EDITORIAL

La sucesión de los Castro

 

El dictador Raúl Castro anunció al momento de asumir su segundo mandato que éste sería el último. Esto quiere decir que dentro de cinco años, según el singular ordenamiento jurídico cubano, dejará el poder. ¿A quién? ¿A su sucesor institucional? ¿A alguno de sus hijos como se rumorea? No se sabe y las especulaciones que se puedan hacer al respecto son inútiles e irreales, porque el secreto y la arbitrariedad están en la esencia del régimen. Al respecto, nunca conviene olvidar que la dictadura es la voluntad de un hombre o de una claque, pero por sobre todas las cosas, es un sistema, un régimen político y una sociedad oprimida y modelada de acuerdo con esos principios.

 

Ayer Fidel, hoy Raúl, mañana alguien parecido, pero siempre designado por ellos. Como en Corea del Norte, la dictadura adquiere rasgos nepotistas y los padres, hermanos, hijos, esposas, sobrinos y cuñados influyen y deciden en el poder. Seguramente esta monstruosa desviación no estaba prevista en los manuales de los clásicos del socialismo, pero lo cierto es que las experiencias comunistas del siglo veinte han reproducido hasta el cansancio regímenes de poder totalitarios cuyo esquema de dominación no tiene nada que envidiarles a las monarquías absolutas y despóticas del mundo antiguo.

De todos modos, lo que no se puede discutir es que algunas tímidas reformas se están produciendo, reformas que en términos prácticos provocan bienestar entre la gente o amplían mínimamente sus espacios de libertades. También hay que decir, al respecto, que libertades elementales en una sociedad republicana, libertades como las de transitar, entrar o salir del país o disponer de algún bien de consumo, hoy se presentan en Cuba como grandes conquistas, lo cual no hace más que poner en evidencia el carácter opresivo de la dictadura que vienen padeciendo los cubanos desde hace más de cinco décadas.

A través de estas decisiones la dictadura se reacomoda a las nuevas exigencias de los tiempos sin perder su identidad, una identidad que -hay que decirlo- ya no tiene nada que ver con las utopías del hombre nuevo o la sociedad libre e igualitaria, sino con un esquema de poder autocrático y una lógica económica anacrónica y a veces delirante que ahora pretende ser sustituida por una variante de incipiente liberalismo controlado por un Estado autocrático.

¿Cómo salir de una realidad que ya nada tiene que ver con el socialismo, sin perder identidad política y sin aflojar demasiado los controles del poder? En definitiva, ¿cómo cambiar sin renunciar al poder y a los beneficios que de allí se derivan? Esta es la gran pregunta que se hacen en los últimos tiempos los burócratas de la nomenclatura cubana. Pregunta parecida se hicieron en su momento los vietnamitas y en general los regímenes totalitarios comunistas luego de la crisis conocida como el derrumbe del Muro de Berlín. Lo previsible en estos casos es que el proceso de apertura será lento y las reformas muy tímidas. Al respecto, la liberalización económica será más importante que la política, pero los cambios nunca irán más allá de lo que dicta la estrategia de concentración de poder económico del régimen.