SEÑAL DE AJUSTE

No me lleven ahí

La nota

Lauren Ambrose protagoniza la miniserie, cuyo elenco incluye a James Wood, Richard Dreyfus y Ellen Burstyn. Foto: GENTILEZA A&E

Roberto Maurer

A fines de los ‘70 “Coma” era devorada por los lectores. La novela barata de Robin Cook en 1978 tuvo su versión cinematográfica dirigida por Michael Crichton y protagonizada por Michael Douglas y Geneviveve Bujold como su frágil pero voluntariosa heroína. Se estrenó en el cine Garay.

Ahora, “Coma” prolongó su existencia, al contrario de lo que sucede con los pacientes del hospital donde transcurre, en un formato de miniserie que estrenó la señal A&E, donde un puñado de nombres lustrosos no alcanza a garantizar un producto a la altura de sus reputaciones. Ridley Scott y su hermano Tony -fallecido durante el rodaje- son los productores, el guión pertenece a John J. McLaughlin (“Black Swan”) y el elenco incluye a James Wood, Richard Dreyfus y Ellen Burstyn.

Una estudiante curiosa

La acción se ha mudado de Boston a Atlanta, tal vez porque los suaves modales de los sureños resultan los adecuados para ocultar tramas siniestras. Al Memorial Hospital ingresa la estudiante Susan Wheeler (Lauren Ambrose), quien de inmediato introduce su naricita adonde no debe. Se trata del tipo de nosocomio al cual enfermos temen: “En cualquier lado, pero no ahí”, ruegan a sus familiares. En este thriller compartido con la ciencia ficción, las prácticas más estremecedoras se producen en el Instituto Jefferson, donde se realizan experimentos horripilantes, pero es posible que el televidente resulte más impresionado por los casos de mala praxis que son habituales en el Memorial Hospital de Atlanta, donde la extracción de un quiste o una operación

de la rodilla suele desembocar en una muerte cerebral. Esos pacientes en estado vegetativo son inmediatamente trasladados al Instituto Jefferson, un lugar especializado en el cuidado a largo plazo de ese tipo de pacientes y porque es el único que reconocen las obras sociales.

Descuidando sus obligaciones, Susan se dedica a satisfacer la curiosidad que le ha despertado la cantidad de enfermos en estado de coma que hay en el hospital -que supera todas las estadísticas- sería provocada. Investiga las historias clínicas e interroga al personal hasta que su insistente impertinencia determina su expulsión, de la cual es salvada por el influyente Dr. Stark. Con una actitud paternal, le dice a Susan que sólo hable con él y ningún otro, de manera que, en el acto, se sospecha que en ese doctor de personalidad afable y protectora se esconde al villano jefe.

En consultorios, quirófanos y principalmente pasillos se respira un medio ambiente envenenado, y la planta de personal está constituida por intrigantes que ocultan secretos, luchan por el poder y también callan por miedo. No se sabe quién es quién, aunque, por razones obvias, todos miran a los anestesistas.

Algo no anda bien

Ya la introducción es precipitada, con un clip electrizante de gritos, impactos y corridas, que no se entiende, pero que resulta posible interpretar: nos quieren apurar. Después de semejante presentación, en un quirófano, luego de una operación exitosa, el enfermo entra en un coma inexplicable, el cirujano sale gritando, le pega una piña a un enfermero, se va rápidamente a su casa y se ahorca. Bajo tanta presión, el espectador se siente empujado a comentar: “Algo no anda bien en este hospital”.

El único descanso es el enamoramiento de Susan y Mark (Steven Pasquale), un residente buen mozo que la conoce en la piscina dándole un chupón terapéutico: ella se accidenta en el agua y él le hace el boca a boca. A la vez, Mark se acuesta con la siniestra jefa de neurocirugía.

El ambiente conspirativo es exagerado, en las fuentes originales, el hospital era un ámbito donde las relaciones malsanas eran amortiguadas por algunos matices. En esta versión. se palpa demasiada impaciencia por llegar al interior del Instituto Jefferson y arrojarnos a la cara sus aberrantes truculencias, que la incansable Susan descubre luego de introducirse en el lujoso lugar, donde accede a la imagen imborrable de los incontables cuerpos en estado vegetativo suspendidos de los techos aire y enfundados en bodies plateados. Como se recordará, no están muertos, pero tampoco están vivos. Como la propia “Coma”, que sigue con vida después de casi medio siglo. O que está muerta, y cada tanto sale de la tumba.