EDITORIAL

China y el mundo

Todo parece indicar que la gestión del flamante presidente de China, Xi Jinping, seguirá la huella trazada por de su predecesor, Hu Jintao. Pero a la hora de indagar sobre las estrategias de las grandes potencias, también es interesante registrar, además de la continuidad, aquello que puede expresarse como diferente.

 

Jinping forma parte de la camada de dirigentes formados políticamente alrededor de la idea de que China debe modernizarse para atender los desafíos de la competencia internacional, pero sobre todo para resolver los serios y añejos problemas sociales de un país con unos 1.500 millones de habitantes.

Esa modernización no renuncia a la defensa de ciertos valores ideológicos, pero insiste, sobre todas las cosas, en la necesidad de afrontar los grandes dilemas sociales y económicos con crudo realismo. Poco importa a esta altura de los acontecimientos dilucidar hasta dónde la identidad con el marxismo es sincera, simbólica o retórica. En un país de dimensiones colosales, lo que interesa en primer lugar son las decisiones prácticas.

La nueva élite de poder dispone de la “comodidad” de no rendir -como en Occidente- cuentas periódicas a la sociedad. Sin embargo, quienes conocen los vericuetos de la política china saben bien que las tensiones internas son fuertes y las impiadosas intrigas del poder nunca dejan de estar a la orden del día.

El viaje que Jinping hizo a EE.UU. en febrero de este año fue aleccionador para los observadores porque permitió conocer el estilo diplomático de quien a esa altura de los acontecimientos se perfilaba claramente como el nuevo nuevo mandatario. Xi Jinping, quien en sus años juveniles vivió una temporada en los Estados Unidos de Norteamérica, demostró ser el digno sucesor de una diplomacia sutil y al mismo tiempo consistente. “El Océano Pacífico es lo suficientemente grande como para dar lugar con comodidad a Estados Unidos y China”, dijo ante un grupo de empresarios interesados en futuras inversiones en esa región. Asimismo manifestó de manera elegante sus discrepancias con la estrategia militar del gobierno de Obama en Asia y Medio Oriente.

Y cuando en una ronda de prensa le preguntaron acerca de los derechos humanos en su país, se limitó a hablar de algunas mejoras, dejando claro que las preguntas no lo molestaban, pero que tampoco estaba dispuesto a abundar en mayores consideraciones. Sin embargo, cuando en una reunión con legisladores ser volvió a insistir con ese tema, expresó a modo de conclusión: “China es un país que no exporta revoluciones, no exporta hambre ni pobreza, ni se mete con nadie...entonces...¿qué más se puede pedir?”. Por supuesto que nadie reiteró sus preocupaciones en esa materia.

Como conclusión provisoria podría decirse que Jinping planteó en diferentes escenarios la preocupación de China por contribuir a diseñar un mundo mejor, pero en todas las ocasiones dio a entender que si bien le interesan los aplausos del mundo, la preocupación central radica en cosechar los aplausos de su propio pueblo.