al mArgen de la crónica

Un brebaje boticario

El gin tonic es, en muchas sobremesas y salidas, la estrella de la noche. Y aún cuando esta bebida tiene muchos adeptos, no tantos conocen en realidad cuál es su curioso origen.

El gin tonic es nada más y nada menos que un producto boticario. Cuando se elaboraban en las farmacias fórmulas magistrales, si se trataba de jarabes se intentaba que su sabor fuera agradable o, por lo menos soportable. Y solía conseguirse, usando multitud de ingredientes, entre ellos vinos de Jerez o de Málaga.

Pues el gin tonic, en el fondo, es la derivación de un fármaco usado contra la malaria o paludismo. Durante muchos años, el único remedio conocido era la corteza del árbol de la quina, concretamente uno de sus componentes: la quinina. Ese árbol fue llevado por los ingleses y holandeses a sus colonias asiáticas.

Un día, a la empresa fundada por el suizo J.J. Schweppe se le ocurrió añadir quinina a su agua carbonatada. Nacía así el agua tónica, que los ingleses de la India, en tiempos coloniales, tomaban como prevención del paludismo.

Pero ocurre que la quinina es una sustancia muy amarga, así que había que neutralizar ese amargor. ¿Cómo? Pues echando mano de la bebida nacional inglesa: la ginebra.

Así que empezaron a combinar agua tónica y ginebra... hasta hoy. La verdad es que ahora el agua tónica apenas contiene trazas de quinina, y es muchísimo menos amarga; pero a ver quién le quita a estas alturas la ginebra.

De modo que proliferan las marcas de ginebra y las de agua tónica. Los aficionados exigen una u otra, y aromatizan su copa con una gran variedad de sustancias, desde corteza de limón a rodajas de pepino.

Hoy se tiende a rebajar la cantidad de gin que se pone. Mucho hielo, agua tónica y apenas un golpe de una ginebra, lo justo para “cortar” la tónica. Menos alcohol, en una palabra.