que el ahora famosísimo “Pacman” ya había arrasado con su oponente y festejaba un nuevo triunfo (GKO 1, en 1 minuto y 38 segundos). Manny estaba a escasos días de cumplir 19 años y su récord marcaba, tras ese logro, 22 triunfos y 1 derrota, con 13 nocauts a favor.

Casi un año más tarde, el 4 de diciembre de 1998 para ser más precisos, en un lugar de Tailandia llamado Phuttamonthon, Pacquiao le arrebataría el cinturón mosca del CMB al entonces monarca Chatchai Sasakul (GKO 8), quien contaba con el glorioso antecedente de haber vencido al ruso Yuri Arbachakov. Con el tiempo, Pacquiao también alcanzó estatura de héroe nacional (como Luisito Espinosa), pero luego lo superó largamente. Hoy en día es, lejos, el filipino más famoso.