Rodrigazos, primaveras y la maquinita

Adriano Mandolesi y Leandro Fisanotti (*)

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El comienzo del nuevo año implicó para los argentinos el regreso de algunos de los más temidos fantasmas de nuestra historia económica. Las inflexibles restricciones para la adquisición de moneda extranjera por parte del público hicieron florecer un mercado informal que ya no se limita al dólar sino que ha extendido su alcance a euros, reales y pesos uruguayos. Además, dichas limitaciones impulsaron la cotización a un ritmo que quienes nacieron tras la segunda mitad de los años 80 probablemente no tengan siquiera en su memoria.

Simultáneamente, referentes empresariales y sindicalistas rememoraron uno de los períodos más complejos para el argentino de a pie de la época al evocar el polémico plan económico que Celestino Rodrigo, el entonces ministro de Economía de Isabel Perón, presentó como respuesta a una creciente inestabilidad económica e inflación desbocada. Ese masivo ajuste quedó en la memoria colectiva de los habitantes de estas latitudes como “el Rodrigazo”.

Crispaciones aparte, e independientemente de las referencias recientes en los medios, la economía de nuestro país atraviesa una situación de desequilibrio que se materializa en distintas distorsiones y restricciones. Un cepo cambiario que no existe en el discurso oficial pero cada vez se cierra un poco más. Un dólar informal que escaló en los primeros 22 días del año más del 9%, (¡154% anualizado!, y con una brecha respecto del oficial que supera el 50%, pero minimizado por la presidente del BCRA que atribuye la suba exclusivamente a un factor de demanda estacional de aquellos pudientes compatriotas que deciden trasladar su descanso estival afuera de las fronteras del país). Precios crecientes que no tienen eco en las estadísticas, por mencionar algunos. No es de extrañar entonces que el amargo recuerdo de aquel paquete de medidas de junio del 75 recobre vigencia entre quienes vivieron esos años o quienes lo estudiamos en los libros de historia.

Sin embargo, en honor a la verdad, a pesar de las múltiples similitudes que pueden observarse entre el panorama actual y los peores años de la economía Argentina, deben añadirse otras tantas diferencias. Precisamente, en los siguientes párrafos procuramos identificar puntos en común y discrepancias entre dicho momento histórico y el presente. Además, se ofrece un ejercicio similar respecto de otra instancia disruptiva de nuestra historia reciente, en referencia al período que marcó el fin del austral como moneda oficial.

Parecidos pero distintos

Posiblemente el primer punto de contacto entre los preámbulos de cada crisis económica atravesada que venga a la mente sea una marcada aceleración en la emisión monetaria. El último mes de 2012 fue testigo de una expansión en la base monetaria del 14,4%, para cerrar el período con un incremento interanual del 38%. Elevado, claro está, pero distante del crecimiento del 59% experimentado durante 1974 y más aún del 225% del siguiente año, cuando estalló el Rodrigazo. También vale mencionar que aún más lejana es la situación presente de la explosiva emisión que llevó adelante la autoridad monetaria durante 1989, cuando la base monetaria se multiplicó más de 50 veces.

Trazada esta diferenciación resulta obligado mencionar que una expansión monetaria cercana al 40% en un año en el que la economía argentina creció, si lo hizo, poco y nada, resulta preocupante.

Otro interrogante se plantea al comparar la evolución de los billetes en poder del público y bancos con su respaldo en reservas internacionales. Repasemos: al final de 1974, por cada dólar de reservas en el Banco Central circulaban pesos Ley por 3,3 billetes verdes. Doce meses después, esa relación se había ampliado hasta prácticamente 5. El 89 nos ofrece una relación algo por debajo de dos dólares de base monetaria por cada uno en reservas.

Casualmente, si tomamos la base monetaria reportada por el BCRA al 31 de diciembre de 2012 y la contrastamos contra las reservas internacionales -una vez removida la ficción que implica la contabilización de encajes y préstamos- encontraremos que este indicador se encuentra en niveles comparables a los observados en el ocaso del austral. Claro está, y vale la aclaración antes que alguien trace un apresurado paralelismo con la víspera del Plan Primavera, que la situación de otros indicadores relacionados con drásticas caídas en el nivel de reservas o la asfixiante necesidad de financiar un creciente déficit cuasi-fiscal no están presentes en forma inminente.

Así como podemos hallar similitudes y diferencias en las variables monetarias, también es menester hacerlo en la coyuntura local e internacional, punto donde se encontrarán las disparidades más relevantes.

Cuando Celestino Rodrigo delineó su plan, manotazo de ahogado de un gobierno en decadencia, nuestro país producía 485.000 toneladas de soja. Años más tarde, en el 89, la producción sojera había crecido hasta los seis millones y medio de toneladas, fruto de una expansión en superficie y de mejoras en el rendimiento.

