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Patear el tablero

El episodio de esta mañana encuentra cómodamente un espacio privilegiado en la lista de vergüenzas que cobija la historia del Congreso de la Nación. Pero es un digno corolario para todo el trámite parlamentario impreso a la reforma judicial.

 

El escándalo en que terminó la aprobación de las reformas al Consejo de la Magistratura en la Cámara de Diputados, con los legisladores kirchneristas desmintiendo al tablero electrónico y la oposición retirándose del recinto con acusaciones de fraude, fue un representativo broche de oro del trámite parlamentario de éste proyecto y, en general, el del conjunto agrupado bajo el rótulo de “democratización” del Poder Judicial.

Porque la votación del controvertido artículo 2 puede haber sido afectada por un desperfecto técnico del sistema -como pretende el oficialismo- o forzada a través de un procedimiento antirreglamentario y mediante presiones a los remisos -como arguye la oposición. Pero en cualquier caso, fue el corolario de un proceso signado por el apresuramiento, los cambios sobre la marcha al compás de las órdenes del Poder Ejecutivo, el total desinterés por las observaciones críticas que no viniesen desde sectores afines, y la más absoluta prepotencia.

Sobre la base de esos parámetros, el kirchnerismo desbarató casi de golpe y porrazo la ingeniería institucional de diseños legales que demandaron extensos debates, años para su aplicación y reglamentación, y profusos estudios previos; además de la correlativa e ineludible gestión de consensos.

Naturalmente, varias de las principales palabras utilizadas en el párrafo anterior están ausentes de las convicciones y los modos de la fuerza gobernante, aunque se las repita de manera hueca en los discursos y las proclamas. En todo caso, los personeros del gobierno ostentan mayor sinceridad -y ajuste a las bases ideológicas que sustentan su accionar- cuando hablan del imperio de las mayorías circunstanciales, como factor legitimante del avance arrasador sobre las instituciones del Estado y de la comunidad organizada.

Así, bajo la invocación de resultados electorales empuñados como un mágico e inapelable talismán -y que, en rigor, podrían ya no ser representativos de la voluntad de los argentinos- se busca deliberadamente desbaratar el sistema de pesos y contrapesos establecido en la Constitución, con ajuste a su propósito republicano. Y se lo hace a la tremenda, sin espacio para la discusión o la búsqueda de coincidencias, fuera de la mera, acrítica y automática adscripción a una directiva. O a los contradictorios términos de un relato capaz de blandir el término “democracia” para eliminar controles, restringir derechos a la población y consagrar un régimen lo más parecido posible a un unicato.

El episodio de esta mañana encuentra cómodamente un espacio privilegiado en la lista de vergüenzas que cobija la historia del Congreso de la Nación. Pero no fue producto simplemente de una sucesión de despropósitos potenciados por la exacerbación de los ánimos, sino una muestra clara y poderosa del modelo de gestión que define al actual gobierno, con consecuencias cuyo verdadero alcance recién se podrá apreciar en el futuro, y seguramente durante un largo tiempo.

El kirchnerismo desbarató casi de golpe y porrazo la ingeniería institucional de diseños legales que demandaron extensos debates, años para su aplicación y reglamentación, y una intensa gestión de consensos.