Tribuna de opinión

El Cónclave de Cardenales, ¿debe ser como lo es hoy?

Dr. Alberto Cassano (*)

Me parece importante aclarar que me considero católico y por sobre todo cristiano en el sentido estricto de la palabra. Simplemente, hoy ejerzo mi libertad de opinión en un tema difícil, pero convencido que no contradigo otra cosa que la opinión preponderante en el seno de la Jerarquía Eclesiástica y ello, a lo sumo, puede ser motivo de controversia, discusión e incluso refutación, pero no debería pasar de allí.

La primera aclaración es que la obligatoriedad de recurrir al Cónclave de Cardenales para la elección de un Papa, es una disposición muy clara y estricta de la Jerarquía de la Iglesia Católica, pero no se trata de una cuestión dogmática que no se pueda discutir. En otras palabras, hoy se debe obedecer, pero se podría cambiar en cualquier momento.

Históricamente, sólo a partir del año 1059 el Papa Nicolás II estableció algo parecido al Cónclave actual con la excepción de que lo resuelto por los Cardenales, debía contar con la posterior aprobación de los clérigos y el pueblo. Era una forma de democracia indirecta y sólo practicable en el seno de una comunidad de escasa amplitud y nunca concebible en una escala ecuménica. Pero no deja de ser un excelente precedente. Muy poco tiempo después, la elección quedó restringida a los Cardenales. Hubo muchos cambios de mayor o menor trascendencia desde entonces (algunos vergonzosos, otros hasta risueños), pero con muy pocas variantes es lo que rige hoy. Sólo en 1271, y como consecuencia de serios retrasos en la elección de Gregorio X, se decidió el sistema de reclusión hasta que se produjera el aviso de la elección, hoy conocido como “fumata”. Hasta aquí es lo que nos dice la historia.

Como consecuencia de un deseo personal de entender lo que sucede con la religión que profeso (históricamente como una secuela familiar, pero hoy exclusivamente basado en la fe), en mi opinión, las ideas de un teólogo chileno llamado Pablo Richard -que me enviara hace poco un gran amigo- son las que me han aclarado mejor mis dudas y permitido reconciliar lo que pienso con lo que creo. Por esta razón, sin pretender ser original, transmito lo que entiendo sobre el tema.

El Papado es la última monarquía absoluta de Occidente. Siendo que el Papa es célibe, no tiene heredero. Para ser consecuente con el concepto de monarquía absoluta, tal vez lo que debería ocurrir es que, en condiciones normales, él elija su sucesor. Sobre todo si se acepta el peso de una inspiración basada en el Espíritu Santo. Esta idea, sería muy poco compatible con el pensamiento generalizado de Occidente, al menos en los últimos tiempos. Cristo eligió a Pedro sin consultar a nadie, pero pensar en esto como un antecedente sería un grave error, porque éste último, en ningún momento fue su sucesor. Simplemente, fue electo para que fuera la máxima autoridad del Credo que en ese momento se fundaba y nada más, pero tampoco nada menos. Pero es justamente la interpretación de este más y este menos la clave de la mayor parte de los problemas que hoy padece la Iglesia.

¿Cuáles son en mi opinión personal -obviamente muy basada en la de Richard-, lo que considero serias deficiencias del Cónclave?

La primera es la carencia de representatividad. Los Cardenales sólo son representantes de sí mismos y de la autoridad que en algún momento histórico los designó. No interpretan el pensamiento ni de las comunidades locales, ni de las regiones, ni de los continentes, perpetuándose la proporción de los que proceden del primer mundo, en especial de Europa y en particular de Italia.

La segunda es la profundización de lo que se podría denominar clericalismo, dado que el sistema de elección se ahonda cada vez más en la estructura burocrática institucional de la Iglesia, muy especialmente representada por la máxima autoridad del escalafón al cual sólo puede acceder el clero. Se estaría en presencia de un dominio exclusivo de la clase sacerdotal, donde la sociedad aparece dividida entre clérigos y laicos y estos últimos resultan completamente marginados de cualquier acceso al acto electoral.

La tercera es la total exclusión de la mujer. Esta es una circunstancia de hecho, porque de derecho, cualquier cristiano debería poder ser elector y hasta electo. Pero no es más que otra consecuencia de la privación de la posibilidad del sacerdocio para el género femenino, algo que está siendo cuestionado por muchos sectores progresistas del catolicismo.