En los dos momentos históricos mencionados los precios de nuestras exportaciones perdían contra los valores de mercado de aquellos bienes que nuestro país importaba. Los términos de intercambio eran de 93 y 89 respectivamente. Para que quede claro, valiéndonos de una analogía que resulta ya familiar, si los términos de intercambio fueran el viento que sopla, un valor por debajo de 100 implicaría viento de frente mientras que por encima de dicho guarismo equivaldría a viento de cola.

En la actualidad no sólo la producción se ha incrementado hasta una proyección de 53 millones de toneladas (y con valor agregado por la tecnificación de la cadena agroindustrial) sino que los términos de intercambio de acercan a 150. Si en la época del “Rodrigazo” el país tenía una brisa de frente, hoy hay un huracán de cola. Si hay entonces una diferencia significativa, esta pasa por la bendita soja.

Comparaciones odiosas

Mucho se habló, cuando la más reciente crisis financiera internacional alcanzó su punto más álgido, del “desacople” entre la Argentina y las economías centrales. Independientemente de la validez que se le pueda otorgar a ese argumento, el desacople respecto de la evolución de las principales variables que presentan los países de la región es innegable, nuestro país claramente ha tomado un rumbo divergente.

Entre 2006 y 2012, Brasil multiplicó sus reservas internacionales por 4,5. Perú las amplió en un 270% y tanto Chile como Colombia pasaron el 100% de suba. Argentina, en contraste, sólo las incrementó un 34% (esto se obtiene al considerar las reservas tal como son reportadas por el BCRA. De realizarse el debido ajuste para detraer los encajes en divisas que las entidades financieras mantienen en el Banco Central y si se descontaran préstamos y pases la evolución resultaría negativa).

Esto tiene su correlato en el respaldo de la moneda de los países y las presiones que pesan sobre el tipo de cambio. Ya hemos mencionado que los argentinos tienen en sus bolsillos pesos por un equivalente (al tipo de cambio oficial, claro está) de dos dólares por cada billete verde que efectivamente posee el Banco Central para respaldarlos. Esta situación no es el común denominador de la región. Este ratio arroja resultados por debajo de la unidad en todos los casos, llegando a ser solamente de entre 0,3 y 0,4 dólares de la base monetaria por dólar en reservas para Brasil, Chile y Perú.

Conclusiones en azul intenso

Si bien resulta extremo hablar de un curso de colisión hacia una crisis económica como la que atravesó el país en 1975, claramente los indicadores económicos y monetarios muestran un creciente deterioro. El pronóstico no es positivo y parece sostenerse más por una situación de coyuntura que por méritos propios.

En este contexto, no resulta sorpresiva la preferencia por el dólar (del color que sea posible adquirir). Basta con mencionar las contradicciones que surgen desde un gobierno en el que la referente del BCRA o economistas afines al oficialismo expresan en los medios que el valor de la divisa indicado en pesos “va a bajar solo”, mientras el titular de la Secretaría de Comercio Interior, Guillermo Moreno, señala que “este año el dólar subirá 20% hasta alcanzar los $ 6”. Señales confusas de funcionarios que pretenden convencer a los trabajadores que deben ahorrar en una moneda que día a día pierde valor.

En síntesis, que el escenario avance hacia una mejor situación o se acerque cada vez más a un punto de quiebre dependerá -entre otras cosas- de la evolución de las variables mencionadas, tanto en lo que hace a la coyuntura como a la política económica. Está claro que los desafíos económicos deberían centrarse en comenzar a resolver algunas de las cuestiones básicas de política económica como son la creciente inflación, la distorsión de tasas y precios relativos y el aumento de las presiones cambiarias. Pero ello difícilmente ocurra, mientras tanto el gobierno nacional seguirá desafiando la lógica del mercado. El interrogante es cuánto pueden empujarse los límites.

En este sentido, vale recordar las palabras del economista austríaco Friedrich Von Hayek al referirse a la curiosa tarea de la economía: “demostrar a los hombres cuán poco saben sobre lo que imaginan poder diseñar”.

(*) Los autores son, respectivamente, licenciados en Economía y en Administración. Y pertenecen al Grupo de Acción de Políticas Públicas - GAPP- de la Fundación Libertad (Rosario).

Si en 1975 el país tenía una brisa de frente, hoy lo empuja un huracán de cola. Si hay una diferencia significativa, ésta pasa por la bendita soja.

comparac relac base monetaria reservas.pdf
Evolucion de la soja.pdf

Habría que resolver cosas como la creciente inflación, la distorsión de tasas y precios relativos y el aumento de las presiones cambiarias.