“Fuerzabruta” en la Estación Belgrano

Fiesta dionisíaca en el siglo XXI

La nota

Sirenas: irremediablemente cercanas y distantes, como las que tentaban a Odiseo, separadas del espectador, conforman una de los momentos cumbre del show.

 

Ignacio Andrés Amarillo

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“Jamás podré creer en un Dios que no sepa bailar”.

Friedrich Nietzsche

Nietzsche, en “El nacimiento de la tragedia”, emparenta esencia de lo dionisíaco con la embriaguez: “Bien por el influjo de la bebida narcótica, de la que todos los hombres y pueblos originarios hablan con himnos, bien con la aproximación poderosa de la primavera, que impregna placenteramente la naturaleza toda, despiértanse aquellas emociones dionisíacas en cuya intensificación lo subjetivo desaparece hasta llegar al completo olvido de sí. (...) Bajo la magia de lo dionisíaco no sólo se renueva la alianza entre los seres humanos: también la naturaleza enajenada, hostil o subyugada celebra su fiesta de reconciliación con su hijo perdido, el hombre. (...) De flores y guirnaldas está recubierto el carro de Dioniso: bajo su yugo avanzan la pantera y el tigre. Transfórmese el himno A la alegría de Beethoven en una pintura y no se quede nadie rezagado con la imaginación cuando los millones se postran estremecidos en el polvo: así será posible aproximarse a lo dionisíaco”.

Considera el filósofo alemán que la tragedia nació cuando la fiesta dionisíaca, liderada por las sacerdotisas bacantes, se ritualizó al punto de que algunos miraban mientras otros “representaban” la antigua liberación.

El espectador

Por su parte, en la “Dialéctica del iluminismo”, Theodor Adorno y Marx W. Horkheimer plantean a Odiseo como el primer espectador: “El pensamiento de Odiseo (...) Conoce sólo dos posibilidades de salida. Una es la que prescribe a sus compañeros. Les tapa las orejas con cera y les ordena remar con todas sus energías. (...) Frescos y concentrados, los trabajadores deben mirar hacia adelante y despreocuparse de lo que está a los costados. (...) La otra posibilidad es la que elige Odiseo (...). Él oye pero impotente, atado al mástil de la nave, y cuanto más fuerte resulta la tentación más fuerte se hace atar, así (...) Lo que ha oído no tiene consecuencias para él, pues no puede hacer otra cosa que señas con la cabeza para que lo desaten (...) Los mismos vínculos con los cuales se ha ligado irrevocablemente a la praxis mantiene a las sirenas lejos de la praxis: su tentación es neutralizada al convertírsela en puro objeto de contemplación, en arte. El encadenado asiste a un concierto, inmóvil como los futuros escuchas, y su grito apasionado, su pedido de liberación, mueren ya en un aplauso”.

Así era el mundo y la teoría de la representación escénica: teatro “a la italiana”, “cuarta pared”, “distanciamiento”... hasta que llegaron el cine, la radio y la televisión, que (tal como plantea Walter Benjamin en “La obra de arte en la era de su reproducción técnica”) ha roto “el aura” del hecho artístico de modo irreparable, abriendo paso a la vez a formas de arte audiovisual de masas. La respuesta de las artes escénicas ha sido diversa en el último siglo, apostando al cuerpo del actor, a la copresencia, y al estímulo de sensaciones en el cuerpo del espectador.

“Fuerzabruta” no es otra cosa que la forma en que Diqui James, patriarca experimental pero con vocación “apta para todo público”, ha resuelto el dilema. James propone desandar el camino a los orígenes, pero sin desperdiciar los 2.500 años que pasaron en el medio. Parafraseando a la frase nietzscheana, el ex cerebro de La Organización Negra y cofundador junto a Pichón Baldinu de De La Guarda podría decir: “Jamás podré creer en un espectador que no sepa bailar”. Así, el diseño sonoro de Gaby Kerpel recupera la esencia de la rave, de la danza electrónica (pero en la fusión étnica y orgánica), con su percepción a la vez por el oído y por la vibración abdominal: el arte se debe sentir en el cuerpo.