La cuarta es el excesivo peso de la ancianidad. Acá se superponen dos problemas que suman negativamente. Primero, que es muy raro que un cardenal, en términos generales, sea joven. Y en segundo lugar, su designación es vitalicia, y sólo pierde su derecho a votar a los ochenta años. Si bien la experiencia en el gobierno es muy importante, y muy especialmente en una institución milenaria como la Iglesia, nunca debería serlo al extremo de que se corra el riesgo de caer en una gerontocracia.

Y finalmente, el problema tal vez más relevante, notorio y grave es la existencia de un sistema basado en la cooptación. Esto significa que un grupo muy restringido de personas ha elegido a quienes van a ser sus sucesores como la máxima autoridad de la Iglesia. En la elección prima el criterio personal del Papa que elige los Cardenales a su gusto y que hasta tiene la autoridad, si lo desea, de cambiar las reglas de la selección. De este modo se asegura en el Colegio Cardenalicio la vigencia de la “doctrina oficial” que prevalece en ese momento, con escasas posibilidades de que se puedan escuchar visiones alternativas, sobre todo muy renovadoras. Traducido en términos reales, esto constituiría una eliminación programada de la oposición al pensamiento vigente en la máxima autoridad canónica. A pesar de lo cual, alguna vez el Espíritu Santo pareció decidirse a intervenir fuertemente para hacer aparecer una figura como la de Juan XXIII.

Después de estas objeciones uno se puede preguntar. ¿Estos procedimientos son dogmas de fe? La respuesta es no. Cualquier católico, de acuerdo a Richard, puede considerarlos superados, obsoletos e incluso perjudiciales para la propia Iglesia. El teólogo va más allá al afirmar que por una vía autoritaria, unipersonal e inapelable, al marginar a la mujer, a los laicos, a los que no tienen poder y a los que piensan de otra manera -y agrego la falta de presencia en la angustia por los pobres-, puede hasta pensarse que no están actuando en total acuerdo con lo que enseña el propio Evangelio.

¿Qué ocurriría si Jesús entrara un día en la propia Capilla Sixtina en el medio de un Cónclave Cardenalicio? ¿Estaría de acuerdo con lo que vería? Uno tiene el derecho a pensar que mientras continúen los Cónclaves a puerta cerrada y con el nivel de representación actual, se cierran cada vez más las de la verdadera Iglesia para llegar con el mensaje evangélico donde sin duda no logra impactar para prolongarse con sus ideas. Las posiciones anacrónicas cada vez más frecuentes, son la prueba palpable de que algo en el Cónclave de Cardenales no está funcionando bien. Da para pensar que, como dice el teólogo, un árbol que está dando frutos que para una gran mayoría de creyentes no son buenos, no puede ser considerada una planta beneficiosa. Y aunque en términos religiosos, la opinión de la mayoría no tiene porqué ser la dueña de la verdad, como mínimo debería significar una oportunidad para repensar la forma en que se están dando los acontecimientos.

Personalmente, confío que no caerá la Iglesia que quiero. Pero el hecho incontrastable por la realidad, es que una porción importante de la decisiones doctrinales de la Jerarquía (que afortunadamente no son dogmáticas) como la exclusión de la mujer de muchas funciones dentro de la actividad evangélica, la restricción casi equivalente de la participación de los laicos en otras tantas, el innegable envejecimiento de los que toman las principales decisiones y casi todas las últimas designaciones de cardenales afines con una clara línea de pensamiento, están conduciendo a una pérdida de consenso de los fieles, que hace correr serios riesgos al futuro del Cristianismo lo que me lleva a sentir una gran preocupación y en ocasiones, mucho pesar.

(*) El presente texto fue escrito antes de la elección de Jorge Mario Bergoglio como Papa Francisco. La opinión del autor acerca de las formas para desarrollar el Cónclave se mantiene, por ello se publica tal como fue escrito originalmente.

Uno tiene el derecho a pensar que mientras continúen los Cónclaves a puerta cerrada y con el nivel de representación actual, se cierran cada vez más las puertas de la verdadera Iglesia para llegar con el mensaje evangélico.

En términos religiosos, la opinión de la mayoría no tiene porqué ser la dueña de la verdad, como mínimo debería significar una oportunidad para repensar la forma en que se están dando los acontecimientos.