Llegan cartas

Corazón de cristal

Luis Jorge Chemes.

DNI. 6.225.745.

Señores directores: Agradezco la publicación en la revista Nosotros de la nota titulada “Santo Tomé, corazón de cristal”. Su divulgación fue un claro homenaje a más de 500 familias que estaban vinculadas a esa pujante iniciativa introducida en la ciudad de Santo Tomé por visionarios alemanes, que llegaron al país en la década del 50, para desarrollar la milenaria industria del cristal.

A la par, quisiera destacar la gentileza desinteresada de las familias del Prof. Carlos Bogovich y Hugo Leguizamo, quienes han aportado imágenes inéditas para la realización de un documental sobre el soplado artesanal del cristal, captadas años atrás en la fábrica Boehemia Glass, material que se proyectó en la sala cultural de la Fundación Bica y ha sido reconocido a nivel provincial y municipal.

Maldecir

 

José Lezcano

DNI 13.315.368.

Señores directores: A lo que ha llegado la mente de los inútiles, abandonados de afectos, que se fijan en los demás sin ver sus propios errores, a los que critican y están sumergidos en la hipocresía, a los que no hacen nada y se fijan en el trabajo de los demás, a los que se rascan todo el día siendo esclavos de sus propias pulgas.

Hace pocos días, recorriendo los caminos del maravilloso mundo de internet, leyendo reenvíos que diariamente nos llegan, leí uno que decía: “Que debe soportar varias horas en su trabajo a una persona, que le desea una úlcera y hasta que no lo logre no va a parar y que también se le ríe en la cara”. Yo me pregunto: ¿puede alguien tener una mente tan perversa?

Imagino los fracasos que le dio la vida a esa persona que deseó eso. Al pedir semejante daño hace otro, es un bajo recurso de alguien que verdaderamente es cero en afectos de sus propias raíces. Todo vuelve desde donde partió, no hay que desearle el mal ni al peor enemigo, porque Dios es justo, sin límites de tiempo, porque poco a poco irá haciendo justicia con su mano propia.

Con las enfermedades no se juega, que trate esa persona de vivir y dejar vivir; que con esa mente patética se condena a su propio fracaso, ya asumido por ese deseo tan perverso y lamentable.