Infancias decimonónicas

Infancias decimonónicas

“Clara Peggotty en ‘David Copperfield’ ”, de Charles Dickens. Pintura de Frank Reynolds.

 

Por Fabricio Welschen

En su introducción a la edición de Middlemarch de la editorial Cátedra, Pilar Hidalgo señala, al referirse a la obra anterior de George Eliot, que los grandes retratos de la infancia en la narrativa victoriana se encuentran constituidos por obras como Jane Eyre (1847) de Charlotte Brontë; David Copperfield (1849-50), de Charles Dickens; El molino a orillas del Floss The Mill on the Floss (1860), de George Eliot, y Grandes esperanzas Great expectations (1860-61) también de Charles Dickens. Las cuatro novelas mencionadas se enmarcan dentro del género del Bildungsroman, o novela de formación, en donde se narra la vida del protagonista desde su infancia hasta su adultez. A su vez, estas cuatro obras evidencian que en el sistema de la literatura inglesa del siglo XIX ha surgido un determinado interés para trabajar narrativamente la creación de un nuevo campo de subjetividad: el de la niñez. Esta nueva perspectiva ha posibilitado que los grandes autores ingleses de esa época, que además son grandes autores universales, sacaran fructíferos resultados de tal temática.

Un nuevo campo de subjetividad

Poca importancia (prácticamente nula) le era otorgada a la perspectiva de la niñez en la literatura inglesa anterior a la victoriana, la del siglo XVIII y principios del siglo XIX. En las obras dentro de la franja temporal previctoriana se relataban situaciones en donde los niños eran protagonistas, pero no se había manifestado aún un interés por describir el mundo (con sus fortunas y desgracias) desde una perspectiva infantil.

Es lo que sucede en dos destacadas novelas de la literatura inglesa del siglo XVIII: Tom Jones (1749), de Henry Fielding y Tristram Shandy (1759-67), de Lawrence Sterne. En Tom Jones la narración que se hace de la infancia y de la adolescencia del protagonista es un mero complemento argumental, que lejos de querer profundizar en el sentir y percepción de un niño se encuentra al servicio de perfilar ante el lector las características que tendrá el personaje en su adultez. En Tristram Shandy la infancia no deja de ser más que una cuestión anecdótica, ya que el hilo argumental se encuentra absolutamente subsumido al plano estructural, y las ramificaciones temáticas acerca de la niñez son opacadas, al igual que cualquier otra ramificación de esta novela, por las innovaciones formales características de la obra.

Recién alrededor de mediados del siglo XIX aparecería en la literatura inglesa la creación de ese nuevo campo de subjetividad. Las secuelas de la Revolución Industrial en la mitad del siglo XVIII impactaron en la sociedad, reconfigurando no sólo lugares y medios de trabajo sino también los roles de los individuos. Estos efectos sociales provenientes de un siglo anterior, sumado a la instauración de una nueva tradición y una nueva concepción de la sociedad y de la familia que supuso la época victoriana, dieron lugar a la aparición de la subjetividad infantil como campo narrativo, en donde se pone de manifiesto que los niños comienzan a ser partes constitutivas de la reestructurada sociedad.

La niñez como eje

Jane Eyre, David Copperfield, El molino a orillas del Floss y Grandes esperanzas no son novelas que tratan exclusivamente acerca de la infancia, pero los pasajes de estos libros que se centran en dicha perspectiva son los más destacados de cada una de estas cuatro obras.

En Jane Eyre la protagonista comienza narrando las relaciones tensas con sus parientes más cercanos que la han adoptado. La joven Jane es huérfana y por eso vive en casa de su tía, la señora Reed, junto a sus altaneros primos. Las discordias hacen que la protagonista sea enviada a la institución Lowood. La narración de la tétrica vida en ese sombrío sitio permite que la imaginación de Brontë llegue a una sublime escritura (en donde se logra una perfecta armonía entre lo sentimental y lo oscuro; una composición característica del romanticismo), sólo igualada en la grotesca escena donde aparece la enloquecida y salvaje esposa de Rochester.

En David Copperfield el infante protagonista también carga sobre sí la desgracia de ser un pobre huérfano, en consonancia con una de las temáticas recurrentes de prácticamente toda la obra de Dickens: la del niño desamparado. El joven David sufrirá la alternancia de la fortuna desde niño, puesto que a la agradable vida junto a su madre y a la criada Peggotty le sucederá la llegada de su padrastro, Mr. Murdstone, el colegio Salem House, la muerte de su madre, la caída en desgracia. Caída cuyo clímax es el momento en que su cruel padrastro manda a David, que tiene diez años, a trabajar como jornalero en un almacén de vinos. No es un dato menor del argumento, si se quiere hacer una lectura por fuera de los márgenes del texto; la mencionada escena no sólo evidencia la existencia del trabajo y la explotación laboral infantil en la reestructurada sociedad inglesa, sino que además la ficción es un reflejo de las vivencias del propio Charles Dickens en su infancia y que, según Somerset Maugham, marcaría profunda y decisivamente el espíritu del escritor.

El retrato de la infancia en Grandes esperanzas comienza con la misma imagen en la que concluye el de Jane Eyre: la imagen de la lápida de una tumba. En la obra de Brontë la tumba es de Helen Burns, la amiga con la que la protagonista comparte las penalidades de Lowood; en la obra de Dickens las tumbas son las de los padres y las de los cinco hermanos del protagonista. Otro retrato de la infancia protagonizado por un huérfano.

En este caso, una de las claves de la obra se encuentra precisamente en la infancia del protagonista: ¿acaso el deseo de Pip de convertirse en un caballero, que será el motor del argumento principal, no surge de los desplantes y burlas que la altiva Estella le profiere debido a su apariencia rústica?

La clave en la infancia del protagonista también se puede encontrar en El molino a orillas del Floss. Allí se relata la vida de los hermanos Tulliver, hijos del molinero. Desde el comienzo se evidencia la disparidad existente entre ellos: Tom y Maggie Tulliver corren suertes distintas debido a su diferencia de género. El padre provee a Tom de una educación especial, en vistas a su futuro, en tanto que Maggie, si bien se le reconoce su inteligencia, debe conformarse con relegar sus propias aspiraciones en favor de las de su hermano mayor. Protagonista de esta novela de Eliot, Maggie Tulliver no sólo es una niña sensible e inteligente; es a su vez inadaptada y rechaza los moldes de formación propios de una dama.

Esta disparidad clave que se evidencia desde la infancia continuará, entre tensiones, en la madurez de los dos hermanos, hasta concluir en la simbólica unidad de los dos en el trágico final de la novela.

Al margen de las posibles lecturas acerca de las cuestiones de género, la maestría narrativa de Eliot a la hora de construir la perspectiva infantil reside no tanto en la posible impronta ideológica del comportamiento inadaptado de Maggie como en la composición coherente del personaje, en consonancia con su subjetividad infantil.


Infancias decimonónicas

Ilustración para la tapa de una versión gráfica de “Great Expectations”, de Charles Dickens.