Imágenes paganas

El espectáculo de la compañía que debutó anoche en la Estación Belgrano (y seguirá haciendo dos funciones por día hasta el domingo) no está hecho para ser contado, ni para ser reducido a un DVD (aunque la compañía estable neoyorquina venda el suyo alegremente). La fuerza de “Fuerzabruta” está en la dimensión sensorial: tal como dicen sus mismos hacedores, cada escena es ella misma, es lo que se ve, y en la cabeza del espectador se construirá la metáfora. O no, pero tampoco importa, porque el show se disfrutará igual, con otra mirada.

En relación a lo antedicho, y en aras de buscar ideas centrales, podemos decir que la ruptura de los límites que se nos imponen es uno de los ejes de “Fuerzabruta”. El “caminante/corredor” interpretado por Martín Buzzo (el emblema de la compañía) busca todo el tiempo aferrarse a algo, bajarse del trajín cotidiano, compartirlo con otros, en una carrera sin fin que sólo puede llevarlo a un salto al vacío pero en comunidad.

También en la escena de la danza murguera (una apelación al Carnaval, al dios Momo, patriarca de la ruptura con las convenciones) que deshacen los límites de su encierro, rompiendo los muros y entregándose al frenesí, al que terminarán siendo invitados los espectadores, ya sea en la instancia de la danza como de violencia (aunque sea de mínimo impacto: no diremos más al respecto).

La cúspide del espectáculo es sin duda el momento del escenario acuático y aéreo a la vez, con sus cuatro sirenas que vuelan y desarrollan una particular poética visual, fluyendo en un entorno acuático que se acerca hasta casi aplastar a los espectadores; deidades de labios rojos, pechos turgentes y miradas juguetonas irremediablemente cercanas y distantes, como las que tentaban a Odiseo, separadas del espectador por el tereftalato de polietileno (más conocido como Mylar o PET) que las contiene.

Mecánico y orgánico

Todo esto se apoya en la fusión del hombre y la máquina, en la ingeniería que mueve los aparejos pero también en manejos simples: ninguna máquina podría manejar el mar metalizado de la pared sobre la que navegan dos actrices (sí, actrices, estamos hablando de teatro, no de una compañía circense ni acrobática: la actuación es la base de toda interpretación, más allá de la demanda física que requiere) como las manos del staff. Porque los técnicos y asistentes son partes visibles de la puesta, al punto que algunos de ellos están caracterizados con los viejos guardapolvos azules de la maestranza, a tono con el vestuario vintage del elenco (mención aparte de las tres camisas que el “corredor” gasta por función).

El resto pasa en el cuerpo del espectador, que vibra, baila, interactúa con los actores, es golpeado, y termina bailando bajo la lluvia como un Gene Kelly cyberpunk, como un chamán del siglo XXI invocando a la fuerza del agua y del viento. Así es posible ver a señoras de “sesentaylargos” raveando (aprendiendo a hacerlo) a la par de jóvenes hippie chics, y de curiosos de ocasión arrastrados por la fuerza de “Fuerzabruta”.

En definitiva: así plantea la imaginación de Diqui James la ruptura de la cuarta pared y de las otras tres, el reencuentro del espectador y la obra, el ritual que reabsorbe a los participantes. Nadie puede decir que sea el teatro del futuro... pero tampoco nadie puede quedar indiferente.

Para ir Domingo

A las funciones que se agregaron para el sábado a las 19.30 y 22.30, se suman finalmente dos más para el domingo a las 18 y 20.30, alcanzando un total de ocho funciones en nuestra ciudad, contando las de ayer y las de esta noche a las 21 y 23.

La nota

Murgueros electrónicos deshacen los límites rompiendo los muros y entregándose al frenesí, al que terminarán siendo invitados los espectadores. Fotos: Flavio Raina