Santa María Madre de Dios

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“La corona de flores”, de Pedro Pablo Rubens.

María Teresa Rearte

La Solemnidad de Santa María Madre de Dios, que la fe de la iglesia celebra el 1º de enero, nos remite a la Encarnación del Hijo de Dios, como acontecimiento único en la historia. A tal punto que el cristianismo se expresa en esto: que “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. (Jn 1,14)

Es admirable que Dios haya venido para nuestra salvación. Y que el punto de su inserción en la historia sea María. Sobre quien se puede decir que, si sólo fuera el instrumento físico del que se valió el Verbo para tal fin, se la recordaría como a tantos lugares, personas y cosas, que han guardado relación con Cristo. Pero María es más. Es la Madre de Dios.

El evangelista Lucas relata la crónica de la Anunciación. “En el sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazareth, a una virgen que estaba comprometida con un hombre de la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María (...) El ángel le dijo: ‘Tranquilizate María, porque has agradado a Dios. Concebirás y darás a luz a un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, será grande, y se lo llamará Hijo del Altísimo’ (...) María dijo al ángel: ‘¿Cómo puede ser esto si yo no tengo relación con ningún hombre?’. El ángel le respondió: ‘El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo estará contigo. Por eso el Niño será santo y se lo llamará Hijo de Dios’...” (1, 26-38).

La analogía bíblica Eva-María, Adán-Cristo, tiene su propia consistencia y fascinación. Eva expresa el punto de inserción en un mundo de ambigüedades y contradicciones. María es la radicación en otra genealogía, terrenal también, y a la vez espiritual. Pero en tanto una es la genealogía de la perdición y la muerte, la otra lo es de la liberación y la vida.

A María los Evangelios la llaman “la Madre de Jesús” (Jn 2, 1; 19,25; cfMt 13,55). Es “la Madre de mi Señor”. (Cf Lc 1,43). De modo que “Aquel que ella concibió como Hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre (...) La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios” (CIC 495).

La concepción virginal de María significa que es verdaderamente el Hijo de Dios el que ha tomado nuestra humanidad. E igualmente que, como obra divina, supera la comprensión y posibilidades humanas. (Cf Lc 1, 34). La fe en la maternidad virginal lleva a que la iglesia confiese la virginidad real y perpetua de la Virgen María, incluso a dar a luz al Hijo de Dios hecho Hombre.

La integridad de María expresa más que la virginidad física. O la ausencia de pecado. Es la identidad sustancial, la concurrencia de todas sus fuerzas y capacidades, en consonancia con una vocación, que no resulta ajena a la obra redentora de su Hijo.

Su perfección no la hace menos viva. Tampoco menos humana que quienes tenemos que elegir y desenvolver la vida en medio de la debilidad, las dudas y los errores que se dan en los seres humanos. Sino que afirma en los creyentes la esperanza de superar el drama de toda libertad. Nadie piense que esto es tarea fácil. Y muchos menos cómoda. Y así participar en la gracia de la redención.

La Solemnidad de Santa María Madre de Dios nos invita a profundizar nuestra reflexión acerca del misterio de María, en quien se ha dado una síntesis vital de lo divino y lo humano. Por lo cual, el Vaticano II enseña que el nacimiento del Hijo “lejos de disminuir consagró la integridad virginal de su Madre” (LG 57).

Si bien Jesús es el Hijo único de María, su maternidad espiritual se extiende a todos los hombres, a los que el Hijo vino a salvar (Jn 19, 26-27). Y bien podemos preguntarnos qué puede decirnos hoy la Madre del Señor, a quienes vivimos en la pequeña o gran ciudad de los hombres. Y queremos encontrar desde la fe el sentido de las cosas de la vida.

CIC: Catecismo de la Iglesia Católica.

LG: Const. Dogm. Lumen Gentium.